Desde la perspectiva del símbolo y la forma, entremedias de la grafía y por encima del método hipotético-deductivo, encontramos la ecléctica obra de un hombre de letras, metódico, analítico y, a veces (¿sólo?), semiótico.
Umberto Eco destaca como ensayista, habiendo realizado ímprobos esfuerzos en el campo de la novela (con desigual fortuna). Muy en la línea actual (que obviare, obviamente, mencionar) obtiene el éxito internacional con «El nombre de la Rosa», novela en la que convive el relato policíaco con la trama semiótica (si bien es cierto que su siguiente novela ahondará mucho más en este segundo aspecto).
Leer a Eco, en su faceta ensayística, resulta a veces costoso (para todo aquel que no tenga interés en terrenos lingüísticos). Pero en otras ocasiones, Eco es imaginativo, locuaz, divertido… ¿dónde está el verdadero Eco? Antes de que los émulos de esta novela llegasen a nuestras manos, Eco nos entregó este opúsculo en clave literaria, que reune los mejores elementos de la novela detectivesta y las claves ocultas de un saber perdido antaño.
«El nombre de la Rosa» es la novela que cautivó a una generación antes por su trama bien llevada y que, de manera soslayada, nos infiere a un mundo más allá del texto, en el que los personajes (caricaturas literarias) permiten segundas y terceras lecturas que van más allá de este «mcguffin» hitchockiano.
Luego llegarían obras como «La isla del día antes» o «Baudolino», ahondando más en el carácter histórico de la novela. Pero encontramos en todas ellas un leit-motiv coherente que parece evolucionar a medida que su obra novelística avanza: es el estructuralismo lingüístico que invade la existencia, las palabras que, deformadas por el curso de los tiempos, adquieren el grado de dioses. Esclavas del tiempo, las palabras, originariamente símbolos, se tornan crueles, casi despóticas, marcando la existencia y sumergiendo al ser humano no ya en el absurdo, la nada o el tiempo… Es la constante repetición, el devenir del conocimiento que, flagrante repetición, condena al hombre a imaginar.
El nombre de la Rosa
Nombres. Una serie de asesinatos destapan la caja de Pandora. Guillermo de Baskerville y su fiel ayudante Adso de Melk acuden para investigar el autor de los mismos. El misterio pronto lleva a los protagonistas a centrarse en la biblioteca (inspirada en La Biblioteca de Babel). Pero Guillermo de Baskerville tiene un pasado oculto (cuasi-herético), que se destapará a medida que el relato evoluciona.
A simple vista, se trata de un «refrito» de las aventuras de Sherlock Holmes (el nombre de Baskerville no deja lugar a dudas). Pero el libro va más allá y es, quizá y sin quizá, la mejor novela de Umberto Eco por su tratamiento y elaboración de la historia. El libro no abandonará la trama en ningún momento y seguiremos las andanzas de estos dos investigadores hasta alcanzas su final (muy bien hilado, por cierto, siguiendo un cuento de Las Mil y Una Noches).
Les voy a contar una historia. No es mía, solía contarla el director de cine Alfred Hitchcock para explicar la elaboración de guión y dirección.
Dos viajeros se encuentran en un tren en Inglaterra. Uno de dice al otro:
-«Oiga, ¿qué es ese paquete tan extraño que ha depositado en la red sobre su cabeza?»
-¡Oh! Es un McGuffin.
- Y ¿qué es eso?
-¡Oh! Es un artefacto para cazar leones en las montañas Adirondaks, en las highlands de Escocia.
-Pero, ¡no hay leones en las highlands escocesas!…
-En ese caso no es un McGuffin.
Un McGuffin es algo que mantiene atrapado al espectador y que, en realidad, sólo sirve para distraer de las verdaderas intenciones del narrador. A Hitchcock poco le importaba el fajo de billetes que Janet Leigh había robado, pero sí al espectador, y así lo mantiene enganchado a la historia por medio de trucos (como el viajero se mantiene expectante por saber qué lleva el otro sobre su cabeza).
Umberto Eco parece haber tomado a pies juntillas la teoría hitchcockiana, manteniendo la intriga para el «lector medio» y jugando con un segundo lector (mucho más avanzado) a otro juego meta-literario mucho más avanzado. Los nombres de la novela comienzan por ser un juego con personajes del pasado (desde el mismo Guillermo de Baskerville, referencia a Guillermo de Ockham, o el bibliotecario, Jorge de Burgos, en referencia a ese bibliotecario estirado que siempre fue Jorge Luis Borges). El texto juega constantemente con referencias literarias, lingüísticas y filosóficas.
Una segunda lectura de la novela (si conseguimos separarnos de la trama) nos dará acceso a un universo mucho más atractivo (sobre todo si poseemos nociones de historia medieval). Pero donde la trama adquiere singular trascendencia, y Eco hila este hecho perfectamente con su McGuffin, es en la trama filosófica. Es la vieja idea estructuralista, sin duda una evolución del aristotelismo.
El nombre de la Rosa hace referencia al libro perdido de la Poética de Aristóteles. Se supone que este libro hace referencia al sentido del humor. Pasando por Freud, haciendo una parada en Eugenio y derivando en Joyce, el humor parece ser (perdonen que haga mi propia definición) una «paradoja en sí misma que revela los aspectos más salvajes del inconsciente humano». En este mi refrito freudiano, el hombre se encuentra ante el esclavismo de las viejas leyes (silogismo, causa-efecto, etc…) enfrentado a las nuevas tendencias de la filosofía lingüística (de las que Eco es el nuevo abanderado).
A Eco le da igual (perdónenme el atrevimiento) el autor material de los crímenes, pero sí importa la razón que le ha llevado a perpetrar estas atrocidades. Es la filosofía, la madre de todo el conocimiento, la que, con su cruel lazo, agarra al ser humano y le sume en un universo de causas concatenadas e interdependientes. El libro se revela y rebela, ahora, como causa y mano ejecutora de los crímenes. Así, con su pluma torcida, Eco nos habla más allá de una trama del «who do it» (otra vez empleando palabras hitchcockianas), se separa del texto y alcanza el hiper-texto (como tan bien hace el gran Joyce, al que Eco parece entender perfectamente en su ensayo Las Poéticas en Joyce).
Pero Eco es amable, y no se atreve a desmontar el edificio del conocimiento (gran acierto, «lector hembra»). La gran biblioteca de Babel, con sus mil volúmenes, arderá, pero llegará un bibliotecario que sustituirá a Borges. Es el hombre que lee sobre alguien que lee, sobre alguien que lee. Conocimientos e historia.
Existen detractores de esta novela. Eco juega con la historia y la hace bailar al son de su pluma. Esto es literatura, señores. La filosofía se convierte en el eje oculto del relato, poco a poco comprendemos, no osaremos más traducir su declinación en lenguaje perfecto, es la lengua de los siglos, de los hombres eternos, de los gigantes de Joyce, de Tomás de Aquiles y de un hombre que fumaba en pipa sin tabaco. Sobre sus anteojos vemos caracteres en ruso, extraña variación griega. El viejo bibliotecario comprende, es el libro de los siglos.
El péndulo de Foulcault
La segunda de las novelas de Eco nos llevan a la enfermedad por el saber. En principio, parece ser el comienzo de una amalgama entre enciclopedia y novela, con sus grandes párrafos y sus diálogos inhumanos, un mundo de personajes de constantes referencias en plano meta-literario. La novela parte del conocimiento, una enciclopedia desvirtuada que lleva al lector por caminos esotéricos (buena elección) hasta llevarlos por el recorrido literario del absurdo. Historia, mitos, reales o no… la historia es un continuo camino por las sendas del absurdo, un monstruo feroz que engulle a los hombres, para convertirlos en sus brutales instrumentos.
Más de una vez he escuchado feroces críticas contra esta novela. Hablan de lo inhumano de los personajes de Eco, unos personajes totalmente velados por el conocimiento… Quizá la unión entre cábala, Jacques de Molais, Finnegans’ wake, estoterismo, Foucault (por nombrar sólo algunos ejemplos) se nos torne gravosa. Como siempre sucede, una lectura más profunda, imaginativa. El conocimiento cerrado encierra, siempre, algo más profundo. Por eso elige la cábala como numerados de los capítulos (el libro sigue la estructura sefirótica). La ilustración está por debajo del guiño. El lector luchará contra los templarios y los siglos de historia, contra una conspiración tramada por sabios para eunucos intelectuales.
Imaginemos, sí, imaginemos… la estructura perfecta… Siglos de conocimiento en un libro de proporciones enciclopédicas. Un Sassure escondido marca el ritmo de las horas, a medida que el día evoluciones irán cayendo conciencias. La novela-ensayo, poco a poco, va ganando ritmo, son los días y las horas perdidas, los mitos y los gigantes que despiertan en un Dublín, París, Roma, Madrid…, ¿qué importa?
Sobre la cama, yace el moribundo, esperando la hora de alcanzar la verdad, de comprender. La muerte se acerca, como el día del juicio, el péndulo alcanzará el momento sobre impulsos electromagnéticos. Eco imagina un mundo más allá del símbolo, un existencialismo primitivo superado…
Sobre las líneas, el bibliotecario escribe… Escribe sobre un hombre que escribe sobre un hombre que escribe. A veces, el ocaso sorprende a Jorge Burgos, que cuenta en su libro que lee mientras lo imagina. El laberinto de la gran biblioteca espera. Ha comprendido.
*Este texto forma parte del libro Grandes Autores de la Literatura. Lo puedes encontrar aquí: