Victor Hugo. Escritor. Los Miserables. Nuestra Señora de Paris

Veintidós de mayo. La multitud se agolpa en torno al cetro del ex-alcalde de París, par de Francia, vizconde…, hijo de su tiempo y leyenda de un siglo.

El hombre que escribió las Odas, a cuya cabeza le fue puesto precio, hombre cuya casa fue apedreada, tan amable como fogoso, voluptuoso, recargado, risueño, pintor, poeta, novelista, bonapartista, monárquico, socialista, esotérico, clasista, libre y esclavo.

Aquel sueño que hoy conocemos por el nombre de Victor Hugo fue padre de cinco hijos que vio morir, cuatro naturalmente, la última a manos de la locura. Casado, amante, fauno fiel, todo esto fue este sueño que reinó durante todo el siglo XIX, que contempló golpes de Estado, que participó en revueltas, que fue amado y reverenciado, en exceso, nunca como merecía, más de lo deseado… Fue el siglo de Victor Hugo.

Victor Hugo, hijo de un héroe de los tiempos de La Revolución Francesa y de una mujer renana… Tuvo una infancia tranquila, años felices (algunos de ellos transcurrieron en Madrid). Fue criado por su madre y el amante de éste, que luego sería condenado a muerte. Su padre, alejado, viviría con otra mujer (apodada «la generala»): hecho éste de gran trascendencia, ya que el propio Hugo repetiría semejante circunstancia (que mantuvo relaciones con «su» Julieta durante más de treinta años).

Pronto llegaron los premios y la enfermedad que coronaría su vida de laureles y sufrimientos: voluptuosidad. Incurable, intratable, único mal del que el enfermo no espera jamás poder recuperarse. Pronto contrajo matrimonio con la que sería su mujer en la distancia: Adèle Foucher. Años felices, años en los que escribe dramas teatrales como «Hernani», años de lucha política… Muy pronto escribe la que muchos consideramos es su gran novela: «Nuestra Señora de París».

El siglo es audaz y laberíntico, sin freno, y así Victor Hugo corre y escribe.

Poco dura la estabilidad para el enfermo. Los ecos del París, ciudad del amor y de los poetas que comienzan a despuntar… Su reverenciado Chateaubriand (lee muy joven «El genio del Cristianismo») es una influencia definitiva: «Como Chateaubriand o nada», diría en su temprana juventud. Sus tendencias políticas se ven puestas a prueba. Emperadores y nobles le colman de alabanzas, emplea estas influencias para su arte, su verdadera vocación. Como hiciera Beethoven, dedica obras a los «Bonapartes Chicos» de turno. Pronto «Notre Dame de París» se convierte en el primer best-seller de la época… Hugo se pierde en vericuetos políticos y amores de diversa índole. Julieta, la que sería su fiel compañera, ya ha hecho su aparición.

Estallan conflictos, Hugo es nombrado alcalde de París (aunque se mantiene más bien poco en su cargo). Más tarde tiene que refugiarse, huye como exiliado. Dumas apoya, Balzac muere, se ha ganado la admiración y el respeto de Delacroix: Hugo, humanista convencido en los grandes salones de la más rancia aristocracia.

Se refugia en la isla de Jersey, escribe «Los Miserables», más poemas, «La Leyenda de los Siglos», más poemas, mística, esoterismo, cábala… Cada día toma un baño en el mar, escribe de pie, profeta convencido de su mensaje que pretende fundar una nueva religión… Vuelve a París, apedrean su casa, se exilia, regresa… Julieta muere, la vida del anciano de ochenta años llega a su fin. Nos deja el legado de un siglo contemplado por una de las plumas más hábiles del siglo de todas las revoluciones. 22 de mayo.

Sus Obras

Desde que en 1815 apareciera su «Cahiers de vers français» (apenas contaba con trece años), Hugo no paró de componer. Hablar de estilo literario en Hugo es hablar de creación en el sentido musical del término: estructura y línea poética con igual trascendencia. Sin embargo, es notoria la capacidad del autor para tratar desde la más poliédrica mirada los temas más universales. Si tuviésemos que hablar de líneas argumentales en la obra de Hugo, serían (y que perdonen los exaltados): voluptuosidad lírica en muchos de sus poemas, realismo teatral en sus más inmortales novelas, activismo social y político (sus múltiples ensayos y «Los Miserables», principalmente).

Pero reducir el mundo de Hugo a estos pocos puntos álgidos sería, sin duda y cuanto menos, un  acto de reduccionismo. La obra de Hugo tiene una grandeza que pocos han conseguido (tan sólo creo haberla encontrado en las mejores páginas de Tolstoi y Clarín). Tanto por los personajes, teñidos de grandeza y miseria por igual, como en el eco dramático que confiere a elementos por entonces poco literarios.

Hugo bebió de todas las fuentes y se bañó en aguas tan antiguas como modernas. Cuando apenas contaba con poco más de veinte años, Hugo escribía tragedias que todo París esperaba ávido contemplar. Desde luego, el éxito marcó (afortunadamente o no) el sesgo de su estilo. La obra de Hugo es popular -casi populista- como nunca antes. «Hernani», «Burgraves», «Lucrecia Borgia»… le convierten en una especie de Shakespeare a la francesa (perdón por la exageración). Pero sus dramas, aún cuando alcanzan un grado de realismo conseguido, no son lo más logrado de Hugo. Su gusto por la caricatura (tan francés como el propio escritor), los amplios parlamentos y el toque social que domina toda su obra le convierten en un dramaturgo político impregnado de lirismo. Su estilo irá cambiando, pero nunca abandonará este gusto por el drama lírico tan propio del romanticismo.

Pero Hugo era el hijo de su siglo, quizá su rey apóstata. «Prêface de Cromwell», «Napoléon-le-Petit»… Pensamiento lúcido y lógica del socialismo aún naciente. Son famosos sus discursos a la Cámara de los Pares francesa, sus artículos en los que todo defendía (tan amable con las damas como lisonjero para con los emperadores). En su vuelta a París, es conocida la anécdota de cómo su casa sufrió un intento de asalto debido a un artículo en defensa del pueblo belga (¿influencia de su amigo Alejandro Dumas?).

Hugo era un poeta, sí. Y quizá poeta antes que novelista. Fue el género que le vio nacer a las letras, el género que también le vería morir. No fue un Rimbaud que cantaba desde el pecho hundido las miserias de las gentes… Hugo cantaba al amor y a las mujeres (¿qué no deben de su fama posterior los franceses al de Besançon?), cantaba al tiempo y a los siglos, a las estrofas de su adorado Virgilio, al cadáver de Roma. Hugo fue un poeta lírico casi hasta el manierismo épico y realista.

Nuestra Señora de París (Notre Dame de París)

La fama de Hugo proviene, sin duda, de sus dos novelas inmortales. La primera de ellas, escrita con veintinueve años (buena edad) es «Notre Dame de Paris». Un argumento de sobra conocido: S. XV. Jorobado (Quasimodo) conoce chica (Esmeralda). Archidiácono (Frolo) siente cosquilleo herético y pecaminoso. Manda así a jorobado raptar chica. Apuesto caballero (Foebus) rescata a chica. Jorobado mata a caballero. Archidiácono acusa a chica de la muerte. Justicia, desde luego. Quasimodo trata de protegerla, desde allí no puede sino contemplar su ejecución. Jorobado mata a archidiácono.

Desde luego, no se trata de «Las Bodas de Fígaro». La novela recuerda por doquier los cuadros de su también amigo Delacroix: las figuras en movimiento, las composiciones poéticas de masas que confluyen en un eje central dramático. Las palabras de los campesinos y ciudadanos son el eco de la novela, su fuerza centrípeta que, ejercida sobre esos tres personajes, forman el hilo central de la historia. Hugo (dibujante y aficionado a la arquitectura desde muy temprana edad) capta cada detalle de la ciudad y dota las calles de París de sentido dramático (el famoso paisaje-protagonista). La técnica literaria nos recuerda mucho los encuadres de Dickens. Partimos de rumor y este eco nos lleva a una realidad concreta, la tríada Quasimodo-Esmeralda-Frolo. Los tres personajes comparten la grandeza y la miseria. Como sucede en las obras de Shakespeare, los personajes son incapaces de huir de su destino trágico. Conocen Esmeralda el deseo de cuantos le rodean, Frolo la imposibilidad de su amor, Quasimodo la cruel tragedia de una realidad distinta. A pesar del certero final, el sufrimiento se traslada a cada lector. El genio de Hugo está precisamente en hacernos tan cercanos unos personajes tan lejanos (¡cuánto nos quedará siempre por aprender a los mediocres!). Las gárgolas son reales para Quasimodo, sus miradas recorren la mente del jorobado, tristemente enamorado. Frolo contempla en cuadros rojos y grises la belleza de una campesina, despreciable, impura… Esmeralda, utilizada, deseo y mujer… Eje del lirismo más pesimista en el arquitrabado eje de las palabras.

Los Miserables

Publicada en 1862, es para muchos la mejor novela de Victor Hugo. Podría hablarse de «Los Miserables» como el equivalente francés de «Guerra y Paz» (ambos tratan las conquistas napoleónicas y poseen una estructura casi operística).

No destriparemos la trama, bastará decir que es la historia de un hombre, ex-criminal que huye de su pasado, perseguido por el peso de la ley ciega personalizada en Javert. Valjean huye con su hija adoptiva (Cosette) y así conocen a Marius (especie de héroe revolucionario). Mejor no demos más datos.

Más de mil páginas, personajes por doquier, construcción operística… Todo esto hace de «Los Miserables» una de las obras más importantes del siglo y explican las circunstancias históricas que llevaron a esta época a ser «la cuna de todas las revoluciones». Es un ambiente triste en donde la política parece impregnarlo todo, una Francia eco y centro de Europa, pero es también un lugar injusto en el que los murmullos del primer romanticismo inglés llegan con especial trascendencia.

Podríamos elegir para explicar el romanticismo, tal vez, «Don Juan» (Byron) o «Werther» (Goethe), pero es quizá en «Los Miserables» donde mejor se dan cita todos los elementos comunes a este movimiento que cambió el modelo literario para siempre. Hugo es, gracias a esta obra, el más perfecto ejemplo del romanticismo literario. Hugo era un apasionado de Beethoven, de los grandes pintores como Delacroix… pero también de las grandes arquitecturas de los clásicos y de los versos de Virgilio.

La historia de Jean Valjean es la historia del siglo, de un siglo marcado por la miseria y el idealismo, por la pervivencia de los viejos valores y el advenimiento de un mundo nuevo. Así, Hugo toma los esquemas clásicos y los revierte, formando personajes tan modernos como universales. Es Valjean espejo de su tiempo; Cosette ese ángel romántico eterno, herencia de toda la tradición clásica medieval; tenemos también a Marius, idealista hijo de su tiempo y contrapunto al clasicismo que suponen Valjean y Cosette.

Por otro lago tenemos el personaje integrador y que hace que la trama fluya: Javert. Ni siente ni padece, y parece ser sólo es producto del funcionariado y del deber. Inhumano, Javert perseguirá a Valjean sin descanso, y así los ecos del antiguo sistema morirán con él (en el único final posible de un tiempo que habría de culminar con la revolución de las viejas normas). Javert representa los tiempos que están a punto de morir (cierto que Hugo peca en la mayoría de sus obras de ese idealismo lírico tan francés).

¿Un Donizetti literario? No, la música son las palabras, los coros acuden con fuerza a recordar a Valjean su pasado. Pero Valjean va más allá del modelo esquemático, como al final irá el mismo Javert que comprenderá, conseguido su objetivo, su verdadera fuerza dramática.

Pero la bondad tampoco sobrevive, como el mismo Foebus ha de morir a manos de la maquinaria eclesiástica. Valjean ha pasado toda una vida huyendo (lleva bajo su espalda el grave peso de robar una vajilla de plata) y no ha podido disfrutar de su posición social adquirida con esfuerzo. Y es que el pasado no puede ser borrado, y siempre será una herencia que pesará sobre nuestra política: el cáncer de Roma sigue vivo en nuestras conciencias actuales.

¿Qué nos sigue fascinando de esta obra? «Los Miserables» puede ser vista desde muy diversos prismas, y la obra es disfrutada por amantes del dato histórico (se recuerda más el retrato napoléonico de Hugo que el del mismísimo Tolstoi), así como el teatro, la ópera o la literatura clásica. «Los Miserables» es uno de esos ejemplos de obra total que pervivirá en los siglos gracias, no a sus hallazgos estilíscos o capacidad lírica, sino a la suprema humanidad de unos personajes tan divinos como humanos, tan idealistas como miserables…

En aquella miseria maravillosamente exaltada, un anciano puso pluma a los tiempos, sus tiempos. El siglo del romanticismo, el siglo de Hugo, centenario, narrador y autor de su mejor novela: Victor Hugo.

Consulte nuestros otros contenidos