Charles Dickens es el niño que mira desde el prisa inocente de la justicia, el anciano que ha visto desfallecer imperios y nacer ideales. Las novelas y los apuntes de Dickens nos devuelven a la candidez de antaño, donde el escritor aún sabía describir y el lector, aún, podía buscar. De «Oliver Twist» a «Historia de Dos Ciudades», Dickens nos entrega un mundo de fantasmas y seres desfavorecidos, de antagonismos y clases. Y es que quizá la obra que mejor defina el pensamiento de Dickens sea «Grandes Esperanzas», tan autobiográfica como «David Cooperfield», con su amargura escondida, sus sueños y grandezas, de la mano del gran prosista que sólo un verdadero autodidacta puede llegar a ser.
Sobre Charles Dickens
Narrativas sobre tiempos cambiantes, tiempo y espacio en descripciones.
La biografía de Dickens podría bien ser extraída de sus novelas: niño «bien» que, por culpa de las «indiferencias» del padre, se ve abocado a un mundo de infelicidad y esclavitud. Desde luego, no fue tan dramático.
Charles Dickens nace en Portsmouth en 1812. Tiene una infancia feliz y dicen que a los nueve años ya gustaba de lecturas adultas. Flores y rosas. Todo cambia cuando, en 1824, su padre, John Dickens, es arrestado por no pagar sus deudas. Charles deja la escuela y entra a trabajar en un taller como aprendiz (como hicieran tantos y tantos de sus personajes). Dickens toma experiencia para lo que será su vida novelística de denuncia. Más tarde trabaja para periódicos y escribe artículos por doquier (nunca perderá la «vena» periodística, que se deja ver ampliamente en sus novelas posteriores, sobre todo en «Historia de dos Ciudades»). Dickens escribe retazos de la vida londinense y describe, como también haría Balzac, sobre un mundo que cambia y bulle, en pleno apogeo de una sociedad industrial.
Se casa con Katherine Hogarth, con quién tendría diez hijos. Dickens vive una vida de fama y miseria. Es una estrella en los Estados Unidos, donde se venden sus novelas «como churros» (aunque bien es cierto que no se pagan derechos de autor por obras del viejo continente, y viceversa). Dickens es uno de los pioneros en los ahora tan de moda «derechos de autor», tan vilipendidados por unos como necesarios para otros (llega a vender cien mil copias de «David Cooperfield»). Pasará su vida preocupado por las cantidades que cobra por su obra (a todo punto insuficientes).
Cuando se produce la ruptura con Katherine Hogarth, motivado por los cambios de humor y de salud de Dickens, la vida del escritor da un cambio fundamental, y los continuos cambios de humor constantes le llevan a aislarse. Fallece el 8 de junio de 1970, víctima de un derrame cerebral.
Charles Dickens fue un caso atípico de «escritor victoriano», si es que ese término ambiguo significa algo. Recibido por la propia reina Victoria I, Dickens relata en sus novelas la diferencia de vida entre las clases privilegiadas y las más humildes. Pero no lo hace con el espíritu rencoroso del proletario, sino con la conciencia segura del que se siente parte de un sistema, y a éste se debe. Critica desde las dos perspectivas: denuncia a los esclavistas y denuncia a los esclavos viles. Dickens no juzga al noble ni al burgués (por el hecho de serlo), sino que habla del desfavorecido con la conciencia y, sobre todo, con la indulgencia de aquél que ha pasado por esas mismas miserias. Dickens no critica al miembro de una determinada clase, sino que emplea su peor saña contra el abuso y la deshumanización: el injusto innoble que, gracias al vil poder del dinero, sin educación ni principios, crea un mundo infundado y cruel (recordemos la que sería una de sus últimas novelas «Historia de Dos Ciudades», en las que las «pobres gentes» revolucionarias y henchidas de poder hacen uso y abuso de su recién adquirido poder para destrozar a un aristócrata).
Los personajes de Dickens son el chico pobre que, por circunstancias azarosas, se ve obligado a un destino innoble (tema que bien tomó el gran novelista Thomas Hardy); el avaro sin fortuna y con «fortuna» (que no ve su miseria, incapaz de alcanzar con sus anteojos oscuros una visión certera, véase, por ejemplo, «Almacén de Antigüedades»); pero es también el leguleyo con corazón, los amantes y la guillotina, que condena al mundo a la locura.
La dicotomía y el principio de enfrentamiento (conflicto) del que parte toda novela no se produce por una dialéctica marxista, no: la lucha se entabla en la conciencia… y las novelas de Dickens tratan del conflicto entre dos mundos, el «ideal-noble» y el «mezquino-pragmático». El niño nace y ve el mundo, tierno ante sus ojos, sólo el destino le deparará la miseria y le enseñará lo innoble, pero puede elegir entre entregarse a ese mundo mezquino o conservar ese halo de nobleza con el que todos nacemos.
Quizá la novela que mejor exprese esta dialéctica sea «Historia de dos ciudades». La dicotomía revolución-ética ya se plantea en el título, y en sus páginas asistimos a una obra de diversos personajes (sin ser coral, muy al estilo Alejandro Dumas, al que conoció) en los que los ideales revolucionarios y la moral se contraponen en unos personajes que luchan por sobrevivir. Las novelas de Dickens son el enfrentamiento entre estos ideales (como si habláramos en clave pitagórica) que coexisten en personajes humanos, demasiado humanos. Los personajes son hijos de las ideas, pero también sienten y padecen (lo que convierten a Dickens en uno de los grandes autores de la prosa victoriana).
Pero donde Dickens destaca es en el saber novelístico y estilo literario, factor en el que es uno de los grandes maestros de la historia. Próximo al concepto teatral (Dickens gustaba del teatro, pero su pésima actuación le hizo desistir en sus «años mozos»), la caracterización y técnica narrativa emanan de estos principios para evolucionarse en técnicas como el «paisaje-actor». El acercamiento estilístico de Dickens a los personajes es el más moderno de su generación, y juega con el lector mediante planos de acción que caracterizan a los personajes dentro de su entorno (el mismo David Wark Griffith se basaría en sus novelas para deducir los planos y gran parte de la narrativa que se convertiría en clásica). Conceptos como el «punto de vista» (recurso que convertiría Henry James en bandera) ya se pueden verse en Dickens, al menos en un anticipo más que prometedor. Leer cualquiera de sus novelas, con sus certeras descripciones siempre intencionadas, suponen un placer: es uno de esos extraños casos que conjuga un estilo elegante con la humanidad del genio y el humor del trovador. Dickens nos hará sonreír, jamás brotará una carcajada… Elegancia, amargura y humor.
Dickens sería un Walter Scott sublime (perdonen mi poco aprecio por el autor de «Ivanhoe» y mi comparativa quizá poco adecuada), uno de esos autores a los que leemos con la mirada del niño y que, con el paso del tiempo, podemos comprender y volver a sentir, antes de ser, finalmente, guillotinados.
Grandes Esperanzas
Es la novela más representativa de Dickens en tanto en cuanto aúna los temas clásicos de la novelística del autor (huérfano en dificultades), pero además pone especial cuidado en el tratamiento de la problemática victoriana de las clases.
Dickens plantea este mundo en cambio que el escritor, siempre próximo a la generación anterior: Philip Pirrip (Pip) es un huérfano que, cierto día, se encuentra con un presidiario que le pide comida y una lima. Típico argumento inglés: un hecho aislado (azaroso) desencadenará las circunstancias. La señora Havisham, una anciana adinerada, vive solitaria y algo «amargada» con la única compañía de Estela, una niña criada con clase y distinción. Pip comienza a visitar a la anciana y entra en contacto con la niña, que le trata con el distanciamiento y la obstinación propias de su clase. Pip descubre un mundo nuevo en sus visitas a Satis.
Pip comienza a trabajar como herrero, enamorado de una inalcanzable Estela. La señora Havisham le informa de que una fuente anónima le hace entrega de un poderoso capital. La vida de Pip cambia: ahora tiene posibilidades de conquistar a Estela. Son las «grandes esperanzas» de convertirse en un hombre mejor, en un caballero inglés.
Pip es el clásico héroe dickensiano: el huérfano que sueña con alcanzar una vida mejor, las vicisitudes del hombre de clase baja para escapar del cruel destino. Mentiras. El hombre pobre jamás puede huir de su sino, ya que le persigue eternamente (la «fortuna» siempre le será esquiva, como al viejo avaro de «Cuento de Navidad»). Pip recibe una herencia anónima y cree con ello tener acceso a un mundo diferente, pero Pip sigue anclado de su anterior vida, la noticia de la muerte de su hermana le sorprende, nunca será otra cosa que Pip, como Estela nunca será otra cosa que los anhelos de una anciana moribunda.
Satis, la vieja mansión sólo habitada por recuerdos, allí encontrarán la respuesta. La novela ha terminado, ha sido una historia de sorpresas y cambios… Estela, su antigua amada. Las situaciones se han invertido, pero hay algo que nunca cambiará, y es que Pip siempre será ese niño de clase baja y Estela, esa princesa destronada que, fiel a su destino, lo llevará hasta el punto de despreciarse. Infelicidad, siempre.
Satis es el Absalón de Faulkner, un paisaje teñido de recuerdos, cubierto de pinos bajos y grandes ideales perdidos. La vieja anciana hace de Estela la depositaria de sus contradicciones y miedos, las paradojas de una época que, más allá de las claves de hidalguía, ve en la nueva burguesía el acoso y la muerte del viejo ideal inglés.
Dickens respeta las reglas, y los viejos caballeros siempre serán los depositarios del ideal, pero el mundo cambia, y cualquier antiguo presidiario puede hacer fortuna. La vieja anciana, llevada por el mundo antiguo, falla en su intento por hacer de Estela una gran señora, porque todo aquello forma parte del pasado, como una vieja pipa que, con la cazoleta quemada, ya nunca recuperará su sabor, vieja amiga de tardes y palabras.
En este sinsabor cotidiano, parece que todo ser humano está condenado a fracasar. Surge entonces la nueva épica, la ética intachable del nuevo hombre moderno, fiel a los viejos ideales pero, en su sinsabor, ajeno a su factura. En esos finales felices de Dickens, siempre está la nube que se cierne del pasado, sobre un cielo azul despejado. Finales amargos, a pesar de todo.
Dickens creó un universo clásico de héroes y anti-héroes, una obra aparentemente sencilla llena de sinsabores y crueldades. Y es que hay niños que son niños (David Cooperfield), y niños que jamás serán niños (los pillos de «Oliver Twist»), pero también hay hombres que siempre serán niños. Son estos hombres que, pese a la vida, conservan sus ideales. Es la vieja Inglaterra victoriana en la que, aún, se creía en el bien y en el mal. Para ellos, Dickens entregó sus novelas. Un día, un joven Chales Dickens entraría a trabajar como aprendiz de herrero, nunca olvidaría la esclavitud que ello supuso, lejos de sus amados libros, lejos de las historias del Quijote. Y es que, a todos los niños, tenga la edad que tengan, les debe ser permitido soñar.
*Este texto forma parte del libro Grandes Autores de la Literatura. Lo puedes encontrar aquí: