La Galería Ansorena inaugura la temporada con una retrospectiva de los años ochenta y la Movida de Madrid que reúne obras de 40 artistas emblemáticos del periodo.
La muestra congrega raras obras procedentes de colecciones privadas, que apenas han sido vistas por el gran público. También se exhiben revistas, carteles y fanzines y otra memorabilia del periodo.
La exposición ha sido comisariada por el escritor y exdirector de La Luna de Madrid, José Tono Martínez, y tiene lugar con motivo de los 40 años de la Movida.
A finales de los años 70 y hasta bien entrados los años 80 se produjo un movimiento creativo vital, cultural, y social de participación popular que cambió las reglas del juego de lo que entonces se entendía como cultura. Fue la Movida de Madrid, fusión de alta y baja cultura, que cuarenta años va poco a poco entrando en los museos.
Madrid, liberada de su sambenito de ciudad franquista, acogió entre 1978 y 1987 el último movimiento cultural de carácter nacional, estatal: todo un estado de ánimo optimista, libertario, callejero y feliz que atrajo a la capital numerosos electrones libres de otras ciudades. Si bien es cierto que el fantasma del sida acechaba a la vuelta de la esquina.
La Movida afectó a todas las expresiones artísticas: las músicas modernas, el pop, el rock, el punk, y las otras músicas infrecuentes; el mundo de la historieta, del cómic y de los fanzines callejeros; la moda y las modas en el vestir, diseñadas o inventadas; el diseño de objetos aplicado a todas las artes decorativas; las revistas culturales de nuevo tipo, como Dezine, La Luna de Madrid o Madrid Me Mata y otras, herederas de Nueva Lente; el teatro, la literatura y el cine, que dejaron de ser arte y ensayo vindicativo o experimental, para hacerse narrativas cotidianas; y por supuesto el arte y la fotografía, que es el objeto de la presente exposición.
El murmullo de la década sin duda fue musical, pero esta muestra se centra en el arte, esencial a la hora de revisar un periodo estéticamente túrmix, mezcla posmoderna de genealogías diversas donde hacen crush la Nueva Figuración Madrileña, la Transvanguardia y el Neoexpresionismo, el mundo del grafiti, la ilustración, la historieta, y, en un tiempo de desplazamientos y «auras frías», como diría José Luis Brea, la fotografía creativa, intervenida, que ocupa un lugar central en un tablero que no ha dejado hasta hoy.
Artistas presentes en esta muestra: Carlos Alcolea; Luis Baylon; Darío Álvarez Basso; Dis Berlín; Antonio Bueno; Berta Cáccamo; Juan Calonge; Domingo J. Casas; Ceesepe; Costus; Javier de Juan; Gonzalo de la Serna; Joaquín de Molina; Florentino Díaz; Pepe Espaliu; Kiko Feria; El Hortelano; César Fernández Arias; Patricia Gadea; GAD Teatro; Alberto García Alix; Julio Juste; Diego Lara; José Maldonado; Javier Mariscal; Sigfrido Martín Begué; Din Matamoro; Fabio McNamara; Eduardo Momeñe; Montesol; José Manuel Nuevo; Ouka Leele; Jesús Perayta; Luis Pérez-Mínguez; Guillermo Pérez Villalta; Manolo Rufo; Pablo Sycet; Miguel Trillo, Juan Ugalde; Darya Von Berner; Juan Ramón Yuste; Txomin Salazar.
A finales de los años 70 y hasta bien entrados los años 80 se produjo una suerte de momento y movimiento creativo vital, cultural, y social de participación popular que cambió las reglas del juego de lo que entonces se entendía como cultura, hasta entonces patrimonializada por élites tradicionales. En el contexto del debate modernidad-posmodernidad, la alta cultura se deja contaminar por la baja, y se hace fluida, híbrida.
Las músicas modernas, el pop, el rock, el punk, y las otras músicas infrecuentes; el mundo de la historieta, del cómic y de los fanzines callejeros; la moda y las modas en el vestir, diseñadas o inventadas; el diseño de objetos aplicado a todas las artes decorativas; las revistas culturales de nuevo tipo, como Dezine, La Luna de Madrid o Madrid Me Mata y otras, herederas de Nueva Lente; el teatro, la literatura y el cine, que dejan de ser arte y ensayo vindicativo o experimental, y se hacen tragicomedia celestinesca, pasoliniana, juglaresca, nuevas narrativas apegadas a la revolución interna de lo cotidiano; el arte, la performance y la fotografía, ésta finalmente aceptada como arte con mayúsculas: todo ello configura ese divertido fresco iconográfico que hoy, sin anuencia de los protagonistas, llamamos Movida. Y que también, sin acuerdo general, se suele constreñir a la década que va entre 1978 y 1988.
De aquellas derivas han pasado unos 40 años, y poco a poco se van haciendo museo. El epicentro de la Movida fue Madrid, por primera vez emancipada del sambenito de ciudad franquista, y por ello su onda fue centrípeta, atrayendo los numerosos electrones libres de otras ciudades, y, al tiempo, expansiva, afectando a toda España. Sin buscarlo, fue así el último movimiento total de carácter nacional, estatal: un estado de ánimo, transitorio, imaginario, pero que ha dejado huella. Lo llamamos hoy feliz, porque fue muy libre, muy libertario, muy pegado a las calles recuperadas como si estas fueran los dedos del cuerpo de una ciudad. Si bien es cierto que el fantasma del sida acechaba a la vuelta de la esquina.
Hace muchos años escribí una frase que hizo fortuna: «Si viviste los 80 y te acuerdas es que no los viviste». En este sentido, la década de la Movida supone un canto optimista y presentista, un cuestionamiento del principio de autoridad, por la juventud de los actores que se abren paso y hacen del principio del placer y la autonomía personal un mandato ético y estético. Así, es la primera generación que, por ejemplo, incorpora una estética gay o de género diluido, y que no teoriza la diferencia, sino que la practica, despreciando todo esencialismo. El contexto de la década es el de una carencia de medios endémica y el de una ruina generalizada. Pero la ausencia de un estado protector y rico se superará con ingenio, improvisación y espontaneísmo. Pues la Movida no fue dirigida ni dirigista. Fue grupal, local y ciudadana, con acciones que se hacían y deshacían de la noche al día, y que buscaba la “actualidad como capacidad del actuar”, como escribió Pedro Almodóvar por la boca de su personaje Patty Diphusa, en las páginas de La Luna de Madrid.
El murmullo de la década fue musical, pero en esta muestra nos centramos en el arte, esencial a la hora de revisar un periodo estéticamente túrmix, mezcla posmoderna de genealogías diversas donde hacen crush la Nueva Figuración Madrileña, la Transvanguardia italiana, y el Neoexpresionismo de los jóvenes salvajes alemanes, junto con provocaciones muy personales, que nos podrían hacer pensar en los Nouveaux Réalistes franceses. El mundo del grafiti, la ilustración, la historieta, las líneas claras y chungas contaminan felizmente los nuevos medios. Y en un tiempo de desplazamientos y auras frías, como diría José Luis Brea, la fotografía creativa, intervenida, deja de ser comentario para ocupar un lugar central en el tablero que no ha dejado hasta hoy.
Dos precisiones finales. Como siempre sucede en todo corte o antología, ceñidos por un límite de espacio, se hace preciso decir que no están todos los que son. Al tiempo, me parece interesante señalar que una gran parte de la obra seleccionada, al proceder de colecciones particulares, apenas ha sido vista por el público, lo que espero suponga un aliciente a la hora de degustar esta exposición.