Leopoldo Alas «Clarín». Escritor. La Regenta

Martin Cid Martin Cid

Si hay un autor (español) por el que siempre he sentido debilidad es por este nuestro gran amigo Clarín. Cuando reconozco en cada línea de “La Regenta” a ese mi Oviedo natal, el Oviedo de los señores y militares, de los grandes y pequeños hombres, de esa España perdida que, siendo yo aún un niño, pude ver en sus últimos coletazos… En cada esquina vive Clarín.

Permítanme extenderme un poco más sobre este punto: Vetusta respira Clarín, Oviedo nace de la pluma de este gran escritor (zamorano él). Cada vez que he releído las descripciones referentes al casino mi mente vuela hacia los mismos lustrosos lugares que ya de niño visitaba (casi sin cambio con respecto a la obra de Clarín), los pasillos y los diarios, los poetas y los ancianos, los curas y, en una esquina, apartada y, leyendo su libro de versos rotos, Ana, “La Regenta”.

Alguien dijo que España no es país de novelistas. No deja de faltarle razón, no deja de estar totalmente equivocado. Clarín es, junto a Tolstoi, el autor que reconstruye y amalgama las tendencias literarias de un siglo aún por nacer. Todos los novelistas modernos miran, algunos más de reojo que otros, la sombra de Vetusta y sus personajes, perfilados en las sombras del llamado “estilo indirecto libre”.

La novela habla por boca de los personajes y en las voces de sus ecos presentes.

Clarín parte del ideal realista de Galdós (con el que mantenía constante correspondencia) para llevarlo más allá: lo que en Galdós permanece a veces en el exterior se vuelve en Clarín más hondo, psicológico, reflexivo y estético también (en esa curiosa y paradójica forma moderna de ética-estética). Galdós recorre Madrid, describe y pormenoriza, con ritmo candente , va y viene y se detiene, a veces despacio otras con pluma veloz…, Clarín toma el ritmo suave del estilete para retarnos a duelo, para desafiarnos a través de las palabras. Es provocador y elegante, es rococó y es francés, es también, a veces, “demasiado” español.

“La Regenta” es una obra internacional enclavada en el marco del tan temido regionalismo, una isla nacional entre un mar de tendencias. La obra es un hito dentro de la novelística del siglo XIX, a niveles no siempre reconocidos. Aunando el naturalismo las nuevas tendencias psicologistas, Clarín halló un nuevo mundo refugiado en el estribillo ancestral de costumbres encontradas: Vetusta.

Oviedo fue la ciudad que me vio nacer y será siempre la Vetusta de Clarín, de los personajes enfrentados, de la vieja y la nueva Europa… y es que Vetusta es París y Londres, y Madrid y Berlín en el perfil quebrado de una Ana Ozores desdibujada por los recuerdos de otra literatura, de mil ciudades presentes, de otro espejo más.

La vida de la provincia se entremezcla y susurra, cada vez más despacio… La novela se hace auto-consciente y auto-explicativa, prescinde del narrador y clama tanto por una voz ética como por una voz atea, casi vitalista. “La Regenta” comienza desde lo alto, el buitre que mira, pasa a la ciudad y nos presenta a nuestra heroína, nuestra musa y diosa cruel: son las tres personalidades de las viejas deidades babilónicas en puja constante. El mundo ha cambiado, y los viejos ritos han también caído. Ahora la diosa de tres caras es una mujer sensible, que recuerda tiempos de escapadas en barca, tiempos de lecturas y sueños…, han pasado los años y su primera cara es la de “la regenta”, apodo heredado del título de su marido, Víctor Quintanar. Es una mujer solícita como tantas, aburrida y soñadora, pero también diosa.

Nuestra Ana posee consciente los reflejos esquivos de Álvaro Mesía y Fermín de Pas. La reina medita y se deja llevar por esa corriente que ya la arrastró de joven, entre recuerdos de heridas aún abiertas. Es la España de los hidalgos y las damas, de curas y meretrices con rostros respetables, de diosas y monstruos que, al oído, susurran palabras prestadas.

Pero “La Regenta” no termina en esta voz de tres rostros, como Madame Bovary no termina tampoco en su protagonista: es el propio Flaubert el que escribe versos a una diosa que se cree perdida, es el propio Clarín el que, con su perfil de tiránico catedrático, nos insta y despierta, en cada página, en cada renglón magnífico. Doblamos la esquina y encontramos al viejo coronel y al estudiante, al párroco y al esclavo desdibujado, a un Quasimodo y a una Esmeralda, encontramos los pasos de Hugo y las huellas de Rabelais, visitamos España para, sin pausa, mirar deprisa hacia Europa, viejo sueño ilustrado. Los sueños siempre regresan.

Vetusta es vieja y nueva, Vetusta es el Quijote, es también  el Buscón, pero es también Manhattan Transffer que se lee esquivo en un verso de Verlaine. Clarín conjuga la perspicacia psicológica y los brillantes diálogos del mejor H. James con el naturalismo descriptivo de la generación que encabezó Zola, tal vez el mismo Flaubert. Clarín se sitúa en lo alto de la montaña, como Zaratustra, mira con altanería, pero también con pasión y compasión…, mira Oviedo y el París que un día crearon jorobados y escritores centenarios, tuerce la bocacalle y se encuentra con un recuerdo que configura, mucho más que el presente, esta realidad cercana que, poco a poco, se escapa. Ana es España y es mucho más, el toque ético que Clarín nunca perdió… ese Quijote que recita y alecciona, ese caballero español que desfacería entuertos y liberaría a la dama del dragón…, pero también es el Clarín moderno, quizá demasiado moderno, que es capaz de buscar la distancia literaria para describir y abatir, como un cóndor que nos mira, como ese buitre al acecho que descubre la ciudad en las primeras páginas de la novela, víctimas del tiempo: allí estamos nosotros, recorriendo las calles de cualquier ciudad, en cualquiera de estos siglos, pasados y futuros. El halcón nos ríe, tal vez estemos al lado de una mujer casada con un antiguo regente, tal vez seamos seductores o prelados, o tal vez, también, tengamos un sitio entre las páginas de un libro inolvidable, cansado, antiguo y moderno.

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