En un día que de otro modo sería ordinario, un agente del FBI llamó a la puerta del apartamento de Kerri Rawson en Michigan. Dentro, sobre la encimera de la cocina, había un pastel de chocolate, un detalle mundano en un momento que estaba a punto de fracturar su existencia. El agente le comunicó una noticia que desafiaba toda lógica y memoria: su padre, Dennis Rader, el hombre que la había criado, el pilar de su comunidad, acababa de ser arrestado. Era el infame asesino en serie conocido como BTK.
Para Rawson, la revelación fue un cataclismo físico y emocional. El mundo a su alrededor se distorsionó; describió cómo la habitación «se vuelve literalmente más brillante; se oscurece, como que gira». En un intento desesperado por anclarse a la realidad, su mente se aferró a objetos triviales, como libros de cocina o un bolso. Este momento la sumió en lo que más tarde describiría como un «agujero negro de horror e incredulidad». El hombre que conocía como un padre cariñoso, un líder de los Boy Scouts y presidente de su iglesia, había estado usando a su propia familia como una fachada para encubrir crímenes atroces cometidos desde antes de que ella naciera.
En ese umbral, antes de que el horror se asentara por completo, un instinto profundamente arraigado se apoderó de ella. Fiel a las lecciones de su padre sobre la cautela y la desconfianza hacia los extraños, le pidió al agente del FBI que le mostrara su identificación. Este acto, aparentemente simple, revela una paradoja escalofriante que se encuentra en el corazón de su historia. El mismo hombre que le enseñó las reglas básicas de la autoprotección era, en realidad, el monstruo del que necesitaba ser protegida. Su conocimiento sobre cómo un depredador podía ganar acceso a un hogar no era teórico; provenía de su propia y metódica experiencia criminal. Por lo tanto, su papel de «padre protector» no era simplemente una máscara, sino una identidad retorcida, informada y perfeccionada por su vida secreta como asesino. Estaba, en efecto, enseñándole a su hija a defenderse de alguien como él, entrelazando sus dos vidas de una manera que hacía que la verdad final fuera una contradicción imposible de procesar, no una simple mentira.
El Hombre de las Dos Caras
Para la comunidad de Wichita, Kansas, Dennis Rader era la encarnación de la normalidad de clase media estadounidense. Era un veterano de la Fuerza Aérea de los EE. UU., un hombre de familia casado y con dos hijos, y un miembro activo y respetado de la sociedad. Su vida pública estaba marcada por el servicio y la participación: era líder de los Boy Scouts, voluntario en su iglesia y, en el momento de su arresto, se desempeñaba como presidente de la congregación. Como dijo su hija, «no solo engañó a su familia, engañó a toda una ciudad». Esta fachada de respetabilidad era tan completa que le permitió operar a plena vista, oculto «justo debajo de sus narices» durante más de tres décadas.
Sin embargo, detrás de esta apariencia de normalidad se escondía una psique patológica. Desde su juventud, Rader albergaba fantasías sexuales sádicas y violentas que involucraban la esclavitud y la tortura de mujeres «atrapadas e indefensas». Su historia secreta incluía actos de zoosadismo —torturar y matar animales— y fetiches como la asfixia autoerótica y el travestismo, a menudo espiando a vecinas mientras vestía ropa de mujer que había robado. Los psicólogos forenses lo han descrito como un psicópata sádico sexual, un individuo que carece de empatía y no siente remordimiento por sus acciones. Su personalidad es un ejemplo de libro de texto de la «Tríada Oscura» de rasgos psicológicos: Psicopatía: Evidente en su total falta de empatía, su violencia sádica y su escalofriante desapego al confesar sus crímenes; Narcisismo: Manifestado en su grandioso sentido de sí mismo, su anhelo de fama y su necesidad de burlarse de la policía, creyéndose superior e inalcanzable; Maquiavelismo: Demostrado a través de su meticulosa planificación, su capacidad para la manipulación y el engaño, y el mantenimiento de una doble vida durante décadas.
Esta fachada de normalidad no era simplemente un disfraz pasivo; era un arma activa y esencial en su arsenal criminal. Mientras que el estereotipo de un asesino en serie a menudo evoca la imagen de un marginado social, Rader cultivó activamente una imagen de conformidad y respetabilidad. Sus roles como líder comunitario y hombre de iglesia le proporcionaron un escudo impenetrable de confianza social. Esta confianza lo hizo funcionalmente invisible, desviando cualquier posible sospecha. Su vida familiar no era meramente una existencia paralela a sus crímenes; era un componente integral y estratégico de su metodología. Cuanto más normal y comprometido parecía, más eficazmente podía acechar, planificar y ejecutar sus asesinatos sin ser detectado. Para un psicópata organizado como Rader, la actuación de la conformidad social no era una señal de latencia, sino la herramienta más peligrosa de todas.
Un Reinado de Terror Silencioso
El terror de Dennis Rader sobre Wichita comenzó con una brutalidad impactante y se prolongó durante casi dos décadas. Su ola de crímenes, que se extendió desde 1974 hasta 1991, se cobró la vida de al menos diez personas, cuyas edades oscilaban entre los nueve y los 62 años. Su primer acto conocido fue el asesinato de cuatro miembros de la familia Otero, un crimen que marcó el inicio de un largo y oscuro capítulo en la historia de la ciudad.
Fue él mismo quien se dio el apodo que lo haría infame: BTK, un acrónimo de «Bind, Torture, Kill» (Atar, Torturar, Matar), que describía su metódica y ritualista firma. Rader era un asesino altamente organizado y premeditado. Acechaba a sus víctimas, a veces durante semanas o meses, estudiando sus rutinas antes de atacar. Irrumpía en sus casas, las ataba, las sometía a una tortura física y psicológica, y finalmente las estrangulaba. Para revivir sus crímenes, a menudo tomaba «recuerdos» de las escenas, como ropa interior, licencias de conducir u otros objetos personales.
Un aspecto distintivo del caso BTK fue la compulsión narcisista de Rader por comunicarse con los medios y la policía. Envió una serie de cartas y poemas burlones, junto con pruebas de sus crímenes, a periódicos y estaciones de televisión locales. En una de sus comunicaciones, irritado por la falta de cobertura mediática, escribió: «¿A cuántas personas tengo que matar para conseguir un nombre en el periódico o algo de atención nacional?». Este anhelo de reconocimiento se convirtió en el motor de su campaña de terror público.
Después de su último asesinato confirmado, el caso se enfrió y Rader desapareció de la vista pública durante más de una década, convirtiendo el caso BTK en uno de los más notorios casos sin resolver de Estados Unidos. Irónicamente, fue su propio ego desmedido lo que finalmente lo llevó a su caída. Molesto por un artículo de periódico que, en el 30º aniversario de sus primeros asesinatos, especulaba que podría estar muerto o en prisión, resurgió para reclamar la atención que tanto ansiaba. En una comunicación con la policía, cometió un error fatal: preguntó si un disquete podía ser rastreado. Las autoridades, a través de un anuncio clasificado, le aseguraron falsamente que sería seguro. Rader envió un disquete que fue rápidamente rastreado hasta la iglesia donde era presidente. Posteriormente, su ADN fue cotejado con el semen encontrado en la primera escena del crimen. Fue arrestado y, tras declararse culpable, fue sentenciado a diez cadenas perpetuas consecutivas.
La captura de Rader no fue simplemente el resultado de un buen trabajo policial, sino la conclusión lógica de su propia patología. Su necesidad de fama fue tanto la fuerza motriz de sus crímenes como la causa directa de su detención. Durante años, su meticulosa planificación le permitió eludir a las autoridades. Sin embargo, la herida narcisista de ser olvidado fue demasiado para él. Este impulso lo sacó de su escondite, pero su larga ausencia del «juego» lo había vuelto complaciente. Cometió un error tecnológico —el del disquete— que no habría enfrentado en la década de 1970. La cadena causal es clara: el mismo rasgo de personalidad que lo impulsó a matar y a burlarse de la ley fue el que lo expuso. Su caída fue la manifestación de un mecanismo de autodestrucción inherente a su propio narcisismo.
La Historia de la Hija: Reconciliando lo Irreconciliable
El nuevo documental de Netflix, My Father, the BTK Killer, desvía el foco del asesino para centrarse en la historia de su hija, Kerri Rawson, explorando las profundas y duraderas secuelas de sus crímenes. La narrativa se adentra en el trauma de una mujer que debe reconciliar los recuerdos de un padre amoroso con la monstruosa verdad de sus actos.
Una Realidad Fracturada
La revelación de la identidad de su padre «hizo implosionar» a su familia, dejándolos a todos como «víctimas de trauma». Rawson describe la vida después del arresto como una existencia con un «elefante masivo en la habitación», una verdad ineludible que lo tiñe todo. Sufrió un severo trastorno de estrés postraumático (TEPT), ataques de pánico y una profunda depresión. El impacto en su identidad fue tan devastador que sintió que había «perdido a Kerri» durante siete años, como si la persona que era antes hubiera desaparecido. El trauma no fue solo psicológico; la familia perdió su hogar y se enfrentó a un implacable escrutinio mediático que exacerbó su angustia.
Mientras que el sistema legal cerró el caso de Dennis Rader con diez condenas por asesinato, la historia de Rawson revela un undécimo crimen, uno que sigue sin resolverse: la destrucción psicológica de su propia familia. Su sufrimiento representa una cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. La ley define los crímenes de Rader por sus víctimas asesinadas, pero el testimonio de su hija expone un nuevo conjunto de víctimas. El «crimen» contra ellos no fue el asesinato, sino la aniquilación completa de su realidad, identidad y sentido de seguridad. Las décadas de engaño de Rader constituyeron un acto sostenido de abuso psicológico que detonó con su arresto. La «implosión» de su familia fue el acto final y devastador de su reinado de terror, demostrando que la narrativa de un asesino en serie no termina con su captura. El verdadero capítulo final se escribe en las vidas de aquellos que utilizó como su tapadera.
El Padre que Ella Conocía
La lucha central de Rawson radica en la disonancia entre dos realidades irreconciliables. Por un lado, está el monstruo BTK. Por otro, está el padre que ella conocía y amaba. Sus recuerdos y su libro pintan un retrato de un hombre que, en la superficie, era un padre cariñoso, paciente y dedicado. La llevó de excursión al Gran Cañón, le enseñó a cuidar el jardín, la llevó corriendo al hospital cuando se rompió el codo y se emocionó cuando se fue a la universidad. Ella recuerda haberlo visto llorar el 11 de septiembre y lamentar la muerte de familiares, mostrando una aparente capacidad para el duelo y la empatía.
Esta imagen choca frontalmente con el diagnóstico de psicópata incapaz de sentir empatía. La propia Rawson desafía esta definición simplista, sugiriendo que «quizás necesitemos reabrir el libro sobre lo que es un psicópata». El propio Rader ofreció una explicación para esta dualidad, describiéndola como «compartimentación»: cuando estaba con su familia, era «papá o Dennis»; solo cuando estaba solo se convertía en «BTK».
El Camino Hacia el Perdón
Años después de la condena de su padre, Rawson tomó la difícil decisión de reanudar el contacto con él a través de cartas. Para poder hacerlo, estableció una distinción crucial en su mente: «No me estaba comunicando con BTK… Estoy hablando con mi padre… el hombre con el que viví y al que amé durante 26 años». Su camino hacia el perdón no fue un acto de absolución, sino de autopreservación, profundamente arraigado en su fe cristiana.
Ella explica que el resentimiento y la traición la estaban consumiendo por dentro. «Tuve que dejarlo ir porque se estaba pudriendo dentro de mí. Me estaba matando», afirma. Rawson es clara al señalar que perdonarlo no significa condonar sus crímenes, que califica como algo que «no está bien», sino que se trata de sanar la herida personal de la traición. Su fe, que se convirtió en su salvavidas, se había fortalecido años antes de la detención de su padre durante una peligrosa excursión al Gran Cañón con él. En un momento de peligro mortal, se volvió a Dios, una experiencia que ahora ve como una preparación divina para el trauma inimaginable que estaba por venir.
Una Nueva Narrativa de Supervivencia
El documental My Father, the BTK Killer se posiciona como algo más que otra historia de crímenes reales. Es un acto de recuperación narrativa por parte de Kerri Rawson. Durante años, fue definida públicamente por la identidad de su padre, conocida simplemente como «la hija de BTK». Al contar su propia historia, tanto en sus libros como en este documental, se ha transformado en una defensora de las víctimas de abuso, crimen y trauma, dando voz a los supervivientes indirectos de actos de violencia extrema.
El propósito de la película es explorar la lucha por reconciliar al padre amoroso con el asesino brutal, y al hacerlo, ofrecer un poderoso mensaje de esperanza, sanación y superación frente a una oscuridad inimaginable. Es una historia sobre recoger los pedazos de una vida destrozada, sanar de los efectos duraderos de la violencia y, en última instancia, aprender a perdonar lo imperdonable. El documental ofrece una exploración íntima de la vida con uno de los asesinos más notorios de Estados Unidos, contada desde la perspectiva única y desgarradora de la hija que, a pesar de todo, lo amó.
My Father, the BTK Killer se estrena en Netflix el 10 de octubre.

