A veces, hay máscaras que reflejan, en un nevado lago, leve, un rima, un soneto. El rey, cansado, sonríe.
Cuando se habla de un gigante, a veces, hay que ponerse de rodillas. Otras veces, simplemente aplaudir, otras gritar, otras gemir, otras llorar. Dentro de la historia de la literatura no existe nada similar a William Shakespeare. Es un antes y un después, el iniciador del canon que ha regido la literatura occidental y, tal vez, su propio final.
Shakespeare quizá no fue Shakespeare, no entremos en deliberaciones. Se ha afirmado que fue F. Bacon, el propio Marlowe, Edward de Vere… Escribió Umberto Eco acerca de esto: Bacon era en realidad Shakespeare y fue Shakespeare quien escribió las obras del sir. Hay otra teoría que afirma que fue un rico comerciante, más reciente… Y otra aún más divertida que dice que Shakespeare fue asesinado cuando era joven en la Cripta de los de los Capcuhinos en Viena y Bacon había decidido callar tras leer a Emanuele Severino (saque el lector sus propias conclusiones y sonría un poco).
Sea como fuere (que si uno era otro, que si el uno era el otro y el otro un tercero), lo cierto es que bajo el sello de Shakespeare, fuera quién fuese, se conservan obras de una indudable valía que han marcado la historia de la literatura. Los inmortales personajes de Shakespeare ahondan en la naturaleza humana, y van desde la crueldad hasta el misticismo, desde el despiadado rey hasta el honrado escudero del príncipe.
Se hace así inexcusable hablar de este gigante inglés, se hace imperativo que, metafóricamente, nos pongamos de rodillas no ante un autor (si es que existió), sino ante un conjunto de obras de una complejidad y belleza, sin duda, fuera de lo común. En las obras del dramaturgo y poeta he hallado inspiración y sosiego, tempestad y humor, calma, placer y fuego.
Shakespeare
Shakespeare, es, ante todo, un autor base, quizá la pluma más grande que ha dado la historia. La literatura moderna tiene un comienzo en Shakespeare, como el siglo XX tiene un antes y después de Joyce. Y es que, por encima de las novelas que parecen capitalizar la creación literaria de los últimos tiempos, existía un tiempo antiguo en el que el teatro y el verso eran la forma máxima de expresión artística (basta echar un somero vistazo a los autores griegos o españoles). No hay comparaciones: sólo los casos de Fielding y Cervantes podrían, parcialmente, ponerse en este nuestra estrecha balanza (en el sentido de haber inspirado o creado el canon de toda la literatura posterior, novelística en este caso).
Shakespeare cambia no sólo la literatura y su historia, sino la visión que el público tiene de los personajes. Entender el fenómeno de Shakespeare no es posible sin un vistazo pormenorizado de los autores griegos (que alguien dijo que «ya lo habían inventado todo»). Quizá, y desde este punto de vista, las obras de Shakespeare sean nuevas revisiones de los viejos mitos griegos, de sus héroes y semi-dioses, de sus desgracias y, sobre todo, de su inmensa humanidad.
En un mundo en el que todas las historias estaban ya contadas (¿alguna vez no lo estuvieron?), se revisa el universo y se habla del hombre, surge este nuevo movimiento que algunos llamaron «humanismo».
Sí, he de confesarlo, no creo en la figura biográfica de Shakespeare, ni en lo que los ingleses nos han dado en llamar «teatro isabelino». Shakespeare debe gran parte de su éxito a dramas escritos con anterioridad (como todos, claro está). ¿Existe una versión anterior al «Otelo» de Shakespeare? ¿Existen composiciones previas del «Romeo y Julieta» lo suficientemente parecidas como para hacernos dudar, cuanto menos, de su total originalidad? Sí, es probable, ¿exisitieron los celos antes de Shakespare, alguna vez un hombre amó a una mujer antes del 23 de abril de 1564? ¿Hay algo que no esté inventado ya? Nadie parte de cero. Shakespeare es un antes y un después para la historia de la literatura (claramente marcada por el clasicismo inglés), pero antes de Shakespeare se habían planteado las mismas cuitas y dramas, los personajes estaban ahí, listos para ser recreados, en un mundo nuevo, en ese mundo medieval en el que existió un poeta, un artista, un dios, llamado William Shakespeare.
Cada obra de Shakespeare es un mundo, como un mundo es la forma creativa en aquella que hoy nos parece tan lejana época. El concepto (emanado del romanticismo) de autoría aún no era tan importante. Autores como Dante dan, en realidad, poca importancia a su labor de creación, y habría que remitirse, de nuevo, a los autores griegos para encontrar una forma tan evolucionada de arte como la de Shakespeare.
Siguiendo el eco de anteriores comentarios sobre autores, me remitiré a una obra, para, a modo de ejemplo, crear una especie de punto de partida para la lectura de sus obras. En este caso, la labor es casi digna de un escolar castigado sin recreo (dada la magnitud y complejidad de cada una de sus obras). No es el mismo Shakespeare aquel hombre que, probablemente, escribió «El Sueño de una Noche de Verano», alegre, jovial, desenfadado, que el Shakespeare profundo y cáustico de «Otelo» o «El Mercader de Venecia», ni el que escribió los sonetos. Las obras de Shakespeare (tantas veces divididas en tonos como «dramas históricos», «comedias» y demás) alcanzan una profundidad fuera de lo común (¿emanan de este punto las dudas sobre su autoría?).
Hamlet
Repetir la historia más veces contada. Un hombre que se hace pasar por loco, la corona, el padre, la venganza, el círculo que, desconsiderado, abarca a un individuo abocado a un destino cruel. Ser o no ser, que dice el famoso y archiconocido monólogo, frente a la calavera.
La calavera es el padre de Shakespeare, es la historia de Inglaterra (gran acierto llevando la acción a Dinamarca) y es el propio Hamlet. Un gran símbolo. El monólogo comienza con el resumen filosófico, termina como empieza, es un desarrollo que aglutina el universo y los elementos de la comedia.
Hamlet quizá sea la gran tragedia precisamente por ello: el príncipe no es un romántico, pero está en la antesala del romanticismo literario. Una vez, Baudelaire despreció a una amante tras rondarla durante varios años: ¿heroísmo o estupidez? Ser o no ser. Fiel a los dardos del cruel destino, soportándolos, el eco de la corona se hace, una vez más, insoportable, como para el propio Enrique V, antes hijo de pillerías.
Hamlet comparte muchos puntos con el degenerado Hal. Sus historias son diferentes, pero la base es la misma: la tragedia está en debate interno entre el bien y el mal (y quizá la ironía final es que no existe diferencia entre contrarios). Los conceptos, bien lo sabían antes que nosotros, se desdibujan en un océano de palabras y contrasentidos. Hamlet es príncipe y es mendigo, como diría Mark Twain, Hamlet es, con su ser o no ser, la noche y el día. Es jovial y teatral, pero convierte la comedia en la que es autor y parte en un drama, épico: los invasores esperan.
La obra tiene el sabor de lo eterno. ¡Qué fácil pronunciar palabras sobre la eternidad para aquéllos anclados en lo efímero! Hamlet, más allá de su principesca condición, más allá del drama del asesinato de su padre, vive en constante contradicción: ¿amor incestuoso por Gertrudis, su madre? Tal vez las respuestas fáciles nos sirvan para evitar contemplarnos, como sí hizo Hamlet, en el espejo de nuestra conciencia. Odio, odio… Hamlet, consumido por el odio hacia sí, hacia Ofelia, hacia su padre muerto, hacia Dinamarca… Hamlet es la historia de un hombre que finge, Hamlet es la historia de un hombre de teatro haciendo teatro, sincera en su doble moral. El espectro obliga a la venganza.
Quizá, en este mundo de moral plana, en este nuestro reducido universo, en esta nuestra moral de evidencias, Hamlet sea (y será) la parte del espejo a la que no queremos mirar, la parte infantil (¿?), animal… Nuestro fondo más cruel se manifiesta. Más allá de los sentimientos, razonados, casi humanos de Hamlet, se esconde el verdadero drama del hombre: no saber quién es. Despojado de la corona, de su herencia, el ser humano pierde su sonrisa y gana la eternidad. Cumplida la promesa al fantasma, sólo queda el eco, ¿locura fingida? Hamlet, nosotros, miró, miramos más allá del tiempo, de la corona, de la tierra.
Hamlet es la risa y el drama. La corrupción se cierne sobre las espaldas de una Ofelia desdeñada, el mismo Lear lo sabía, ¿a quién le importa? Gran pregunta. Decepcionado, decide asesinarla, ahogado, ya muerto: Hamlet flota sobre un bosque de reflejos pálidos. Las ramas recitan una suave melodía, sobre los recuerdos nevados de Yago y Shylock, de Desdémona… El mundo se hunde bajo la apariencia de rey sin descendencia.
Llevan Hamlet, Shakespeare, la humanidad…, una máscara que sonríe y llora, algunos la llaman locura. Otros, simplemente, verdad.
*Este texto forma parte del libro Grandes Autores de la Literatura. Lo puedes encontrar aquí:
https://www.martincid.com/2017/05/04/grandes-autores-la-literatura-escritores-fantasmas/