Fue una generación algo convulsa, marcada por la guerra y los recuerdos, teñida de palabras y contradicciones… Se les incluye (a veces, muy a la ligera) dentro de aquella generación de escritores argentinos… otros los meten dentro del «boom» de la literatura hispanoamericana (comenzada, dicen, por José Donoso y su genial «Ese Obsceno Pájaro de la Noche»). Lo cierto es que hablar de los Borges, Cortázar… Sabato o Lainez como una generación homogénea es como comparar a Shelley, Byron y Keats, todos miembros de un movimiento, tan diferentes entre sí como tres gotas de una lluvia.
Pero, si bien es cierto que Sabato comparte con sus coetáneos cierto «espíritu de aventura» lingüística (así como los toques fantásticos que todos estos escritores dan a sus relatos)…, Sabato se convierte en un escritor aparte (como, insisto, los antes citados) debido a ciertas características que lo hacen único.
Descubrí a Sabato antes de que la «moda Saramago» hiciera su irrupción en nuestras maltratadas librerías. Ambos comparten (amén de sus historias sobre invidentes) este espíritu aventurero y fantástico, alejado del practicismo habitual y, ya con el tiempo y la superación del Clasicismo (años ha)… Son mundos de fantasía, de pesadilla a veces, en los que el protagonista se sumerge en un mundo nuevo para explorar un nuevo margen de conciencia que le llevará al suicidio o al renacimiento, lo mismo da. De la mano de un lector esforzado, caminaremos por los senderos de La Maga y de Horacio Oliveira, o tal vez de algún Buendía, porque, al fin y al cabo, son los sueños de una generación que careció de timón y que, en su desesperanza, logró formar una síntesis narrativa y de estilo que, muy pronto, se descubrirá y se le pondrá en el lugar literario que corresponde.
Ernesto Sabato nace un 24 de junio de 1911 (lástima, por dos días no coincide con una fecha mítica en la historia) en Rojas, Argentina. Fue el décimo de los once hermanos. En 1929 (mal año) ingresó en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas de la Universidad Nacional de La Plata. Su carrera como científico marcaría definitivamente su posterior existencia literaria.
En estos años, ya se sabe, forma parte de partidos comunistas. Motivado por diversos hechos, huye a París en 1934, en donde permanecerá (viaje arriba, viaje abajo) hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, hecho que parece provocar una grave crisis espiritual, que le hace abandonar la ciencia a favor de la literatura.
En su primer libro, «Uno y el Universo» (1945), Sabato hace una crítica del sistema tecnocrático que parece ir tomando forma y apoderándose del pensamiento humano. Sabato critica la deshumanización y la ruptura de la modernidad para con las viejas formas humanistas (que parecen ya no tener cabida). La influencia de este su primer libro en el resto de su carrera es clara, ya que marcará el comienzo del pensamiento de Sabato (que si bien nunca cambiaría, sí sería objeto de estilizaciones sucesivas).
En 1941 publica la que es la primera de sus tres novelas, “El túnel”, un extraño relato en torno al asesinato y la ceguera, sobre la imposibilidad de comprender el arte y, sobre todo, sobre el hombre, ciego, manco, cojo y castrado, en un mundo que parece incomprensible y ajeno.
Tras “Sobre héroes y tumbas”, llega la que sería la última de sus novelas, «Abbadón el Exterminador», relato heterogéneo en el que los personajes no forman una proceso narrativo coherente, sino que, mediante un hábil collage, configuran un mundo nuevo, literario más que metafórico.
Sobre Héroes y Tumbas
Explicar una novela en unas pocas líneas, si en todos los textos narrativos se hace ya de por sí complicado, en este caso se hace poco menos que imposible.
«Sobre Héroes y Tumbas» es un primer esfuerzo estilístico (que será continuado, quizá de manera mucho más avanzada y valiente en «Abaddón el Exterminador»). En esta novela se narran dos historias paralelas, la de Martín y Alejandra (tiempo actual) y la ejecución del general Lavalle. A esto hay que unirle el genial «Informe sobre ciegos», que continúa la temática iniciada en “El túnel”.
«Sobre Héroes y Tumbas» es la segunda etapa de la tríada de novelas que le darían fama a Sabato. Las tres forman parte de un mismo “corpus narrativo” y no se puede entender una sin la interacción con las otras dos. Esta obra continúa con los caracteres planteados en «El túnel», si bien las formas narrativas son superadas con respecto a esta primera entrega. El ambiente, obsesivo, siempre rayando la locura (quizá el personaje más claro en este sentido sea el de Alejandra, que logra envolver la novela entera) se transforma en personaje al modo romántico (recordemos: fueron éstos los primeros en proponer el «paisaje protagonista» dentro de la narrativa).
Y es que, quizá, sea ésta la gran virtud de Sabato: saber amalgamar toda una rica tradición novelística con el enclave histórico (superando, claro está, al último). Sabato toma elementos de la estética kafkiana (sobre todo en su particular informe sobre ciegos) y de la novela histórica, del realismo mágico y de lo real maravilloso, de la prosa de Dostoievsky y de la crónica policial de Simenon.
«Sobre Héroes y Tumbas» resume lo que ha sido el «boom» de la literatura hispanoamericana y continúa la tradición mítica iniciada con los Graves, Elliot y Joyce. El tiempo, el gran protagonista incierto de la novela moderna, encierra sus fantasmas y la única opción del novelista es desvelar su verdadera esencia, para ello trabaja y en ello ha de poner su talento narrativo. La historia de Lavalle (en un tópico repetido en muchas novelas de esta generación) se apodera del relato pero, a la vez, pasa a un segundo plano. No hay nada que verdaderamente importe, como bien parece repetirnos sistemática y obsesivamente el personaje de Alejandra. Es la metafísica que Sabato plantea en sus ensayos y que tiñe de melancolía y sus novelas: la pérdida de conciencia, el tiempo y los fantasmas (llámense «mitos», como diría Graves, o «demonios de escritor», que diría Vargas Llosa).
Poco a poco, la narrativa de Sabato irá perdiendo coherencia para ganar en intensidad. La historia de Lavalle es un cruel guiño a la más estúpida corriente literaria, esa que pretende esclavizarla y convertirla en un mero instrumento histórico. El hombre, finalmente ciego (sabio) alcanzará por un kafkiano camino la libertad, como Alejandra con su cruel herencia familiar (una extraña predisposición genética a la locura). Como sucede con Umberto Eco, Sabato habla de una herencia literaria (muy faulkneriana) más que de un suceso histórico. La historia es, finalmente, la cruel hazaña de unos personajes presentes marcados por la cruel espada del pasado, también presente. Es la novela, es la corriente jungiana y la famosa escuela de Viena.
Sabato, trágico, se convierte en la vida real en un esclavo de su fantasía, como Alejandra: termina casi ciego, dedicado a la pintura, un Hamlet moderno dedicado a la filosofía, un Kant dedicado al arte.
Algo había sucedido cuando Sabato inició su carrera científica, un spleen pacífico, quizá las imágenes de la radiación salpicando las conciencias adocenadas de un pueblo democrático. Tal vez, la respuesta no sea el cambio político, tal vez la solución sea, como un Dante repuesto, buscar en el propio infierno, en nuestra ceguera más brillante, buscar en el interior la propia crueldad, la que nos lleva a la tortura, la que nos empuja invariablemente a contemplar, día tras día, la maldad en el espejo. Héroes, enterrados… Tiempo, finalmente.