La Propaganda y sus Principios según J. Goebbels

Como decíamos ayer, “propaganda” son los mensajes dirigidos al ciudadano con un interés o fin político y la palabra proviene del latín propagare, que significaperpetuar, acrecentar, extender. Hoy en día se emplea como sinónimo del método de control de masas a través de los medios de comunicación.

*Este Artículo forma parte del libro Propaganda, Mentiras, Doctrina, Estados. En Descarga Gratuita.

Por desgracia, todos los países que han contado con regímenes totalitarios (y personalmente incluiría en esta categoría a algunos países de los falsamente auto-denominados capitalistas o liberales) han adoptado casi idénticas maneras de afrontar el problema propagandístico. Ya en los años treinta, en cierto país que luego sería famoso por iniciar cierta guerra de la que apenas tenemos datos (es ironía, claro: se trata de la Segunda Guerra Mundial) se hablaba de la Teoría de Comunicación de masas y se hacía referencia a la Teoría de la Bala o de la Aguja Hipodérmica. Para explicarlo en pocas palabras: un mensaje breve y violento, un lema que cale hondo en la mente del pueblo.

Joseph Goebbels. Creador de los principios de la Propaganda
Joseph Goebbels. Creador de los principios de la Propaganda. De Bundesarchiv, Bild 102-17049 / Georg Pahl / CC-BY-SA 3.0, CC BY-SA 3.0 de, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=5415572

Así, no sólo en los célebres casos de Rusia y Alemania, sino en el famoso tío Sam norteamericano pidiendo el alistamiento y señalando directamente a un ciudadano invisible que, casualmente, coincidía con el sujeto que contemplaba la fotografía. Esta forma de propaganda, directa y al corazón, tiene mucho que ver con el montaje de atracción, ya que las propias imágenes de Eisenstein han sido consideradas por muchos como elementos propagandísticos que bien podrían haber llenado las paredes de las ciudades. Pero bien, y aquí está la diferencia y también la similitud, cuando nos topamos con el elemento tiempo y varias imágenes o carteles o fotogramas (o lo que sea) entran en confrontación, surge el tono sinfónico que tan bien caracteriza al montaje de atracción.

Volvamos a la propaganda y comparemos el método de los años 30 y 40 con los actuales. Me temo que es la primera vez que seis años en la Facultad de Periodismo me van a servir para algo (salvo cuando me dijeron que me conservaba en alcohol).

Más tarde vendría lo que Noelle Neumann llamaría “La Espiral del Silencio”. Dícese: si alguien calla “algo” se produce una espiral que impide que los otros hablen de ese “algo” (y si hablo aquí de Heidegger y de su “cosa en sí”, que no tiene componente erótico alguno, ya me suicido editorialmente de por vida). Ejemplo: es mejor no hablar de la propaganda actual comparándola con la totalitaria… y esto se hace extensible en todos los medios.

Luego se habla de un método denominado Agenda Setting: ya no se trata de decir qué pensar, sino sobre qué pensar. Dícese: todos vamos a estar en contra del asesinato, así que se trata de plantear que los del otro partido son unos asesinos. De esta manera decimos sobre qué pensar y dejamos la mente libre (ejem, sin comentarios) para que el ciudadano decida (lo mejor, que es exactamente lo que ellos ya habían pensado).

Puede que estos tres “métodos de propaganda” (la expresión, siento decirlo, no es del todo exacta) o “modos propagandísticos (un poco mejor) o (y ya en plena posesión de mis facultades mentales) “sistemas propagandísticos” nos resulten un tanto aberrantes o pasados de moda, pero esto nos lleva al terrible error de considerarnos individuos fuera del sistema de la comunicación de masas y, créanme, nadie en este mundo lo está.

La idea propagandística actual surge de una especie de mezcla entre estos tres sistemas, pero parece que en sus inicios (como siempre) existía una especie de gurú propagandístico llamado (platillos y un poco de silencio…): Joseph Goebbels.

Joseph Goebbels. Creador de los principios de la Propaganda
Joseph Goebbels. Creador de los principios de la Propaganda

He aquí los principios que han servido hasta nuestros días[1]:

Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo.

-Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.

-Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. «Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan».

-Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.

-Principio de la vulgarización. Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar.

-Principio de orquestación. La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas. De aquí viene también la famosa frase: «Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad».

-Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.

-Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.

-Principio de la silenciación. Acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.

-Principio de la transfusión. Por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales. Se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.

-Principio de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente de que piensa “como todo el mundo”, creando una falsa impresión de unanimidad.

Como bien podemos ver, poco ha cambiado (o nada) desde la propaganda nazi hasta nuestros días. Si nos fijamos en el Principio de Unanimidad encontramos claros parecidos razonables con la teoría de Neumann (La Espiral del Silencio). Y es que la propaganda nazi marca un antes y un después en este sentido y todo sistema propagandístico moderno debe algo o gran parte de su éxito a la aplicación de los principios de Goebbels. Cabe reseñar también la propaganda oscura enunciada por Jean-Léon Beauvois, que consiste en crear un a priori positivo (la sonrisa, etc…), pero lo cierto es que los lemas nazis siguen teniendo vigencia en nuestros días y sólo esa famosa “espiral del silencio” parece que nos impide reconocer la influencia que el régimen ha tenido en nuestras “modernas” concepciones de los medios de comunicación y de la identidad “moderna” del Estado. Sin embargo, y volviendo a los diarios de Goebbels, Jean-Léon Beauvois bebe también de sus principios cuando analizaba los discursos de su amigo Hitler y le corroboraba como gran orador, aduciendo a sus estudiados gestos y su perfecta oratoria. La propaganda oscura, por muy negra que ésta sea, parece que también fue citada por el hombre que, antes de suicidarse, asesinó a toda su familia[2].

De ejemplo bastaría un botón (y a partir de aquí las referencias a la sociedad más perfecta del mundo civilizado irán en claro aumento): el hundimiento de las Torres Gemelas en Nueva York el 11 de septiembre del 2001. Bush tenía la reelección perdida según las encuestas y su índice de popularidad por los suelos. Y he aquí que llegó el conflicto. Y he aquí que los “modernos” propagandistas pensaron:

Principio de simplificación y del enemigo único. Osama bin Laden.

-Principio del método de contagio: los adversarios serán ahora los países árabes.

-Principio de la transposición: un ataque claro contra los principios de la religión islamista.

-Principio de la exageración y desfiguración: tras las Torres Gemelas, llegaron amenazas como el ántrax o demás. No contentos con ello, una granja de pollos fue convertida por la magia propagandística en una amenaza nuclear de primer orden.

-Principio de la vulgarización: ¿alguien recuerda el discurso populista del Presidente ante el Senado? Palabras como “Liberty” sonaban a aplauso, a reelección.

-Principio de orquestación: «Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad». Volviendo al punto anterior (y no sin cierta ironía): América es la tierra de la libertad.

-Principio de renovación: siguiendo una amplia tradición de conflictos armados (y, por cierto, económicamente muy viables para algunos), el Presidente no dudó en invadir un país.

-Principio de la verosimilitud: ¿informaciones fragmentarias en lo referente al atentado? Lanzaron globos sonda para confundir a la opinión pública, de tal manera que se evitase hablar de otros asuntos más serios.

-Principio de la silenciación: muy relacionada con la actual Agenda Setting. La televisión norteamericana hablaba sólo de lo que al país interesaba, justificándose en el interés colectivo, en una causa común contra el terrorismo.

-Principio de la transfusión: los nazis emplearon la mitología para “argumentar” ciertas creencias más bien dignas de un cuadro de Salvador Dalí; los americanos apelaron a la “Liberty”, al origen de su nación, a los principios fundadores de los primeros colonos.

-Principio de la unanimidad: fueron unánimes, sí: George W. Bush fue reelegido.

Me temo que estas breves líneas resultan suficientes para mostrar al lector los principales métodos empleados en el siglo XX y principios del XXI. Ya lo dijo Calígula, emperador romano: “La gran tragedia de mi gobierno ha sido precisamente que no ha acaecido ninguna tragedia”. Los emperadores modernos han aprendido la lección, y nunca se debe menospreciar el fuerte impacto de una tragedia en los ciudadanos.

Y volviendo a los enriquecedores diarios de Goebbels y tomando buena nota de lo expuesto en nuestro capítulo dedicado a la religión, y tomando la perla ya expuesta («El socialismo nacional es una religión. De lo único que carecemos es de un líder carismático capaz de eliminar las prácticas religiosas antiguas y sustituirlas por otras nuevas «)… dejándolo cocer cinco minutos y salteándolo con unas gotas de ajenjo, obtendremos el siguiente principio y que nos llevará raudos al siguiente de nuestros capítulos: el Estado es una religión. Parece que los principios de un nazi llamado Joseph Goebbels siguen aún vigentes.

¿Daña el tabaco al hombre en lo más preciado?

Lo dicho: el Estado es una religión y aquí no fuma ni el cura

Intentaremos no hablar demasiado de los nazis porque el cine norteamericano ya nos ha castigado bastante durante estas últimas décadas. Antes hablé del discurso pronunciado por Hitler tras ganar las elecciones. ¿Sabrían decirme con qué palabra terminó el Fürer su grandioso discurso victorioso? La respuesta, aún siendo conocida, nos deja perplejos: Amén.

¿Qué busca una religión? Intentemos por un momento apartarnos de nuestro catolicismo y miremos más allá. Una religión, más allá de prometer la vida eterna, es un código de conducta para el entendimiento público. Una religión conlleva necesariamente un credo, dícese: las creencias comunes que los militantes de esa religión han de creer. Una religión conlleva también ritos y costumbres que los miembros han de practicar. Una religión implica una estética o una serie de imágenes propias que distingan a los feligreses de los otros (los rabinos son en este sentido bastante peculiares). Una religión implica también tener un dios en enfrentamiento con los otros en una especie de guerra.

Y todos estos principios (perdónenme, se me olvidarán muchos) son precisamente y casi idénticamente, los principios que conforman la idea del Estado moderno: una serie de individuos que creen en algo (país, aunque a algunos parece que se les atraganta bastante), una estética (bandera y demás), ritos (los alemanes beben cerveza y los asturianos comen el bollo de chorizo[3]), un dios (en este caso un emisario venido de poco menos que del cielo para ayudar a los ciudadanos en la idea de libertad o la que sea). Y es que, y volviendo al tema del Éxodo y Moisés, la Torah nos relata precisamente el proceso religioso de un dios que entrega un país a un pueblo. Míticamente estamos ante la primera narración sobre la creación del Estado y, perdónenme los escépticos, la idea del Estado se cimenta precisamente en la religiosidad.

Ahora necesitamos para nuestra receta algo más. Necesitamos un código de conducta que nos distinga. Sintiéndolo mucho, voy a hablar de mi tema favorito y lo voy a hacer con la fuerza que me inhala el discurso de cualquier político. Un claro ejemplo de estas prácticas es la eliminación del hábito de fumar en nuestras salubres vidas. No se preocupen que no haré ningún alegato al tabaco, sino que trataré de partir de ese ejemplo para hablar de cuestiones menos baladíes.

Dicen que el asunto comenzó en Irlanda el 29 de marzo del año 2004. Bien, no le echaremos en esta ocasión la culpa a los irlandeses porque de esa isla también salió el bien-amado James Joyce. A partir de ahí el asunto se extendió hasta que prácticamente todos los países se hicieron eco de la prohibición. Una vez más, esa especie de coalición de países llamada Europa se pone de acuerdo para fijar los principios morales de sus ciudadanos.

Pero el asunto va mucho más allá y a partir de este pequeño ejemplo trataremos de deducir lo que realmente buscan las autoridades con esta prohibición. Volvamos a la perla de Goebbels:

Mi partido es mi iglesia y yo creo y sirvo mejor al señor si hago su voluntad y libero a la gente oprimida de los grilletes de la esclavitud. Ése es mi evangelio.

Los modernos estados son laicos y pretender cortar los grilletes con cualquier iglesia. Pero no puede existir un estado sin la idea religiosa. ¿Cómo salvamos entonces a los ciudadanos? Propondremos entonces normas que les salven de la destrucción: prohibiremos fumar pero no prohibiremos fumar, haremos que sean los propios ciudadanos los que al final den las gracias al Estado por promover algo que les vendrá bien: dejar el hábito de fumar.

Pero a la vez el Estado ha de lidiar con la doble moral: una religión sin religión. Es por eso que no se prohíbe el tabaco (y sería un error político en toda regla) sino que se prohíbe su consumo en lugares públicos para así permitir el libre albedrío (concepto que, por cierto, es bastante católico).

Y para los no fumadores: el asunto va más allá del simple consumo de tabaco. Toda una serie de recomendaciones del gobierno (al menos del que cuando escribo estas líneas ostenta el poder, que responde al slogan de ZP) ayudan al individuo a ser mejor ciudadano: carnet por puntos para evitar la muerte (el Estado de nuevo ayudando), normas para llevar una vida sana (postergando así la vida), las constantes campañas de concienciación que no hacen sino recordarnos los afortunados que somos viviendo en un país como éste y la suerte que tenemos de que individuos así cuiden de nuestra salud… todas estas recomendaciones, que si bien no conllevan en principio ningún principio religioso, puestas todas en contacto mutuo nos llevan a la peregrina conclusión que es el Estado y sólo el Estado el que cuida de nuestros intereses, de tal manera que el Leviatán del que ya habló Hobbes se ha vuelto aún más temible, ya que no sólo decide sobre cuestiones públicas, sino que se erige en la verdadera razón última del ciudadano como un dios pretendía ser la razón última del religioso. ¿De ahí la necesidad de los estados modernos por propugnar el laicismo? A veces, los norteamericanos en su modo tan explícito de ver la vida nos muestran mecanismos que al europeo medio permanece oculto a primera vista: los billetes de dólar y su querido “In God We Trust”. La laicidad del estado moderno actual proviene precisamente de la necesidad que tiene el Leviatán de devorar peces constantemente, para así no fenecer carcomido por su propia voracidad.

Así, hasta queda bonito.

Otro asunto bien distinto es la realidad.


[1] Por si alguien duda de mi total falta de principios, quiero decir que esto lo he copiado directamente de la wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Propaganda

[2] Para los muy interesados o morbosos: las espeluznantes imágenes de la familia de Goebbels asesinada y del propio Ministro de Propaganda se pueden ver en un documental llamado «El Experimento Goebbels, diario de un nazi». Título original: Goebbels-Experiment, Das. Nacionalidad: Alemania / R.U. Género: Historia. Dirección: Lutz Hachmeiter. Intérpretes: Kenneth Branagh. Duración: 52m y 52m. Año: 2005

[3] Sé que Asturias no es un país (aún) pero también sé que hay que despertar de vez en cuando la ira ciega del lector atento.

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