41. Novela por entregas. Mar

Desde el Vientre de la Sirena. Martin Cid
Martin Cid Martin Cid

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Ella sonríe porque la mentira siempre sonríe primero en un breve halago y no te roza tu piel ajada pero te mira directamente y sabe qué hiciste y conoce tus pecados mejor que tú mismo pero a ella no le importa y te comprende y te perdona antes siquiera de volver a mirarte tierna y en su sonrisa serena ya no sientes la soledad del oleaje ni el crujido ni los ronquidos ni los quejidos de los que te acompañan pero yo tengo su compañía despacio muy despacio mientras ella se incorpora para marcharse esta noche ya veremos mañana y ella me acompaña durante el día con un leve susurro y me siento ya fuera de mí cuando otra vez sus susurros me acompañan en la noche y cuando ya al fin vuelve junto a mí y acaricia despacio mi mano desde el meñique y sólo la roza despacio pero me basta con que ella esté a mi lado y el sol ya no abrasa ahora y me cuide y me sienta mirar el sol de frente yo sólo yo y ya en la mañana veo su rostro por doquier y en las olas miro sus rubios cabellos que se enredan en mis sueños ya en la brisa sus palabras ya en el horizonte la esperanza de esa noche volverte a ver y escuchar tus palabras claras sinceras, mentirosas siempre.

IX. Puerto de Bristol. 31 de agosto de 1838. Muelle trece

¿Cómo puede haberse detenido?

Ya cargan los víveres y ya sonríe el Saint George.

Desde la noche comenzaron a llenar sus bodegas con barriles de ron y carnes y pan y gigantescas cajas de víveres.

Muelle trece, mal augurio.

No llueve, peor augurio aún en una de las ciudades más lluviosas de toda Inglaterra.

No hay ladrones ni carteristas ni prostitutas que acechen a los marineros.

Ni siquiera los ladrones de la peor clase, los policías.

Sólo hombres en silencio.

Sólo hombres transportando cajas hasta las entrañas del Saint George, anclado en el puerto de Bristol.

Puedo ver la niebla espesa que se cuela en mis zapatos.

Apenas me atrevo a observarla.

Es extraño, mi reloj se ha parado y no consigo darle cuerda.

Pero tantas y tantas veces nos gusta que nos mientan, ¿quién puede negarlo?

Una vieja me mira desde lejos, apenas la distingo por la sal que inunda mis ojos.

Definitivamente muerto, un reloj estropeado y no habrá tiempo ya para llevarlo a reparar, qué importa.

En alta mar el tiempo se relaja y te acaricia y siempre es la misma que se repite mientras el tiempo congelado te recuerda que el viaje un día comenzó.

La vieja busca entre los escombros algo. Me resulta repugnante.

El Saint George me espera.

Ya sin prisa.

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