Leon Tolstoi. Escritor. Guerra y Paz

Martin Cid
Leon Tolstoi

Como ya sucediera con Dostoievsky, el acercamiento a la figura de Tolstoi nos plantea un esfuerzo, no ya por la narrativa o el estilo (tan claros como efectivos), sino por la distancia y la paradoja que el carácter ruso nos plantea. Los pasajes, ahora teñidos de lirismo, se han tornado grises, las viejas estepas han desaparecido, los príncipes y mendigos de aquellas tierras se han vuelto humildes, pugnando por sobre-vivir. Sobre las líneas aterciopeladas de Tolstoi se destila un aroma muy europeo, ese aroma emanado de Pushkin, la perspicacia de Dos-toievsky y algo de la ironía «sutil» de Gogol. Tolstoi, quizá el más europeo de los grandes novelistas rusos, está anclado en toda esta corrien-te de finales del S. XIX en la que las clases altas, a las que el mismo Tolstoi pertenecía, dejaban paso al ideal ruso del campesino.

Resulta un placer escribir sobre algunas personas, y por eso mismo, resulta gratificante dedicar unas líneas que, de manera admi-rativa y agradecida, sirvan como tributo a una de las plumas más abyectas, sinceras y perspicaces de la historia de la literatura.

Liev Nikolaievich Tolstoi nació en Yásnaia Poliana, Tula (Rusia) en 1828, hijo del Conde Nikolai Ilich Tolstoi y la Princesa Maria Nikolaievna Volkonski. El joven Tolstoi demostró ya desde temprana edad una sensibilidad superior y un espíritu crítico algo fuera de lo común. Sin duda, la temprana muerte de sus padres (tuvo que ser criado por sus tías) marcaría el carácter sensible y apasionado del nove-lista.

Ingresó, para cursar Leyes y Lenguas, en la Universidad de Kazan. No tardaría mucho en abandonarla debido a la creciente insatis-facción que los métodos de enseñanza le producían (hay cosas que no cambian nunca). Ingresó en el ejército y estuvo destinado en el Cáuca-so. Plasmó todas estas aventuras en Sebastopol (1956), basada en sus experiencias durante la Guerra de Crimea.

A estos primeros años corresponde también la trilogía formada por «Infancia» (1952), «Adolescencia» (1954) y «Juventud» (1956). Estas tres novelas, unidas a la correspondencia con Sonia, nos dan la más fiable información sobre la vida del novelista (y ensayista).

Vuelve a Yasnaia Poliana, la granja familiar. Allí, fruto de sus malavenidas experiencias durante su educación, funda una escuela para campesinos (todo ello muy al estilo de una de las grandes influencias de su vida: Jean Jaques Rousseau).

En 1862 contraería matrimonio con la que sería una influencia decisiva en la obra del novelista: Sonia Andréievna Bers. Junto a ella escribiría las dos obras principales, «Guerra y Paz» (1869) y «Anna Karenina» (1877). Las malas lenguas hablan de Sonia como verdadera autora de las novelas (sobre todo de la segunda, aunque existen versiones que afirman que se circunscribía a hacer apuntes sobre los origina-les). Sea como fuere, se trata de uno de esos extraños casos (¿?).

Sin duda, «Guerra y Paz» forma parte de la primera evolución dentro de la novelística de Tolstoi. Si bien el fondo se encuentra ya esbozado en «Sebastopol», el diseño de personajes y el tratamiento interior de los mismos nos hacen pensar en una evolución (interior o literaria, no importa) muy importante. Pero si «Guerra y Paz » conjuga las dos corrientes de manera prodigiosa, es en «Anna Karenina» donde el autor ahonda más profundamente en el sentido de los personajes y el «anhelo de libertad» que ya había esbozado en la primera.

Ambas obras son reflexiones sobre los mismos puntos, enmarcadas en un contexto social común, si bien la exuberancia de la primera obra deja paso a un pesimismo mucho más marcado. «Guerra y Paz» es la exaltación de la lucha por la libertad, mientras que «Anna Karenina» es la obra de un autor que ha perdido la fe en poder lograr la libertad.

Tolstoi terminaría sus años (como ya hiciera su coetáneo Victor Hugo) escribiendo ensayos sobre arte y espiritualidad (destacare-mos «Confesión», escrita en 1882). En 1899 terminaría la que sería la última de sus novelas, «Resurección».

Liev Nikolaievich Tolstoi moriría en la estación el 20 de noviembre de 1910, cuando había decidido dejar atrás la que había sido su vida de posesiones, éxitos y títulos. Casi centenario, el Conde Tolstoi dejaría el legado de la la obra realista más perfecta que se ha escrito hasta nuestros días.

Guerra y Paz

Estamos ante un monumento, una de esas catedrales góticas que se edificaban sin tener en cuenta el nombre del arquitecto y su época. «Guerra y Paz» (lo digo yo, lo dice Kerouac, ¿quién no lo diría?) constituye la obra más perfecta y la culminación (junto con quizá «La Regenta») de la literatura realista. El molde clásico, nunca definido, sólo sugerido, toma en esta novela tintes épicos, melodramáticos, lingüísticos, psicologistas, antagonistas, republicanos, monárquicos y anárquicos. «Guerra y Paz», desde su extensión hasta su recreación de personajes, es una obra ambiciosa y sin freno, quizá la obra más grande de la literatura moderna (y tal vez de todos los tiempos).

Tenemos que recordar a Victor Hugo, su manejo de las masas y la manera pictórica con la que definía los personajes. Separados por la estepa, la educación y algunos años (pocos), ambos creadores realizan un cuadro en forma de epopeya de un período histórico (Victor Hugo hace un fresco sobre Waterloo y Tolstoi sobre las invasiones rusas de Napoleón). Hay muchos puntos en común, tanto en tratamiento como en acercamiento a la psicología de los personajes. Sin embargo, Tolstoi tiene algo de lo que Hugo carece: temperamento ruso. Al igual que sucede con Dostoievsky, Tolstoi no puede dejar de amar a sus personajes. Los ama con ternura y afectación, casi melodramático. Es el sino de los novelistas rusos del XIX. Pero, mientras Dostoievsky es el autor de los espacios cerrados, Tolstoi es el novelista de los espacios abiertos, de las casas de campo y de las grandes expediciones por la estepa, en las que la naturaleza tiene un papel preponderante.

La grandiosidad de «Guerra y Paz» reside, tal vez, en lograr amalgamar en apenas mil páginas todo un siglo y el cambio latente entre modernidad y clasicismo. Es la obra que, siendo modelo y enteramente clásica, antecede los movimientos posteriores (Stevenson Hardy, James). La acción bélica no es un subproducto de las motivaciones psicológicas, ni siquiera al contrario. Hemos leído tantas novelas en las que los actores sólo sirven para acompañar períodos históricos… «Guerra y Paz» es grandiosa precisamente por ello: los personajes se ven abocados a su propia libertad, la suprema libertad de convertirse en títeres o verdugos.

Comparar «Guerra y Paz» con cualquier otro texto se hace casi un «insulto a la inteligencia». La suprema definición de los perso-najes (sólo igualada, quizá, en Anna Karenina) sirven de marco estructural a la guerra de antagonismos que dan título al libro. La dualidad sugerida es dualidad en el conflicto y en la calma, y el novelista entiende desde su perspectiva de alto aristócrata la estupidez de su propia posición. La obligación del noble era luchar por aquel paraje inhóspito llamado Siberia que nunca conocería, por las gentes que viven maltre-chas y despechadas. Así, en una evolución marcada principalmente por el carácter del príncipe Andrei, las clases sociales se pierden y se amalgaman: es el espíritu ruso contra la gran ambición francesa.

Leyendo por aquí y por allí encontré distintas interpretaciones sobre la novela que, mal común, trataban de resumir la novela en una frase (sea ésta la que sea): todas tan equivocadas como ciertas. De una obra mediocre, a veces, se puede obtener una conclusión tal vez acertada; de una obra grandiosa se obtienen mil conclusiones dispares.

El gran acierto de la novela es, precisamente, éste: los personajes se disparan sin freno en la lucha. De la calma inicial, Tolstoi nos lleva hasta el supremo caos del conflicto. Es un conflicto creado en torno a estructuras y acontecimientos, impreso en la historia. ¿Son títeres en torno a la idea naciente del «nuevo imperio»? Libertad, la gran idea, la vetusta entelequia. Arrastrados al conflicto, el hombre, en ese estadio de aparente indiferencia, enfrentado al instinto de supervivencia, encuentra el grito de libertad que se desgarra en el interior.

«Guerra y Paz» es uno de esos textos irrepetibles, tanto por su extensión como por su tratamiento. Se trata de un poema sinfónico en el que las partes del texto se integran narrativamente en el contexto histórico que las enlaza. Más allá de las creencias sociales del conde, el texto destaca por la profunda humanidad de sus personajes y, sobre todo, por la nunca igualada evolución de sus caracteres. Fruto de la reflexión y el tiempo, es una obra tan perfecta como llena de defectos, que nunca jamás se hace aburrida y, que, nunca más, podrá ser repeti-da.

*Este texto forma parte del libro Escritores y Fantasmas, Grandes Autores de la Literatura. Lo puedes encontrar aquí:

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