Un viejo duque, inmortal, convertido en piedra sobre la colina…, un castillo nos habla. Sobre el eco presente, sopla el viento. Más allá, sólo un bosque de imágenes.
Manuel Mujica Láinez es uno de esos escritores que algunos han dado en llamar «inclasificables», tanto por su estilo por la variedad temática que este argentino de ilustres orígenes ha logrado crear. Láinez es recordado por obras como «El Escarabajo» o «Bomarzo», así como, sobre todo, la fuerza de su herencia literaria y el profundo eco de lo argentino. Clasificar a Láinez como un «novelista histórico» o «fantástico» sería, sin duda, un gran error, como sería un error introducirlo en aquellos que otros han dado en llamar (no sin razón) «alta literatura», siempre decadente.
Los temas de Láinez no son, como sucede en Zola o en tantos otros, apologías del proletariado o denuncias sociales. «Que nadie me pida que cuente sobre las masas obreras porque no tengo idea de lo que es eso», diría en cierta ocasión. Láinez habla sobre lo erudito y lo altivo, sobre lo decadente y lo profano, sobre la divinidad inherente en unos personajes nacidos para ser olvidados. Los personajes de Láinez tienen algo en común: la constante búsqueda de la grandeza, heredada o no, artística, social, mitológica. Lo divino en un mundo que se desvanece, sobre lo eterno, lo figurado y lo aristocrático, sobre la guerra entablada entre este ser humano que, desgraciadamente, está condenado a volver a nacer.
Manuel Mujica Láinez es hijo de Manuel Mujica Farías y Lucía Laínez Varela, descendiente del fundador de Buenos Aires, Juan de Garay,del poeta Florencio Varela y de tantos otros. Láinez ama profundamente Argentina, la ama desde dentro, la exporta y la trasciende. Láinez es, quizá, el más argentino de los escritores argentinos (tan internacionales siempre). Se recogen esta esencias en «Los Porteños» (obra que tuvo su póstuma continuación). Historia, una vez más, ensayo, novela, siempre.
Láinez es un apasionado de la biografía, de la historia, del arte. Ya en su primer libro de cuentos («Aquí vivieron») mezcla lo real y lo fantástico. Volverá a hacerlo, volverá a sus temas, nunca terminados. Describe, cita, enriquece, inventa y se ciñe a lo real para superarlo, narra y ensaya, refleja, se reencarna.
No pertenece a los derivados del «realismo mágico», Láinez bebe y enriquece a todos ellos. Es una prosa culta, amanerada a veces, retruécanos y giros, repeticiones constantes, es el ritmo de un tango, reencarnaciones y muertes, historia transmutada.
El escarabajo narra la historia inventada, real.
Bomarzo
Bomarzo es la historia del noble italiano Pier Francesco Orsini, Vicino para los pocos amigos que tenía. Vicino (con cierta sorna, amigos, sí) es jorobado, cruel, bisexual, diletante, amigo de la magia y, sobre todo, noble.
Mujica Láinez compone así, valiéndose de este elaborado personaje, un complejo fresco de ese período «oscuro» de la humanidad llamado Edad Media, incluyendo anacronismos, falsos testimonios. Por Bomarzo desfilan Miguel Ángel, Benvenuto Cellini, Cervantes, Carlos V y demás personajes históricos que han dado a la obra el nada claro epíteto de «novela histórica».
Pero «Bomarzo» es mucho más que una «novela histórica». Los personajes «reales» dan credibilidad a la historia (si bien es cierto que en ocasiones no ayudan excesivamente a la trama, pero no podemos acusar al esteta que fue Mújica Láinez de ser algo parecido a su espejo). «Bomarzo» es la recreación de un período a través de uno de los personajes. Vicino es un Orsini, rival de los Borgia, rival de los Farnesse y de los Colonna, grandes familias en aquella eterna lucha de poder real, religioso, familiar o territorial, siempre en guerra. Vicino se cría como la «oveja negra» de la familia, objeto de burlas de sus hermanos y padre (mucho más «medievales» que él). Así, en Vicino se juntan las dos raíces de este período, propuestas en antagonismo: la brutalidad de aquellos tiempos de guerreros y el clasicismo (ya decadente) heredado de los tiempos ancestrales, siempre presentes en aquellas grandes familias.
Vicino-Láinez hace uso de numerosos anacronismos para mostrar precisamente este decadentismo (que muy bien nos recuerda a lo que sería un Baudelaire de «barrio alto», muy alto). Hay referencias constantes a Freud, al mismo autor de «Las Flores del Mal» y a otros muchos escritores nacidos posteriormente al tiempo en el que, se supone, está escrita la novela. ¿A quién le importa? Láinez es perfectamente consciente de este hecho y juega con ello para crear incertidumbre hasta el final. Los trucos de magia con los que que el duque de Bomarzo juega no son tan diferentes de los empleados por Mujica Láinez: Vicino nace en el engaño como nace Láinez, hijo de la verdadera literatura, de aquélla clásica y veraz en un juego de espejos, truculento y real. El duque de Bomarzo se enfrenta constantemente con su imagen desfigurada, unas veces transfigurada en el rostro de un demonio, otras en sus propios sueños, otras en sus palabras. Engaños, bellas mentiras reencarnadas.
Si hay algo a destacar del libro (y mucho hay) es precisamente el empleo del lenguaje. Láinez, descendiente de aristócratas, hace uso de las historias y de los clásicos (a destacar los «sutiles» juegos lingüísticos con Ariosto, autor del «Orlando Furioso»), empleando las expresiones de la época y las historias que, enrevesadas por el tiempo y una mente deformada, han llegado a nosotros. Y es que,paradógicamente, Láinez no pretende hacer historia, sino Historia, y es que, ya lo decía Unamuno, la novela es quizá la más veraz de las historias. La realidad, comprobada o no, poco importa, sino la visión poliédrica y barroca de este noble medieval.
El bosque, siempre el bosque, leit-motiv de los deseos y aspiraciones. Vicino descubre una ruta secreta dentro del castillo de Bomarzo, allí instalará su gran obra, el «sacro bosque». Son imágenes que resumen una vida, una época. Contrariamente al gusto clásico de Pier Francesco, el bosque se plaga de imágenes casi neo-góticas (se puede visitar en la provincia italiana de Viterbo). Pero las estatuas no son reales, son construcciones de los sueños, superación de un manierismo próximo, aspiración clásica, descripción estructuralista… Todo cabe en el «sacro bosque», porque todo cabe en el aristócrata con toques de mendigo altivo.
El duque de Bomarzo yace sobre su escritorio, reflejo que nos mira, amanerado.
«Bomarzo» es una novela larga, difícil (sobre todo en estos tiempos de personajes amables y groseramente estúpidos), pero es también una novela apasionante y compleja, repetitiva, poética y siempre novedosa, pretérita, moderna, paradógica, cruel, europea, profundamente argentina…, mentirosa y, sobre todo, falsamente sincera, verdadera.