Cuando el tiempo se quiebra, cuando la razón se consume, esquiva, en ese espacio que linda entre el espejo y el sentimiento… es entonces, ¿sólo entonces?, cuando surge ese sentimiento que nos aleja de lo pagano y nos acerca, despacio, a nuestra propia sombra.
Dicen que tenía por nombre Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti Farugia, pero la sombra ignoraba su verdadero nombre. Simplemente, desde el fondo de aquella oscuridad sin fin, escuchaba: cada tarde el sonido de las fábricas que regresaban, cercanas, mientras su padre combinaba extraños elementos. El joven Mario lo miraba atento, sin perder detalle. El que con el tiempo llegaría a ser un reconocido escritor, miembro de la generación crítica, esa nunca olvidada generación del 45, miraba con admiración a un hombre que hablaba idiomas y soñaba, una vez más, con una sombra que, presente, se desdibujaba un poco más.
Benedetti pronto abandonó su Uruguay natal, ¿dónde está tu sombra, poeta?
-Permaneció en Montevideo, nunca quiso huir conmigo.
¿Huyo realmente el poeta? Perseguido, odiado, tuvo que buscar refugio en Argentina, luego en España… pero su sombra no le acompañó. Es ese extraño momento en el que el exiliado reza, al amparo de las palabras, por volver a encontrar sus raíces.
¿Huyó? Me obligaron. ¿Huiste? Huí. Ya lo dijo algún maestro, extraño en tierra extraña: sólo en el exilio podemos sentir lo que hemos dejado atrás, sólo en el exilio añoramos lo que perdimos, sólo en el exilio podemos sentir, despacio, la sombra ausente. ¿Y dónde encuentras refugio? No existe, amigo mío, soy ya un exiliado. El que alguna vez escapó, no tiene derecho a volver. Me retiré de la batalla, eso hice.
-Dicen que sus obras son directas, sinceras, puras.
Porque así buscaba mi sombra, amigo mío. Dicen que cada tarde pasea por las calles de Montevideo, que cada tarde se asoma desde su buhardilla y me busca en cada esquina, entre las gentes y sus susurros, que cada noche duerme intranquila bajo almohadas de otras sombras, porque no están solas, porque son muchos los escritores sin sombra, exiliados con patria.
Despierta, amigo, despierta. Anoche regresé a Uruguay a buscar a mi sombra. Era ya un hombre cansado de recitar y soñar, de vivir y cada mañana sobre un verso morir. La busqué en su buhardilla, pero ya no estaba; la busqué entre otras sombras, allí había estado un tiempo; la busqué entre las calles grises de las que tanto había escrito, entre las que tantas historias se habían perdido; entre las nubes y entre los árboles, entre los campos y sus muertos.
Encontré mi sombra entre mis versos, en mis novelas… donde siempre estuvo, donde ya por siempre yacerá.
*Este texto forma parte del libro Escritores y Fantasmas, Grandes Autores de la Literatura. Lo puedes encontrar aquí:
https://www.martincid.com/2017/05/04/grandes-autores-la-literatura-escritores-fantasmas/