CAPITULO 854
Mi mano camina sola a través de las líneas del papel y no soy yo quien la observa ni controlo mis movimientos ni mis palabras. ¿Cómo podrían aún ser las mías? ¿Me llamo Thomas, Pierre Thomas? Recuerdo el día de mi nacimiento ahora. El momento en que miré a mi padre, maldito bastardo, maldito por haberme engendrado, maldito por estar ahora aquí, explícame qué es el tiempo, ¿acaso puedes? Recuerdo también a mi madre mientras agonizaba en la cama. ¿Por qué lo hizo? Siempre fue cruel, siempre fue mi padre. ¿Le reconoces ahora, Pierre? Calla, calla y navega. ¿Por qué no haces que sople el viento? Tu padre te odiaba igual que odiaba a tu madre, igual que odió al hijo que mató con sus propias manos. ¿Fue ése mi padre? Tal vez por eso nos abandonó, tal vez por eso comprendí lo que alguna vez fue el tiempo, lo que alguna vez fue perderlo todo y el abismo. Lo fue y tú llevas hoy su apellido. Calla, calla y navega por los siete mares. ¿Conoces la historia de mis hermanas, marinero? Soy oficial. Olvida y calla, marinero.
Pero a pesar de lo extremadamente rubio de su pelo y de la blancura de su piel, lo que más llamaba la atención de Pierre Thomas eran sus dientes, resaltaban aun estando rodeados de aquella lechosa piel. Con unos dientes así, grandes y hacia fuera, no se puede tener cara de listo, y él lo era, pero tenía que demostrarlo constantemente lo que le daba aquel aire inquieto
Tiempo es la gota que perdí en el mar, tiempo es la oportunidad que perdiste y el hijo que perdiste, sirena, perdiste, perdiste, perdiste.
y asustadizo, siempre temeroso de que alguien se riera de él y, como era un hombre de honor, tuviera que batirse, cosa que nunca le apetecía demasiado. Al principio de conocer a alguien, y menos si era tripulación, jamás se reía, pero cuando ya había demostrado su conocimiento de la navegación solía hacerlo creyendo que ya se había ganado el respeto de los otros.
Ahora te lo explicaré, Pierre. El tiempo es perder un hijo en un océano, el tiempo es la gota en tu sonrisa y el mar que no te llena, ese mar que llega, poco a poco, despacio, despacio, despacio pero que no llega y que, al final, comprendes y te ahoga. El tiempo es lo que nos queda y lo que nunca tuvimos, ese padre bastardo que te engendró rubito y pecoso y sonriente, ¿recuerdas ahora el espejo? Esa madre que nunca te quiso porque en secreto quería una hija, porque sólo una mujer ama y entiende a otra mujer.
Pierre Thomas es demasiado joven para ser el segundo de abordo. El capitán Dover lo sabe, pero está demasiado borracho como para tomar cualquier decisión. Mirada fija, perdida, a veces escribe sin que otros marineros le vean, para disimular, piensa en el tiempo y en su madre moribunda, en el náufrago y en aquella mujer rubia de dorados cabellos.
¿Han quemado al crío? Me alegro.
Que su sangre arda y que sus venas se consuman como lo hicieron las mías en sal, como lo hizo mi deseo carente, como lo hizo el tiempo que no me quedaba que no me quedase que nunca me quedó que nunca tuve, esta eternidad que ahora sufro.
Ardió mientras todos lo mirábamos.
Ardió el pequeño náufrago y su madre no pudo hacer más que mirar.
Estaba ya muerto.
-No, pequeño Thomas, no lo estaba como no lo está la sirena, sólo dormido con ojos envueltos en pústulas amarillentas, sólo cubierto de enfermedad, sólo esperando a escuchar a su madre llamarle, ¿puedes oírle? ¿Puedes oírte?
¿Ardí aquel día? ¿Prendieron mis venas en sal? Aquí estoy, viva, Pierre Thomas. Escucha mi historia.
El tiempo es la gota que queda en el mar y ese último sorbo de la botella, ése que esperas que te devuelva la esperanza. ¿Demasiado joven, demasiado rubio? ¿Demasiado estúpido? Llegamos al Cabo de Hornos, y aquí empieza nuestra historia, mientras los negros se comen unos a otros, mientras vuestra mujer os es infiel, mientras aquélla en la creísteis cambia de forma y rostro y piel. ¿Quieres verme, Pierre, de veras quieres verme?
Thalía, la sirena
Creta
El escultor la miró y sintió que estaba viva, ¿cómo podría ser? La miró otro momento más, sin apenas pestañear… sí, definitivamente le había mirado.
-¿Dónde habéis encontrado esto? –preguntó sin demora el griego.
-En la playa –respondieron al unísono los gitanos.
Se trataba de una roca antigua bastante endurecida sobre la que descansaba lo que parecía ser el torso de una mujer alada, mitad sirena mitad ángel.
-¿Dónde? –volvió a pregunta el escultor.
-Cerca de las rocas, en la playa –musitó el más sagaz de los gitanos (lo que no era decir mucho)-. Buena roca, buena –continuó mientras golpeaba la figura con los nudillos para que el escultor comprobase su dureza-. ¿Sirve? Buen precio, muy bueno.
-Apartaos –ordenó finalmente el escultor y dispuso su mano derecha entre los pechos de la figura.
Sí, aún latía.
-Daimon –sentenció el escultor.