El Constante Cambio

Martin Cid Martin Cid
El Constante Cambio
El Constante Cambio

Es lo que tiene hacerse mayor: no hace demasiados años no teníamos ni móviles y los ordenadores eran una birria que parecían poco menos que calculadoras y se bloqueaban con nada (no existía el hotplug, qué técnico y nostálgico me pongo). No se lleven a engaño: adoro los móviles y me encanta pedir la comida por internet. Ahora puedo ir de un sitio a otro con el móvil y no tengo que molestarme ni sacar el carnet (nunca lo hice). No, no digo que cualquier tiempo pasado fuera mejor ni voy a defender lo carpetovetónico a golpe de martillazo: hoy vivo mejor y lo reconozco, aunque no es lo mismo.

Supongo que, aun no siendo Proust, se echa de menos la infancia y la maldita colección de cromos que, hoy por hoy, no tiene demasiado sentido. ¿Una foto de Messi? San Google nos brinda miles en 0.3 segundos (dato no comprobado, que nadie me demande) y no tenemos que memorizar tanta fecha estúpida porque lo podemos saber al instante. El otro día me vi con alguien (profesor) que no dejaba usar el móvil y decía que lo mejor eran las bibliotecas… en fin. Con internet tenemos datos y datos y millones de libros digitalizados accesibles a través de un pequeño aparatito (o de uno grande, ya va en gustos). Pero, reconozcámoslo, tenía su gracia lo de ir a la biblioteca a ver qué encontrábamos por allí. No es que hubiese muchos, vale (unos cuantos sí que había, y no soy tan chulo de decir que me los lei todos). Iba una vez a la semana y me traía dos y alguno que me compraba y tal…

Lo de los video-clubs también tenía su gracia. Eran caros, vale, y a mí sólo me dejaban alquilar un par de películas por semana por eso de que tenía que estudiar y tal (que nunca lo hice, con o sin película) pero el acontecimiento era… la ilusión y tal. Hoy, te pones la Netflix por diez euros y listo, Calisto. No, no soy tan estúpido como para afirmar que lo del video-club era mejor porque, a pesar de la ilusión de acudir a uno y seleccionar cuidadosamente a película, la mayoría seguían siendo una porquería y hoy en día en un par de clicks tenemos una infinidad de opciones (y no voy a entrar en el precio, porque hay una cosa llamada torrent que en fin… sale baratilla la cosa).

Amazon está genial y sólo espero a que vendan tabaco para ya dejar de ir al estanco. Sí, te lo traen al día siguiente y llega todo genial y lo puedes devolver y demás… claro que no pierdes la maldita tarde en el supermercado mirando cosas que no te interesan. Es llegar y listo, ahí está todo. ¿Es igual que verla? No, pero mira… tiene otras ventajas que ni soñábamos cuando éramos jóvenes.

Cuando estos millenials crezcan también echaran de menos sus viejos smartphones, ya veréis, dirán que eran chulos comparados con lo que salga dentro de veinte años (que te llevará al espacio si la cosa va por los mismos derroteros). Es sólo cuestión de edad y afirmaran que los zumos de entonces (por ahora) eran más saludables y  que (entonces) la comida se habrá empobrecido y demás.

El tiempo, el tiempo y el cambio. También Marco Aurelio se sentía así (lo cito porque es el que sabía escribir) y la Roma que él vivió ya nunca más existiría y bueno… no he vuelto a coger un lápiz o un bolígrafo en mi vida y mi pluma (de oro, qué novel) dudo que siga funcionando. Escribía fatal y me juraron que eso de escribir bien era importantísimo para mi vida y mira ahora: casi veinte años sin escribir en papel (insisto: ni yo lo entiendo).

El tiempo, el tiempo. Es sábado y estamos nostálgicos, supongo.

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