El principado de Mónaco existe menos como un estado-nación y más como una curiosidad geopolítica, un enclave soberano donde la densidad de la riqueza distorsiona la atmósfera misma. Es una ciudad vertical de cristal y hormigón aferrada al borde del Mediterráneo, una fortaleza de exención fiscal y vigilancia donde la lente de la cámara es tan omnipresente como el vehículo de lujo. Aquí, la seguridad es la principal exportación y la privacidad la importación más codiciada. Es un lugar donde el contrato social es explícito: el silencio se intercambia por seguridad, y la visibilidad se gestiona con la precisión de un tallador de diamantes. Sin embargo, como dilucida con escalofriante precisión el nuevo documental que llegará próximamente a Netflix, ninguna fortaleza es inexpugnable cuando la amenaza se origina dentro de sus muros.
Asesinato en Mónaco, dirigido por Hodges Usry, aterrizará en la plataforma de streaming en breve, arrojando una luz cruda y de alta definición sobre un evento que una vez amenazó con destrozar la imagen cuidadosamente curada del reinado de los Grimaldi. El tema es la muerte de Edmond Safra, el banquero multimillonario cuyo fallecimiento en un incendio en su ático durante el cambio de milenio sigue siendo uno de los episodios más grotescos y fascinantes en la historia de las altas finanzas. La película no es meramente el recuento de un crimen; es un estudio antropológico de la paranoia que acompaña a la inmensa fortuna, una disección del «síndrome del héroe» y una sombría meditación sobre la vulnerabilidad del cuerpo humano, independientemente de los miles de millones que lo aíslen.
Usry, un cineasta cuyo trabajo anterior ha atravesado los límites de la narrativa y el videoclip, aporta una estética visual distinta a este proyecto. El documental está construido como un palimpsesto, superponiendo imágenes de archivo granulosas y caóticas de la noche del incendio sobre tomas panorámicas e impolutas de drones del principado tal como se erige hoy. El contraste es intencional y discordante. El Mónaco del presente es un joyero estéril bañado por el sol; el Mónaco de la cinta de archivo es un lugar de humo, confusión y luces azules destellantes, un momento en el que el velo de invulnerabilidad fue violentamente rasgado. La película opera en la tensión entre estas dos realidades, pidiendo al espectador que mire más allá del brillo del salón náutico y el Gran Premio hacia las corrientes más oscuras que se arremolinan en el puerto.
El banquero de Alepo y la arquitectura de la confianza
Para comprender la magnitud de la tragedia, uno primero debe entender al coloso que cayó. El documental dedica su primer acto a la meticulosa construcción de la biografía de Edmond Safra, presentándolo no solo como un hombre rico, sino como el último de una estirpe en extinción: el banquero privado como confidente, soberano y guardián de secretos. Nacido en Beirut en el seno de una familia judía sefardí con raíces en Alepo, Siria, Safra era heredero de una tradición bancaria que precedía al estado-nación moderno. La película esboza su linaje con una reverencia que bordea lo mítico, describiendo un mundo donde la reputación era la única moneda que importaba y donde los negocios se llevaban a cabo en los tonos susurrados del zoco y el salón.
El genio de Safra, tal como se retrata en la película, era una comprensión sobrenatural del riesgo. Desde su adolescencia, donde supuestamente amasó una fortuna arbitrando soberanos de oro entre los mercados europeos, mostró un instinto para el movimiento de capital que era casi alquímico. Entendía que, en un siglo volátil, los ricos no temían nada más que la inestabilidad. Sus instituciones —el Trade Development Bank en Ginebra y más tarde el Republic National Bank of New York— fueron construidas como bastiones de conservadurismo. El documental toca la famosa tradición de los bancos Safra: los libros de contabilidad mantenidos en antigua escritura árabe para asegurar una privacidad absoluta, un detalle que habla de una cosmovisión moldeada por la precariedad de la vida judía en Oriente Medio.
Sin embargo, el retrato que emerge no es el de un magnate fanfarrón, sino el de un hombre cada vez más asediado. Para el momento de los eventos en cuestión, Safra se encontraba en las etapas avanzadas de la enfermedad de Parkinson. La película no rehúye la realidad visceral de su condición. Vemos a un hombre que una vez movió miles de millones con una llamada telefónica, ahora incapaz de mover sus propias extremidades sin asistencia. Requería cuidados de enfermería constantes, una rotación de personal que introdujo una variable fatal en su entorno obsesivamente controlado. El documental plantea que el mundo de Safra se había encogido a las dimensiones de su ático en La Belle Époque, un edificio que se erige como un monumento a la grandeza de una era pasada.
Este declive físico se yuxtapone contra su cenit profesional, y su salida. Poco antes del incendio, Safra había concluido la venta de su imperio bancario a HSBC. La transacción, valorada en once cifras, fue una capitulación ante las mareas cambiantes de las finanzas globales, pero también fue una desinversión que lo dejó líquido y expuesto. La película sugiere que, para un hombre que se definía por su control sobre el capital, esta venta fue una forma de muerte espiritual que precedió a la física. Era un rey que había abdicado, esperando el final de sus días en una torre dorada, rodeado de guardias de seguridad que, en la noche fatal, estarían inexplicablemente ausentes o ineficaces.
El Boina Verde y el complejo de héroe
El fulcro narrativo de Asesinato en Mónaco es Ted Maher, el enfermero estadounidense cuyas acciones se citan como la causa de la catástrofe. Maher es un personaje de complejidad shakesperiana y banalidad estadounidense, una figura que desafía la fácil categorización de un asesino a sangre fría. Un ex Boina Verde que se volvió a capacitar como enfermero neonatal, Maher había estado empleado por Safra solo unos meses. El documental explora la disonancia psicológica de su posición: un hombre entrenado en las artes de la guerra y el cuidado de infantes, sirviendo ahora como un ordenanza glorificado para un multimillonario moribundo en un país donde era un completo extraño.
La tesis central de la fiscalía, y un hilo del que tira fuertemente el documental, es la teoría del «síndrome del héroe». La película reconstruye los presuntos eventos con un desapego clínico que los hace aún más desgarradores. La narrativa es que Maher, sintiéndose marginado por la jerarquía del personal de enfermería e inseguro en su empleo, tramó un plan para demostrar su indispensabilidad. Escenificaría una intrusión, un momento de peligro del cual podría rescatar a su empleador, ganando así la gratitud eterna de Safra y una posición consolidada en el círculo íntimo.
La ejecución de este plan, tal como se detalla en la película, fue una comedia de errores que mutó en una tragedia de horrores. Maher supuestamente se infligió heridas de cuchillo en su propio cuerpo —cortándose el abdomen y el muslo para simular una lucha— y luego encendió un fuego en una papelera para activar las alarmas. El documental invita a psicólogos y criminólogos a deconstruir este comportamiento, pintando la imagen de una mente operando bajo una ilusión de control. Maher, el soldado experto, no tuvo en cuenta la física del fuego en un apartamento de lujo lleno de opulencia inflamable.
La película utiliza recreaciones para representar la velocidad con la que el plan se desintegró. El fuego no solo humeó; rugió. Los «intrusos» contra los que Maher afirmaba estar luchando eran fantasmas de su propia creación, pero se convirtieron en la realidad definitoria para la respuesta de emergencia. Al decirle a la policía que había hombres armados en el apartamento, Maher creó inadvertidamente un protocolo de situación de rehenes. La policía, temiendo un tiroteo, estableció un perímetro. Los bomberos fueron retenidos. El documental argumenta que Safra no fue asesinado solo por el fuego, sino por la mentira.
El búnker y la asfixia
La secuencia más agonizante de la película es la reconstrucción de las horas finales de Edmond Safra y su leal enfermera, Vivian Torrente. El escenario es el baño de seguridad del ático, un espacio diseñado para ser un santuario contra asesinos pero que se convirtió en una cámara de gas. El documental enfatiza la trágica ironía de la paranoia de Safra. Las puertas blindadas, las paredes reforzadas, los complejos mecanismos de cierre —todo diseñado para mantener las amenazas fuera— finalmente impidieron la entrada de ayuda y atraparon a las víctimas dentro.
Aprendemos a través del testimonio de expertos y la lectura de informes de autopsia que la muerte no llegó por las llamas, sino por asfixia. La película se detiene en la línea de tiempo, una cuenta regresiva en cámara lenta hacia la tragedia. Mientras la policía acordonaba la calle abajo y el fuego arrasaba el salón, Safra y Torrente estaban sentados en la oscuridad del baño, ahogándose con humos tóxicos. El documental revela las comunicaciones que tuvieron lugar: Safra, aterrorizado y convencido por la historia de intrusos de Maher, negándose a abrir la puerta incluso cuando el rescate finalmente se hizo posible. Murió prisionero de su propio aparato de seguridad.
La muerte de Vivian Torrente es tratada con una solemnidad que equilibra el enfoque en el multimillonario. Ella es el daño colateral de la narrativa, una mujer haciendo su trabajo que fue arrastrada por el psicodrama de su colega. La película contrasta su lealtad —permaneciendo con su paciente hasta el final— con la traición representada por Maher. Es un duro recordatorio de las dinámicas de clase en juego: el multimillonario, la sirvienta leal y el intruso que los destruyó a ambos.
La sombra del oso: La conexión rusa
Mientras que el veredicto oficial culpa al enfermero, Asesinato en Mónaco es muy consciente de que la historia de Safra no puede contarse sin abordar los espectros geopolíticos que acecharon sus últimos años. El documental dedica una parte sustancial de su metraje a la «Teoría Rusa», una contra-narrativa que sugiere que Maher fue un chivo expiatorio o un peón en un juego mucho más grande. Esta sección de la película pasa del thriller doméstico al drama de espionaje internacional, conectando los puntos entre el ático en Mónaco y los pasillos del Kremlin.
El banco de Safra había estado profundamente arraigado en el mercado ruso durante los años caóticos y sin ley de la transición post-soviética. La película detalla los mecanismos de los mercados de bonos y el lucrativo y peligroso juego de la deuda rusa. Más críticamente, destaca la cooperación de Safra con el FBI en relación con un escándalo masivo de lavado de dinero que involucraba al Fondo Monetario Internacional y a altos funcionarios rusos. El documental postula que, al ayudar a la inteligencia occidental, Safra había violado la omertá de los oligarcas.
Los entrevistados, incluidos periodistas de investigación y ex oficiales de inteligencia, especulan sobre el momento. El incendio ocurrió justo cuando la venta bancaria se estaba finalizando y la cooperación con el FBI se intensificaba. ¿Fue la narrativa del «héroe fallido» una tapadera conveniente para un golpe profesional? La película nota la anomalía de la ausencia de los guardias de seguridad esa noche, un detalle al que se aferran los teóricos de la conspiración. ¿Cómo pudo el hombre más protegido de Mónaco quedar sin vigilancia en el momento exacto en que se desató un incendio?
El documental también traza una línea hacia Hermitage Capital Management, el fondo que Safra cofundó con Bill Browder. Hermitage se convertiría más tarde en el epicentro del caso Magnitsky, un conflicto que definió la moderna relación antagónica entre Rusia y Occidente. Al colocar a Safra en este linaje, la película sugiere que su muerte podría haber sido la salva de apertura en una guerra que aún se está librando. Si bien el director no respalda explícitamente la teoría del asesinato, la inclusión de estos detalles crea una sombra de duda que se cierne sobre toda la narrativa.
El veneno de la socialité
Ninguna exploración de un escándalo en Mónaco estaría completa sin el coro de la alta sociedad que lo habita, y Asesinato en Mónaco encuentra su voz más mordaz en Lady Colin Campbell. La socialité y autora sirve como un coro griego de una sola persona, proporcionando un comentario que es tan cáustico como revelador. Su inclusión en el documental es un golpe maestro de casting, llevando los resentimientos latentes de los salones de la Riviera a la pantalla.
La animosidad de Lady Campbell hacia la viuda de Safra, Lily, es palpable y recibe un amplio tiempo en pantalla. La película profundiza en la controversia que rodea la novela de Campbell, Empress Bianca, que fue ampliamente interpretada como una novela en clave apenas velada y poco halagadora sobre Lily Safra. El libro fue legalmente suprimido y destruido, un hecho que Campbell relata con una mezcla de desafío y victimismo. En el documental, se refiere a la viuda con epítetos que son impactantes en su franqueza, describiéndola como una «mantis religiosa» y lanzando calumnias sobre su carácter que bordean lo difamatorio antes de salir tormentosamente de la entrevista en un momento de rabia teatral.
Este segmento de la película tiene un doble propósito. Proporciona el elemento «tabloide» que alimenta la fascinación pública con los súper ricos, pero también expone la naturaleza insular y viciosa del círculo social en el que se movían los Safra. Representa un mundo donde las alianzas son transaccionales y donde la tragedia se metaboliza como chisme. El documental no valida necesariamente las opiniones de Campbell, pero las utiliza para dar textura al entorno: un lugar donde todos vigilan a todos, y donde los cuchillos siempre están desenvainados, figurativa si no literalmente.
El juicio y las secuelas
El acto final de la película cubre la resolución legal, tal como fue. El juicio de Ted Maher se describe como un asunto rápido, casi superficial, característico de un principado que prefiere que sus escándalos se entierren rápidamente. El documental critica el proceso judicial monegasco, señalando la presión para cerrar el caso y restaurar la imagen de seguridad que es la base de la economía local. La confesión de Maher —retractada, luego reiterada, luego retractada nuevamente— es escrutada. ¿Fue la admisión de un hombre culpable, o la capitulación de uno desconcertado bajo coacción?
La sentencia dictada —una década en prisión— se presenta como un compromiso que no complació a nadie. Para los teóricos de la conspiración, fue un encubrimiento; para la fiscalía, fue justicia servida. La película sigue el viaje de Maher después del encarcelamiento, incluidos sus intentos de limpiar su nombre y la publicación de sus memorias. Su postura actual, que fue incriminado y que los intrusos eran reales, tiene su espacio, aunque el peso de la evidencia forense presentada anteriormente hace que sea difícil de vender para la audiencia.
El documental también toca la narrativa de la «fuga de prisión», haciendo referencia al audaz, aunque finalmente inútil, intento de Maher de escapar de la custodia, un detalle que añade otra capa de absurdo cinematográfico a la historia. Refuerza la imagen de Maher como un hombre que vive en una película de su propia mente, un héroe de acción en un mundo que exigía un enfermero tranquilo.
Oficio cinematográfico y veredicto crítico
Técnicamente, Asesinato en Mónaco es una adición pulida al género true crime. La cinematografía captura la dualidad del escenario: la serenidad azul del día mediterráneo y el misterio iluminado por neón de la noche de Mónaco. La banda sonora es apropiadamente tensa, utilizando crescendos orquestales y florituras de violín para subrayar la naturaleza operística de la tragedia. El director, Hodges Usry, logra equilibrar los elementos sensacionalistas con una adherencia rigurosa a la línea de tiempo, evitando que la película se deslice hacia la pura explotación.
Sin embargo, la mayor fortaleza de la película es su negativa a proporcionar una conclusión ordenada. Reconoce que en la intersección de la inmensa riqueza, el espionaje internacional y la psicología humana, la verdad es a menudo un caleidoscopio. La historia oficial —el enfermero, el fuego, el error— es plausible, pero la alternativa —los espías, la mafia, el golpe— es seductora. El documental deja al espectador en el incómodo espacio entre los dos, sugiriendo que, en un lugar como Mónaco, la verdad es simplemente cualquier versión de los hechos en la que las personas más poderosas estén de acuerdo.
La película es un testimonio del hecho de que el dinero puede comprar los sistemas de seguridad más avanzados del mundo, pero no puede comprar seguridad contra la naturaleza humana. Retrata a Edmond Safra no solo como víctima de un incendio, sino como una baja del mismo mundo que ayudó a crear: un mundo de secretos, activos apalancados y relaciones transaccionales. Mientras pasan los créditos, la imagen del ático de La Belle Époque, chamuscado y ennegrecido contra el horizonte inmaculado, sirve como un inquietante memento mori.
Asesinato en Mónaco es una película densa, intrincada y profundamente perturbadora que exige atención no solo por el crimen que investiga, sino por el mundo que revela. Es un mundo donde las apuestas son infinitas y donde una sola chispa puede incendiar un imperio.
Asesinato en Mónaco se estrena en Netflix el 17 de diciembre.

