Netflix estrena documental. “Marea blanca: La surrealista historia de Rabo de Peixe”, el pueblo que se ahogó en cocaína

Marea blanca: La surrealista historia de Rabo de Peixe
Veronica Loop
Veronica Loop
Veronica Loop es la directora jefe de MCM. Apasionada por el arte, la cultura y el entretenimiento.

Netflix estrena un documental sobre la historia que inspiró una de sus series de más éxito, Rabo de Peixe ()en original portugués), una comunidad pesquera de las Azores que, un día, recibieron del mar un extraño tesoro: miles de paquetes envueltos que llegaban a la playa.

Sí, aquellos pescadores habían encontrado una tonelada de cocaína.

Y Netflix ha aprovechado para hacer un documental sobre este hecho.

Ya verán como la historia da para una serie, para un documental y para mucho más.

Existen lugares en el mapa que parecen suspendidos en el tiempo, anclados a una realidad dictada por la geografía y no por el reloj. Las Azores, «nueve islas perdidas en medio de la nada», son uno de esos lugares. Durante siglos, su historia ha sido una de aislamiento, pobreza, tormentas, volcanes y terremotos. En la costa norte de la isla de São Miguel, la mayor del archipiélago, se encuentra Rabo de Peixe, una de las comunidades pesqueras más grandes de las Azores y, a su vez, uno de los municipios más pobres de todo Portugal.

La vida aquí es una metáfora de su geografía: salvaje, olvidada y cruel. Con una población de unos 7.500 habitantes en aquel entonces, la existencia giraba en torno a los caprichos del océano Atlántico. La pesca artesanal marcaba el pulso de la comunidad. Cuando el tiempo no permitía salir a faenar, la vida se detenía en «horas muertas», momentos de inactividad pasados a la orilla de un rompeolas de hormigón, pensando en cómo abandonar ese pedazo de tierra inerte. Era un lugar donde nunca pasaba nada. El mismo aislamiento que había forjado su carácter y sus fuertes lazos comunitarios durante generaciones se convertiría, de forma imprevista, en su mayor vulnerabilidad. La falta de exposición al mundo exterior significaba que la comunidad carecía de defensas culturales o psicológicas contra lo que estaba a punto de llegar. No poseían el conocimiento básico para identificar el peligro, ni su valor.

La recompensa imprevista

Todo comenzó con un pescador. Un hombre de la humilde aldea fue el primero en descubrir una gran cantidad de fardos en la costa. Poco después, los paquetes, envueltos en plástico y goma, empezaron a aparecer en las playas, meciéndose en las olas como una extraña ofrenda del mar. En la localidad de Pilar da Bretanha, un hombre encontró un gran montículo cubierto de plástico negro. Debajo, decenas de pequeños paquetes contenían una sustancia que le pareció harina. Decidió llamar a la policía.

Pero no todos lo hicieron. A medida que la noticia recorría el pueblo como la pólvora, se desató una «frenética caza del tesoro». Decenas de personas, desde adolescentes hasta ancianos, se lanzaron a las costas. La reacción inicial no fue de criminalidad, sino de una curiosidad y un oportunismo nacidos de una pobreza endémica. Para una comunidad cuya subsistencia dependía de lo que el mar les daba, aquello parecía una extraña bendición. El océano, su habitual proveedor de sustento, les entregaba ahora un polvo blanco y desconocido.

La plaga blanca

Un carnaval de malentendidos

La ignorancia sobre la naturaleza de la sustancia era total y absoluta. La cocaína, hasta entonces considerada una «droga de élite» y prácticamente inexistente en la isla, era un concepto ajeno. La memoria colectiva de Rabo de Peixe recuerda escenas que rozan el surrealismo: mujeres que supuestamente rebozaban la caballa con cocaína en lugar de harina, y hombres de mediana edad que la añadían a cucharadas en el café con leche matutino, confundiéndola con azúcar. Incluso se ha dicho que la droga se utilizó para pintar las líneas de un campo de fútbol.

Estos relatos, más que meras anécdotas sensacionalistas, son el símbolo de una profunda e inocente tragedia. Lo que la comunidad no sabía era que aquella «harina» tenía una pureza superior al 80 %, una potencia muy por encima de la que se suele encontrar en el mercado negro. Este hecho científico explica la devastadora crisis médica que se desató a continuación. La sustancia, un producto valorado en millones de euros en el mercado internacional, sufrió una extraña transformación económica en la isla. Debido a su abundancia y a la falta de un mercado que la absorbiera, su valor se invirtió. Dejó de ser una mercancía de alto precio para convertirse en una sustancia de consumo inmediato, casi gratuita y, por tanto, letal.

El precio de la ignorancia

Sin un mercado establecido, el precio se volvió absurdo. Un vaso de cerveza pequeño, lleno de cocaína hasta el borde, se vendía en las calles por el equivalente a poco más de 20 euros. La gente vendía por volumen, no por peso, una práctica inaudita en los mercados de droga establecidos que revela una incomprensión total del producto. El principal objetivo para muchos era ganar dinero lo más rápido posible, a menudo vendiendo kilos para poder financiar su propio consumo. Varios isleños se convirtieron en traficantes improvisados, transportando la cocaína por toda la isla en lecheras, latas de pintura y calcetines.

El colapso

Las consecuencias no tardaron en llegar. Los hospitales de la isla se vieron desbordados, al borde del colapso, por una epidemia de sobredosis. Los médicos aparecían en la televisión local suplicando a la población que pusiera fin a la «locura». Fueron semanas de «pánico, terror y caos». Las estadísticas no oficiales, recopiladas por periodistas y personal sanitario, apuntan a unas 20 muertes solo en las tres semanas posteriores a la llegada de la droga.

Los casos eran extremos. Se cuenta que un hombre se conectó un suero compuesto por agua y cocaína directamente al brazo, permaneciendo en su casa durante días. Otro consumidor y un familiar llegaron a consumir más de un kilo en un mes. El suceso funcionó como un trágico experimento de contagio social. La noticia del «tesoro» se propagó a través de las estrechas redes sociales de la comunidad, provocando una búsqueda colectiva. De la misma manera, los patrones de consumo y la crisis sanitaria se extendieron como un virus por una población sin inmunidad alguna.

El hombre del timón roto

La travesía malograda

El catalizador de esta catástrofe fue un hombre: Antonino Quinci, un siciliano apodado «O Italiano». Navegaba en un velero modelo Sun Kiss 47, de unos 14 metros de eslora, en una travesía que había comenzado en Venezuela. Sus órdenes eran claras: llevar el cargamento de cocaína hasta España, concretamente a las Islas Baleares. Su viaje formaba parte de la bien conocida «Ruta Atlántica de la cocaína», una vía utilizada por veleros para transportar estupefacientes desde Sudamérica a Europa. Sin embargo, el Atlántico tenía otros planes.

La tormenta y el escondite

Una fuerte tormenta, con vientos huracanados, se abatió sobre el velero. El oleaje golpeó la embarcación con violencia, derribando el mástil y rompiendo el timón. A la deriva y sin gobierno, Quinci se vio en una situación desesperada. Le era imposible continuar la travesía, pero también era inviable entrar en un puerto con el barco cargado de droga hasta la quilla. En una reunión de crisis improvisada, tomó una decisión: esconder la mercancía. Navegó hasta una gruta en la costa norte de São Miguel, cerca de Pilar da Bretanha, y allí descargó los fardos, asegurándolos con redes y cadenas en el fondo del mar. Todo el desastre que afectaría a miles de vidas puede rastrearse hasta este único punto de fallo: un timón roto en medio de una tormenta.

El plan deshecho

El plan de Quinci era lógico, pero subestimó la furia del océano azoriano. La misma naturaleza que define el carácter indómito de las islas se encargó de deshacer su estrategia. La fuerza del mar y los vientos rompieron las amarras y desenredaron las redes. Los fardos, liberados de su escondite submarino, quedaron a merced de las corrientes y el viento, que los empujaron inexorablemente hacia la costa y el muelle de Rabo de Peixe. El plan de un hombre fue desbaratado por las fuerzas que él no podía controlar.

La caza en una isla-prisión

Dos frentes

La policía se encontró luchando en dos frentes simultáneos: por un lado, intentaban confiscar cada gramo de cocaína que circulaba por la isla; por otro, buscaban el velero que la había traído. Se registraron un total de 11 hallazgos oficiales de droga, que sumaron casi 500 kilos. La investigación avanzó significativamente cuando, tras exhaustivas búsquedas en el puerto de Ponta Delgada, la capital de la isla, la policía encontró un pequeño paquete oculto en un yate. Estaba envuelto en un periódico que llevaba el mismo nombre y fecha que los periódicos encontrados en los fardos de la playa. La pista era definitiva.

La captura y la colaboración

Antonino Quinci fue detenido sin oponer resistencia. Los que lo vieron lo describieron como un hombre alto, imponente, con una expresión triste, que parecía sentirse terriblemente culpable. Cuando los inspectores le explicaron cómo la isla se había convertido en un «campo de minas» por su culpa, Quinci colaboró. Proporcionó información clave que condujo a la recuperación de más droga que había escondido en el norte de la isla. Su personaje se tornó más complejo: no era solo un criminal, sino un hombre que, una vez capturado, pareció comprender la magnitud del desastre que había provocado.

La fuga imposible

Mientras esperaba el juicio, Quinci protagonizó una de las fugas más surrealistas de la historia policial portuguesa. Escaló el muro de la prisión de Ponta Delgada y escapó. La lógica de las autoridades había sido aplastante: «La propia isla es una prisión. Nadie se escapa de la cárcel en una isla», había dicho el inspector jefe de la policía. Pero Quinci lo hizo.

Fue capturado de nuevo semanas más tarde, escondido en un granero o un cobertizo de piedra en el noreste de São Miguel. Llevaba consigo 30 gramos de cocaína y un pasaporte falso. Este episodio cimentó su estatus de leyenda. En una comunidad donde nunca ocurría nada, la historia del extranjero, el desastre, la captura y la fuga imposible proporcionó una narrativa poderosa. Quinci se convirtió en una figura casi mítica, no porque se aprobara su crimen, sino porque su historia era extraordinaria. A día de hoy, la pureza de la cocaína en la isla todavía se mide según el criterio de «el Italiano», una muestra de cómo su nombre quedó grabado en el léxico local.

La marea persistente: realidad, ficción y legado

Las cifras inciertas

Uno de los mayores misterios que perduran es la cantidad real de droga. La historia oficial de la policía habla de casi 500 kilos de cocaína recuperados en 11 hallazgos distintos. Sin embargo, periodistas y lugareños que vivieron los hechos sostienen que esa cifra es absurdamente baja. Argumentan que un velero como el Sun Kiss 47 podría transportar hasta 3.000 kilos y que nadie se arriesgaría a cruzar el Atlántico con solo una pequeña parte de su capacidad de carga. Investigaciones más recientes, como la de un libro que promete «toda la verdad», elevan la cantidad a más de 700 kilos. Esta discrepancia fundamental deja abierta la pregunta sobre la verdadera escala del suceso, sugiriendo que podría ser mucho mayor de lo que se reconoció oficialmente.

El estigma y la contranarrativa

El suceso creó un estigma duradero para el pueblo de Rabo de Peixe, una herida que se reabre con cada recuento de la historia. La narrativa popular se cimentó sobre anécdotas surrealistas de cocaína usada como harina para freír pescado o como azúcar para el café. Aunque estas historias capturan la inocencia y el caos del momento, queda la duda de si ocurrieron literalmente o si forman parte de una «memoria colectiva» que simplifica una realidad más compleja y dolorosa.

Han surgido voces que cuestionan este relato simplificado. El autor Rúben Pacheco Correia, natural del pueblo, argumenta que su hogar fue «injustamente asociado» al caso. Subraya que, aunque la historia se centra casi exclusivamente en Rabo de Peixe, la cocaína apareció primero cerca de Pilar da Bretanha y se esparció por toda la costa norte de São Miguel. El hecho de que el traficante solo estuviera en el pueblo menos de 24 horas alimenta la percepción de que Rabo de Peixe fue un chivo expiatorio para un problema que afectó a toda la isla.

El legado del suceso es igualmente complejo. Es innegable que dejó un impacto social profundo, con problemas de adicción que persisten décadas después y la consolidación de las Azores como una parada en las rutas del narcotráfico. Sin embargo, algunos estudios académicos cuestionan si el evento tuvo un impacto estadísticamente significativo a largo plazo en las tasas de criminalidad, desafiando la narrativa de un declive social total.

Incluso la figura de Antonino Quinci, «el Italiano», está rodeada de preguntas sin respuesta. Aunque su historia como el traficante capturado que colaboró y luego se fugó es bien conocida, el alcance total de sus conexiones sigue siendo un misterio. Investigaciones recientes sugieren que la operación era mucho más grande, con posibles vínculos a un cartel colombiano, lo que añade otra capa de intriga a la historia. Esta tensión entre la narrativa global y la realidad local es crucial para entender el legado del suceso, que ha evolucionado desde la experiencia vivida hasta un folclore mediático y, ahora, una reevaluación moderna.

La misión del documental

En este contexto de narrativas en conflicto, surge un nuevo documental. Titulado Maré Branca: A Surreal História de Rabo de Peixe en portugués, es una producción de Portocabo Atlántico, dirigida por João Marques y escrita por Marcos Nine. Su propósito declarado es explorar el incidente a través de múltiples perspectivas, reuniendo los testimonios de los implicados y de los testigos directos. El documental busca contar la surrealista historia real que marcó para siempre la vida de los habitantes, en un intento de ir más allá del folclore y del drama ficcionado para presentar una verdad más humana y compleja. Representa un esfuerzo consciente por recuperar la historia, arrebatándosela tanto al sensacionalismo como al estigma, en lo que se ha convertido en una batalla por el control de la narrativa.

La revelación

Una tormenta, un timón roto y media tonelada de cocaína de alta pureza conspiraron para alterar irrevocablemente el destino de una remota isla atlántica. Los efectos de aquella marea blanca fueron devastadores y persistieron durante décadas, dejando una cicatriz en la memoria colectiva de una comunidad que nunca había pedido ser protagonista de una historia tan increíble. Ahora, la historia completa y sin adornos, contada por quienes la vivieron, está a punto de ser presentada. El incidente que comenzó en la costa de las Azores en junio de 2001 es el tema del nuevo documental.

Turn of the Tide: The Surreal Story of Rabo de Peix se estrena en Netflix el 17 de octubre.

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