Con el cambio de siglo, la televisión española fue secuestrada por un fenómeno cultural tan inexplicable como cautivador: el ‘tamarismo’. Durante unos años caóticos, las leyes de la fama fueron reescritas por una extraña constelación de personalidades que, hasta entonces, parecían destinadas al ridículo, pero que en su lugar alcanzaron un estrellato extraño y poderoso. En el centro de este vórtice se encontraba Tamara, una aspirante a cantante que se convirtió en una obsesión nacional. La nueva serie de Netflix, Superestar, no es una mirada nostálgica, sino una deconstrucción surrealista y compleja de aquella época. Creada por Nacho Vigalondo y producida por Javier Calvo y Javier Ambrossi, la serie es una deliberada «reimaginación» de un momento cultural singular, que rechaza las convenciones de un biopic al uso para explorar el corazón de sus protagonistas.
Una fantasía sobre la verdad
Desde el principio, la misión de los creadores fue evitar una narrativa convencional. Los productores encargaron a Vigalondo que creara algo radical, y él respondió filtrando la historia a través de la lente de los géneros de ficción. La miniserie de seis episodios se describe como una comedia dramática y una historia mágica llena de conspiraciones esotéricas, noches eternas y supervillanos multicolores. Vigalondo emplea la fantasía, la ciencia ficción y el realismo mágico no como escapismo, sino como una herramienta para acceder a una verdad emocional y psicológica más profunda. Este enfoque es una respuesta directa a los medios de comunicación de la época, que presentaban una supuesta «realidad» que a menudo era una ficción muy construida y cruel. Superestar invierte esta dinámica; su fantasía manifiesta se convierte en un vehículo para la justicia poética. La serie adopta una estructura similar a la de Black Mirror, donde cada episodio es un mundo autónomo dedicado a una figura clave del entorno de Tamara, otorgando a cada uno su propio «largometraje». Esta rebelión estilística es también ética, un intento de desmantelar el «clasismo cultural» que denigraba a estas figuras utilizando un lenguaje visual —desde la estética de videoclip bañado en ácido hasta referencias a directores como David Lynch— tan poco convencional como sus protagonistas. El resultado es una narración que tiene mucho en común con la tradición literaria española del «esperpento», que utiliza lo grotesco y lo absurdo para criticar a la sociedad.

La corte de los milagros en prime time
La serie resucita meticulosamente el ecosistema mediático que dio origen al «tamarismo». Fue una era dominada por la «telebasura», con programas de entrevistas nocturnos como Crónicas Marcianas y Tómbola que servían tanto para crear estrellas como para destruirlas. Estos gigantes de la audiencia prosperaron gracias al sensacionalismo y a los interrogatorios públicos, creando un terreno fértil para personalidades que eran a la vez celebradas y condenadas. Superestar presenta a su elenco como producto de este «canibalismo televisivo». Ingrid García-Jonsson interpreta a Tamara, la outsider que se convirtió en un icono gay y diva de la música disco mientras navegaba por el ridículo público y una identidad cambiante que la llevó a adoptar los nombres de Ámbar y, más tarde, Yurena. A su lado está su madre ferozmente protectora, Margarita Seisdedos, interpretada por Rocío Ibáñez como una fuerza formidable y una leyenda por derecho propio, famosa por llevar un ladrillo en el bolso. Su vínculo se presenta como la historia de amor central de la serie. El universo más amplio incluye a Secun de la Rosa como Leonardo Dantés, el ambicioso compositor y showman representado como una compleja figura de «Dr. Jekyll y Mr. Hyde»; Carlos Areces como Paco Porras, el vidente de los famosos conocido por su singular método de adivinar el futuro a través de frutas y verduras; Natalia de Molina como la cantante rival Loly Álvarez; Pepón Nieto como el también personaje mediático Tony Genil; y Julián Villagrán como el mánager de Tamara, Arlekín. La serie retrata a este grupo como un ecosistema simbiótico donde la fama era codependiente, y sus disputas y alianzas públicas creaban un motor narrativo que se autoperpetuaba y que prefiguró la telerrealidad moderna.
Un ejercicio de empatía
Más allá de los alardes estilísticos, la serie se ancla en un profundo sentido de la empatía por sus personajes. Las interpretaciones se presentan no como imitaciones, sino como actos de humanización. Ingrid García-Jonsson ha hablado de la inmensa responsabilidad que sintió al retratar a Yurena con respeto y afecto, con el objetivo de que se sintiera «valorada como persona» tras años de maltrato público. Su meta era evitar la caricatura y la deshumanización, una misión validada por la propia Yurena, quien, al ver la serie, la calificó como una forma de «terapia» y «justicia». Esta metanarrativa de reparación eleva el proyecto más allá del mero entretenimiento. Todo el elenco trabaja para capturar el espíritu de estas figuras grandiosas sin caer en la parodia. Carlos Areces, por ejemplo, se sumergió en horas de metraje para replicar momentos específicos de las apariciones televisivas de Paco Porras.
Un radical acto de amor
Superestar es una obra audaz, compleja y artísticamente ambiciosa que probablemente polarizará al público por su naturaleza experimental. Es a la vez una crítica mordaz a una cultura mediática tóxica y una «carta de amor a quienes quedaron atrapados en su engranaje». La serie trasciende la nostalgia para ofrecer un análisis cultural, desafiando a los espectadores a reexaminar un período que podrían haber descartado. Ha sido descrita como un «radical acto de amor por lo fascinante», que utiliza la fantasía como vehículo para la realidad. En última instancia, Superestar es más que la historia de una mujer; es un retrato de España en un momento caótico y de transición, una historia que revela verdades incómodas pero esenciales sobre la fama, los medios y la memoria cultural.
La serie de seis episodios Superestar se estrenó en Netflix el 18 de julio.