Existe una bella mentira, un extraño punto, un tiempo infinito y cercano, una contradicción sostenida, sin cifrar, narraba un escolástico en un tratado sin terminar llamado Convivio (El Convite).
Es casi imposible medir la altura de los gigantes y extrañamente fácil criticar a nuestros iguales en grandeza o mediocridad. Bella menzogna.
Aquí, en la mitad de mi vida, me adentro por una senda oscura. Casualmente me encuentro donde antes otros muchos encontraron consuelo o desasosiego, donde otros muchos no pudieron hallar sosiego en las palabras. Es un extraño camino, y el bosque se cierra ante mis ojos. Aparece ante mí el que fue guía en mis primeros tiempos, y aquél al que traté de emular: Dante Alighieri.
Resulta curioso ahondar, mucho tiempo después, en aquellas páginas que constituyeron las fuentes de inspiración de aquellos años de juventud, ahora recordados con nostalgia, cierta amargura. Recuerdo que, en mi no tan temprana juventud, descubrí el nombre de Dante. ¡Bendita ignorancia aquella que me permitió leer sin el lastre de palabras ajenas! Fue un recorrido maravilloso a través de los cielos e infiernos, pecadores y salvados. No conocía por entonces la figura de Trajano ni las extrañas connotaciones del ignorado «eterno femenino». Bellas mentiras, ingenuidad poética, juventud.
Recuerdo también lo extrañamente cercano que me resultaba aquel mundo surrealista -aún inconsciente de los significados perversos de las alegorías-. Los pasajes serenos y las imágenes pictóricas (muy medievales, macabras, dantescas, sí), se sobre-exponían marcando un extraño ritmo de connotaciones yámbicas.
Dante Alighieri . Florencia. 1265-1321.
Se habla del poeta de La Vita Nouva, del filósofo del Convivio, incluso se entresacan ciertas conversaciones jocosas en forma de sonetos, se buscan en El Cancionero datos históricos referentes a su vida, se rebusca en pasajes sobre De Vulgari Eloquentia o De Monarchia. Nada dicen, humo.
La Divina Comedia es, cuentan, la obra maestra del poeta (¿político, filósofo, enamorado eterno?) italiano (seguro). La obra narra la historia de cómo el propio poeta recorre los reinos del infierno, purgatorio y paraíso, y de lo que allí encuentra. Es guiado por todos estos senderos por Virgilio y Beatriz, y por mil ángeles y así por la historia sin tiempo. Cuentan… Que es una obra de difícil comprensión, que encierra complejas cosmogonías y que los constantes acertijos (a la moda de la época) hacen más -aún- difícil su comprensión. Las páginas están pobladas de voluntades y realidades, de sueños, metáforas y mil figuras (retóricas, ficticias, botánicas e imaginativas siempre).
La Divina Comedia constituye la síntesis más imperfecta y «fiable» de conocimientos enciclopédicos de la época. El texto plasma la astronomía tolemaica y representa el «objeto de ficción filosófico» más representativo de toda una época (no olvidemos: un tiempo en el que prácticamente la totalidad de las creaciones literarias eran consagradas a temas teológicos).
La obra está escrita en lengua vulgar, en contraposición con el alto estilo que los más reverenciados (y ahora olvidados) poetas de la época solían emplear -latín-. He aquí uno de los hechos fundamentales que elevan la obra del florentino y la sitúan en un plano «sociológico» tal vez más interesante. A pesar de nuestra a veces corrupta idea sobre lo que fue la Baja Edad Media, la época en la que vivió Dante (no olvidemos, finales del X. XIII, principios del XIV) proporciona una compleja visión política. Es famosa la fijación de Dante por el partido güelfo (le venía de familia). Las páginas de La Commedia ahondan en explicaciones políticas, y se puede escuchar un eco desesperanzado del poeta (recordemos como su bisabuelo Cacciaguida, ya en El Paraíso, profetiza su destierro y su desengaño para con ambos partidos, para con el hombre en general, convirtiéndole entonces en un espíritu libre, ya muy lejos de su tiempo, eterno). Pero esta lengua vulgar da un empuje a La Commedia: poco después de su muerte, ya existen los llamados Lecturae Dantis, centros en los que se leía la obra y se explicaba de manera alegórica, lingüística y demás. Dante se había convertido, en relativamente poco tiempo, en un modelo lingüístico y el referente de toda obra no escrita el latín (los tiempos cambian y las posteriores corrientes humanísticas pronto harían olvidar los cien cantos, para que los románticos volvieran a entronizarle más tarde).
Sus obras
La Vita Nouva (La Vida Nueva). Una obra extraña, en muchas ocasiones empleada como bastón histórico para aclarar algunos de los enigmas sobre la vida del poeta (sobre todo por las corrientes historicistas decimonónicas). Compuesta a caballo entre prosa y verso, narra el precoz amor que Dante siente por la que por aquel entonces ya convirtió en su musa: Beatrice, una joven que conoce a los nueve años, y que apenas ve un par de veces. Sin embargo, ello no es obstáculo para que se encumbre la figura de la bella mujer. Todo el asunto de la musa Beatrice debe también ser entendido por la filiación de Dante a una organización llamada Fedeli d’amore (Los Fieles del Amor), organización en la que, aparte de constituirse en una especie de «centro social para jóvenes de familia», se sostenían postulados tales como los de la «dama angelical», mujer con ciertos toques divinos que pueden exaltar la imaginación de todo enamorado. Partiendo de estos parámetros, Dante habla de su dolce stil nouvo (cuyos máximos exponentes serían el propio fundador de Los Fieles al amor, Guinizelli, y Cavalcanti) y de esta manera se adhiere a un movimiento literario (aunque, desde luego, la obra de Dante es única y irreverente no sólo con la literatura, sino incluso para con los movimientos filosóficos y políticos de su tiempo). Desde luego, la influencia de este grupo social se hace bien patente en, al menos, esta obra. Esta «dama angelical» que es Beatrice es, a la vez, mujer y diosa -pagana siempre-. La Beatrice de La Commedia es bien diferente a la de La Vita Nova, si bien es cierto que parecen compartir el mismo principio. La obra concluye con una visión profética: Beatrice vestida de rojo intenso (bien remarcado por comentaristas posteriores), bajo la misma apariencia con la que el poeta pudo contemplarla por vez primera. Pero Dante se adentra y va más allá de una expresión poética enamorada. En la obra, una sucesión de consonancias numéricas hacen ver a Beatrice como un milagro divino. Cuando Dante tiene la visión profética de su muerte, se nos advierte cómo en los calendarios árabe, hebreo y cristiano, el número nueve aparece en la fecha de su muerte. La vertiente numerológica en la obra de Dante (no sólo en La Vita Nouva) tiene una importancia fundamental. Hemos de recordar las fuertes implicaciones teológicas que en la Edad Media se le dio a la numerología -y véase posteriormente La Cábala-. De esta manera, el poeta hace exégesis propia, como ya intentaría más tarde (aunque por desgracia dejaría sin terminar su comentario), sobre la obra, pero extrañamente dentro de la obra (obsérvense también las implicaciones escolásticas que este acto de meta-literatura conlleva). Los versos de amor (a veces -y contemplados por estos nuestros ojos lastrados- ingenuos) son explicados en prosa, así como los « divinos azares» que llevan al protagonista a adquirir esta nueva visión (de ahí el título de la obra). Nada será lo mismo a partir de la contemplación de su amada, musa, diosa y ángel, el poeta adquiere una visión, y desde entonces (por aquel entonces al menos) su vida será consagrada a cantar ese momento de inspiración.
Convivio (El Convite) se comienza a escribir en 1304 y se deja sin terminar allá por 1308 (como ven, nos ha pasado a todos). Escrita, también, en lengua vulgar, la obra pretende ser un acercamiento popular a materias a las que por aquel entonces sólo tenían acceso los eruditos (escritas en latín). Con el título, siempre representativo y explicativo en las obras del autor, nos invita a compartir con él su visión literaria, histórica, filosófica, lingüística y política. De los cuatro tratados (en principio la obra iba a constar de un total de doce) que Dante escribió, el más reseñable es sin duda aquél que habla de los cuatro sentidos de la obra de ficción: literal, alegórico, moral y anagógico. Dos de los tratados que Dante concluyó fueron comentarios a algunos de sus cantos. En ellos analiza la poesía desde estos cuatro sentidos. Convivio se ha empleado para hallar (con mayor o menor éxito) el sentido oculto de muchos de los pasajes de La Commedia. El propio autor parece hacerse eco de una modernidad latente y establecer que sólo uno de estos cuatro puntos es estrictamente voluntad del poeta (el literal), mientras que en los otros tres el lector de la obra tiene un gran nivel de participación. ¡Cuántas implicaciones conllevan estas palabras!
Otras obras de Dante son De Vulgari Eloquentia (la lengua vulgar, curiosamente escrito en latín erudito), Monarchia (La Monarquía, escrita también en latín, en la que hace una crítica a las luchas, tan en boga en aquella época, entre el poder terrenal y el espiritual). No nos referimos aquí a otras cuya autoría ha sido (por algunos) puesta en entredicho.
La Divina Comedia
Obra escrita entre 1304 y 1321 (año de la muerte del poeta). En ella se narra el itinerario que Dante sigue partiendo del infierno hasta alcanzar los más altos cielos. Visitará el poeta el Estigia guiado por Virgilio, hablará con Tomás de Aquino (¿extrañamente? situado en los cielos) y en su viaje se encontrará por una selva aún más oscura que la inicial. Contará en su viaje con la guía de Virgilio y Beatrice, muerta en La Vita Nouva. Tres alegóricas fieras muestran sus fauces, Virgilio le muestra el camino.
El Infierno
Hay una historia verdadera, más allá de la que nos relatan los que allí vivieron, una historia más allá del tiempo, encerrada en círculos sobre Jerusalén que dice Mohidin Abenarabi… Es la historia del Paraíso Perdido y sus mil demonios, de las Medusas y de las bellas mentiras vertidas, es la historia de la Medusa y de los diez valles de Malebolge, de las heladas aguas del Cocito, la ciudad de Dite…, es ésta una historia de la imaginación de los hombres y de los terrores más ancestrales. No es el infierno que W. Blake (siglos más tarde) nos abrirá a nuestros ojos, no. El Infierno de Dante no es un torbellino de condenas cubierto por llamas de elocuencia. Es un pasaje extrañamente sereno, imaginativo, arquetípico. Hay llamas, sí, pero los gritos son apagados por las palabras reflexivas del poeta, por la visión certera de aquel hombre de mediana edad ya superada aquella primera selva oscura. Los ojos de Virgilio apremian el camino a los más altos cielos, en el limbo están aquéllos que no fueron los bautizados, más allá… Los hombres y espectros que, alguna vez, alimentaron las pesadillas de los vivos…, y están los vivos y contemporáneos de Dante, y los herejes, y está Lucifer y Minos, y Pluto, y océanos de sangre… Pero la visión del infierno de Dante, tantas veces tenida por un maremágnum de imágenes pictóricas, es un océano de tránsito a los reinos celestiales, no una recreación más o menos perversa de los castigos.
El Infierno, quizá la parte más celebrada de las tres que componen el poema, se extiende a través de los diez círculos del infierno, en una amalgama de imágenes y palabras serenas (como observaría Giovanni Getto), a veces tiernas incluso. El Infierno es el recorrido por el pecado del hombre hecho carne, esa historia incierta que nos relata Suetonio en un alarde de proselitismo diletante. Es la región en la que duermen los pecados del hombre, de todos los hombres y del propio Dante de la mano de un apresurado Virgilio. No pueden dejar de sentir lástima por aquellos que reconocen sus iguales. Y es que -quizá- la virtud consista en, precisamente, el conocimiento del pecado…, ningún hombre es justo si no conoce la posibilidad de la carne más cercana, del placer en el horror.
El Purgatorio
Siete puertas expían los pecados, mientras aquéllos que sólo mostraron un final arrepentimiento esperan la subida de aquella gran montaña hacia la luz eterna. De nuevo el seño de Jacob, los envidiosos purgan sus pecados con ojos cosidos. Están allí Catón y Estacio y otros mil poetas que ponen música en su cantiga.
El Paraíso
Como son diez los círculos del infierno, son diez las esferas celestes, movidas por inteligencias angélicas. De nuevo la numerología, verdad invertida, certera. Estamos en el Empíreo. Nos guía Beatrice con su rostro de nueve años. Mientras el infierno es el reino de lo masculino, el paraíso es así el reino de la luz, femenino como nuestra guía. Es la luz eterna la que guía nuestros pasos, esa «mujer angelical» vertida en palabras, canto y risa serena.
Bordeamos planetas y entramos de su mano en la Luna. Abunda en El Paraíso los rincones teñidos de pensamiento, tres disquisiciones tiñen las almas de los justos. La poesía es ahora filosofía e interpretación, nunca olvidemos quién es nuestro guía. Aquél cuyo rostro se contempla a sí mismo nos espera.
Dante murió poco después de terminar la última parte de su obra, cerrada y divinamente imperfecta. Alguien dijo una vez que era su propósito el de ocultar su voluntad para confundir a las personas. Quizá La Divina Comedia esté escrita para no ser entendida o -quizá- tenga la divina virtud de ser entendida por todos. Ésta fue la bella menzogna del poeta florentino Dante Alighieri, nuestra «bella mentira».
*Este texto forma parte del libro Grandes Autores de la Literatura. Lo puedes encontrar aquí: