Vladimir Nabokov

Martin Cid Martin Cid
Vladimir Nabokov. Foto: Walter Mori (Mondadori Publishers)
Vladimir Nabokov. Foto: Walter Mori (Mondadori Publishers)

Comencemos, al menos esta vez, por la parte desagradable: se le acusa de esteticista, petulante, sobreactuado y arrogante. Permítanme la ironía (y es que algunas veces no consigo entender cómo ciertas personas son capaces de caer tan bajo intelectualmente como para dedicar sus energías a la labor de crítico literario): ¿un excesivo uso del lenguaje en la composición de sus personajes? Como ya hemos dicho en otras ocasiones (y si no lo recuerdan, será que no lo he dicho, así que lo digo ahora): quizá el mayor enemigo de la literatura actual sea que el paradigma cinematográfico se ha convertido también en molde artístico para el resto de manifestaciones de índole literaria (y conste que me encanta el cine).

Sí, desde luego que creo que la base de toda acción literaria es la palabra y, como tal, la aliteración (figura constantemente empleada por Nabokov en sus novelas) para alcanzar un efecto en el lector. Por encima de cualquier otro arte, la literatura es la manifestación del alma interna de los personajes mediante sus palabras (ya sean éstas tomadas como narración en primera persona o las demás técnicas que nos ha traído la historia de la literatura). Y es que, y va siendo hora que adoptemos una postura un tanto más directa: si bien la narrativa decimonónica impera la manifestación narrativa-moral (y dando el cetro de esta literatura a Victor Hugo), en el XX se inicia un proceso de descomopisicón de la historia literaria que tiene como centro la palabra como forma abstracto-narrativa (y otorgamos así la corona del S. XX a Joyce). Las maneras de narrar una historia se separan de la tradicional corriente francesa para tomar derroteros múltiples y heterogéneos.

Y no es casualidad que nuestro protagonista de hoy tuviese en alta estima a ese irlandés errante que escribió esa fábula medio mítica, medio dublinesa… Nabokov enseñaba y aprendía de las páginas de Ulises y de las páginas de la gran literatura española y francesa (quizá, junto con la rusa, las tres más fecundas dentro de la historia literaria).

Quizá aún hoy (en este mundo que mira más lo aparente que lo real), obras como Ada o La Defensa de Luzhin sean aún algo por descubrir en la obra de este medio crítico medio novelista que buscaba en el pasado literario la fuente nunca seca del presente literario.

Biografía

No nos sorprenden los inicios de Vladímir Vladímirovich Nabókov: hijo de una aristocrática familia que poseía el dinero suficiente como para permitirse tener un hijo escritor (y en aquellos días parece ser que no era algo tan mal visto como ahora). Nació en San Petesburgo y, gracias a sus variadas institutrices, habló primero el inglés que el ruso… más tarde llegaría el francés para conformar la personalidad de este trilingüe universal y ruso (con todo lo que este último término conlleva).

Lo que parecería un cuento de hadas pronto se convierte en pesadilla, y la familia Nabókov tiene que huir primero a Alemania (donde Vladimir comienza sus estudios y su padre es asesinado por partidarios bolcheviques)… para recaer luego en Francia y más tarde en los Estados Unidos, en donde toma la nacionalidad norteamericana. Ha olvidado ya su lengua rusa, los orígenes y la por entonces tan famosa “lucha por la dictadura del proletariado”, las discrepancias entre bolcheviques y mencheviques, las crisis económicas, las sociales…

Ahora hablemos de cosas serias, hablemos de literatura.

Obra: Lolita

Tratar de explicar a un personaje que creo tan próximo es para mí un placer y así me manifiesto: Nabókov comparte conmigo cierta afición al ajedrez (en él era pasión, en mí sólo un pasatiempo), los juegos de palabras y las formas derivadas de literatura cerrada en sí misma y en la propia historia literaria y, finalmente, las referencias constantes a ese imperio joyceiano de revisionismo literario que parece ser el máximo exponente del siglo (lo que viene a suceder también en pintura de la mano de Picasso).

Nos acercaremos a Lolita no por lo que cuenta, la historia de un profesor de literatura abocado a un sistema enfermizo de erotismo con una chica de doce años, sino por el conjunto de referentes que configuran la novela.

Las claves para entender la novela son bastante simples, y cualquiera que tenga una mínima noción de la obra de Poe podrá comprenderlas al instante: Poe era un hombre que tomó por esposa a su prima, de similar edad a la de Lolita.. un hombre de letras devorado por una pasión y por la muerte que le acecha (en la obra de Poe se manifiesta genialmente en el poema Annabel Lee, Nabokov hará uso de esta metáfora de manera genialmente repetitiva). En Nabokov la sombra de Poe toma cuerpo en un extraño personaje que acecha desde la distancia a Humbert. Y es que obtenemos una última e importante clave para entender la novela en el propio nombre de Humbert Humbert (que parece ser una alusión al doble que Poe narra en su obra William Wilson).

Así tenemos un libro escrito sobre un libro: más allá de lo que en un principio podríamos entender por “demencia” tenemos a un hombre que reescribe un poema escrito por otro; tenemos una historia clásica: lo del pederasta pronto se nos olvida para centrarnos  en una bella historia de amor con las palabras. Humbert recorre los caminos de motel en motel, buscando huir de ese personaje que acecha… encontrando en cada uno de ellos un recuerdo que atesorar… sabe que la belleza de Lolita pronto se marchitará: es profesor de literatura, ya ha leído esa novela.

Lolita es una joven poco dulce y bastante vulgar, lee revistas para quinceañeros y toma gominolas…, poco le importa a ella la vida d Poe o un poema sobre Annabel Lee, se burla del profesor (al que le importan unas cosas bastante absurdas). Comienza el juego: el profesor, con más experiencia, más inteligente, europeo… jugará y perderá porque esta nuestra Lolita es hija de un pasado perfecto: la esencia clásica griega y el tiempo. El profesor construye su imagen a su gusto, la deforma y la convierte en su pequeña Pigmalión… pero esa escultura que él tan bien ha imaginado pronto se escapa y tiene sus propios sueños más allá de las palabras. ¿Conseguirá vivir? La tragedia del libro es precisamente la tragedia de Poe, el hombre que buscaba una especie de belleza matemática: las palabras viven, por más que el escritor se obstine en impedirlo.

Nabokov tiñe la novela con los símbolos de los tiempos literarios más recientes y pasados: Grecia y su Helena de Troya, la modernidad y su Poe. La novela nos envuelve con una prosa elegante y fina, siempre esteticista, repetitiva (tan criticable que los críticos han sido incapaces de domarla)… Pero el mundo real está ahí dentro, en la figura de una niña de doce años, vulgar… que convertirá las bellas palabras de Humbert en perversión y horror.

No, Lolita no es la historia de un pederasta, es la historia de un juego con el tiempo y con las mentes, de una apuesta por la belleza y de una pérdida… de esa sensación de desarraigo que emana de una flor marchita.

Y es que, sólo permanecerán las más bellas palabras.

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