Jóvenes y millonarios: El drama francés de Netflix explora la juventud, la riqueza y los límites de la amistad

Jóvenes y millonarios - Netflix
Molly Se-kyung
Molly Se-kyung
Molly Se-kyung es novelista y crítica de cine y televisión. Además, se encarga de las secciones de estilo.

Jóvenes y millonarios, la nueva comedia dramática francesa disponible en Netflix, se desarrolla como un relato de iniciación con tintes satíricos y tensos, situado en medio de las contradicciones de Marsella. Concebida por Igor Gotesman, coescrita junto a Carine Prévôt y Mahault Mollaret, y ejecutada bajo una dirección de guion coherente y controlada, la serie sigue a cuatro adolescentes de diecisiete años que, de manera impulsiva, se hacen con un premio de lotería de 17 millones de euros. El golpe de suerte los arrastra desde la normalidad de su vida escolar hacia un laberinto de secretos y dilemas morales. Gotesman, que ya había demostrado en anteriores originales de Netflix su habilidad para equilibrar el ingenio melancólico con la emoción contenida, mantiene aquí una precisión tonal que se caracteriza más por la observación silenciosa que por la comedia explícita. La narración se muestra firme y medida.

En el centro de Jóvenes y millonarios están Samia, Léo, David y Jess, unidos por la intimidad del patio escolar pero separados por sus deseos personales. El detonante narrativo llega cuando descubren que ninguno tiene la edad legal para reclamar el premio, lo que los lleva a involucrar a su compañera Victoire, de dieciocho años y aparentemente más independiente, para que lo custodie temporalmente. Esa decisión provoca fisuras en su relación: la amistad se convierte en negociación; la confianza, en un recurso frágil. La logística de la operación —cómo ocultar grandes sumas de dinero, acudir al banco sin levantar sospechas y seguir preparándose para el Bachillerato— se convierte en un estudio sobre la capacidad de improvisación adolescente bajo presión.

Jóvenes y millonarios
Jóvenes y millonarios

La estructura narrativa realiza un delicado ejercicio de equilibrio. Cada episodio se centra en una operación concreta, aunque conectada con las demás: asegurar la custodia del dinero, evitar la sospecha de los padres, gestionar la posición de Victoire como forastera. Todo ello se entrelaza con momentos personales: el primer amor, la ansiedad académica, las tensiones familiares, la exploración de la identidad. Los arcos narrativos crecen hasta un doble clímax: la llegada de los exámenes finales y la mayoría de edad legal. Esta doble cuenta atrás —académica y legal— coloca la serie en la tradición estructural que combina el thriller con la novela de formación.

En cuanto a temas, Jóvenes y millonarios se orienta hacia el choque entre la juventud y los privilegios adultos. El dinero no es aquí solo un medio para la euforia o el exceso: simboliza autonomía, deseo, desigualdad y transformación. Las fantasías de los protagonistas —coches de lujo, ropa de diseñador, destellos de glamour— están filtradas por su experiencia limitada y, a menudo, marcada por la precariedad. La serie plantea si la riqueza concede libertad o impone nuevas cadenas. No moraliza; deja que la tensión ética surja de forma orgánica, como parte del modo en que el poder reconfigura hasta los vínculos más sólidos.

Las interpretaciones se sostienen en la autenticidad. Abraham Wapler, Malou Khebizi y Calixte Broisin-Doutaz dotan a sus personajes de una confianza sutil y de grietas de inseguridad. Sara Gançarski y Jeanne Boudier, en los papeles de Victoire y Jess, respectivamente, transmiten con contención la ambivalencia emocional de quien se siente dentro y fuera al mismo tiempo. La dinámica grupal se construye con observación precisa: gestos, silencios y jerarquías no verbalizadas que aportan textura. No se trata de interpretaciones diseñadas para deslumbrar, sino para convencer a través de pequeños detalles vividos.

Los personajes secundarios añaden capas a la ambigüedad del relato. Padres que detectan cambios aparentemente inocuos pero que agravan la tensión; un orientador cuya frase casual tiene consecuencias inesperadas; personal docente que oscila entre la indulgencia y la sospecha. Todos aportan realismo, evitando que el secreto de los adolescentes exista en un vacío, y situándolo dentro de una comunidad plenamente creíble.

La dirección y el diseño visual están calibrados para reforzar la carga temática. Théo Jourdain, Mohamed Chabane, Tania Gotesman y el propio Igor Gotesman mantienen la coherencia compositiva a través de motivos visuales recurrentes: cámara en mano y encuadres cerrados en las escenas de intercambio clandestino, planos amplios cuando los personajes contemplan sus posibilidades, composiciones pausadas que subrayan la distancia entre su entorno modesto y la opulencia imaginada. Marsella, tanto escenario como personaje, ocupa un lugar central: colinas cubiertas de matorral, fachadas grafiteadas, restos del día escolar, vistas al mar. Este trasfondo urbano y periférico, poco habitual en la ficción televisiva francesa, acentúa la distancia emocional y social entre el día a día de los protagonistas y lo que el dinero podría comprar.

La banda sonora —creada por la marsellesa Léa Castel junto a Yoan Chirescu— acentúa la dualidad tonal. Pistas rítmicas y pulsantes acompañan los momentos de euforia; melodías menores y melancólicas emergen en instantes de desconfianza o añoranza. La música se emplea con moderación, reforzando siempre el subtexto emocional y sin imponer sentimientos externos.

En lo estilístico, la escritura evita el pulido excesivo. Los diálogos suenan coloquiales, a veces vacilantes, a veces conscientes de los códigos sociales: sintaxis de mensajes de texto, evasivas adolescentes, confesiones repentinas. Este registro lingüístico sostiene la verosimilitud del habla juvenil: ese terreno intermedio entre la jerga, la sinceridad, la ironía defensiva y la vulnerabilidad inesperada.

En términos culturales, Jóvenes y millonarios contribuye a la ampliación del catálogo de Netflix con narrativas francesas fuera del eje parisino, situando a Marsella en el centro del relato. Se inscribe en una tendencia global de dar protagonismo a identidades regionales en historias de alcance universal. Sus preocupaciones —aspiración económica, autonomía juvenil, complejidad ética— trascienden las fronteras, pero el contexto social marsellés les otorga un peso específico.

La serie evita las respuestas fáciles. No presenta la riqueza como una redención limpia ni como una corrupción absoluta. Más bien, la muestra como un catalizador que revela fragilidades latentes, reconfigura las relaciones de poder en la amistad y expone la adultez incompleta de sus protagonistas. Momentos de introspección se cuelan entre la comedia para mostrar cómo cada decisión repercute en las relaciones, las lealtades y la identidad.

Al combinar sutileza tonal, caracterización sólida y tensión estructural, Jóvenes y millonarios se erige como una aportación reflexiva al drama juvenil contemporáneo, una que sustituye el espectáculo por el examen minucioso y la ligereza por la agudeza emocional. Su valor cultural reside en mostrar una adolescencia atravesada por la responsabilidad, el azar y las consecuencias. No ofrece resoluciones nítidas, y quizá ahí radique su sentido: que la juventud, incluso con una fortuna en las manos, sigue siendo provisional, incierta y profundamente humana.

Los ocho episodios de Jóvenes y millonarios ya están disponibles en Netflix desde el 13 de agosto de 2025.

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