Lord Byron. Escritor, Poeta, Dandy. Don Juan

Martin Cid Martin Cid
Lord Byron
Lord Byron

La primera y más importante obra de Byron se comenzó a escribir el 22 de enero de 1788, en Londres. Narra la historia de un niño, George Gordon. Aquellos que tuvieron la suerte de leerlo dicen que tuvo tirantes relaciones con su madre y que el «padre ausente» marcaría para siempre sus relaciones femeninas…

Mil historias de muy diferente signo. Esta novela está muy alejada del signo dickensiano y muy próxima al ideal romántico de los primeros tiempos (la verdadera creación de Byron). Buena familia, buenos colegios…, pero el drama de un padre acuciado por mil deudas y una madre («gordinflona y sin cualidades» dirán los exegetas de la obra) que llegaba incluso a despreciar a su vástago.

La historia de George Gordon viene marcada una marcada deformidad en uno de sus pies. Ni los mejores de los médicos de su tiempo pudieron hacer nada por ello, y George Gordon siempre consideró que su tara estaba a la vista de todos.

Cuando muere su tío abuelo William, allá por 1798, un aún tierno George Gordon toma posesión del título que le convierte en el sexto barón Byron. Muy pronto toma conciencia de su recién adquirida categoría. Eran aún años en la escuela Harrow, y el propio George Gordon contará cómo leía a Cervantes a tierna edad.., que sólo le interesaba la Biblia y los clásicos… La realidad, nunca cierta y siempre una sublime «cantinela para escolares», nos pinta a un barón Byron más preocupado por probar su hombría que por los atractivos intelectuales, siempre bien escasos en los años escolares.

En estos años comienza su famosa afición por la natación, que le llevaría a grandes cotas de popularidad. Los relatos de esta épo-ca hablan de un Byron, fullero y bravucón, que jamás dudaría en provocar él mismo el altercado. Eran tiempos difíciles, tiempos en los que llevar el título de barón significaba algo. La situación económica no era boyante (la historia dice que nunca lo seria para Byron). Al menos, esto sí heredaría de su padre: el excéntrico gusto y la muy noble necesidad de gastar lo que no tenían.

Llegan los años de la Universidad, Cambridge (por supuesto). Tan sólo acude a sus clases un año. Los profesores no llegarán a conocer el rostro de Byron salvo por los periódicos. Comienza la novela.

Algo cambió en estos tiempos de pomposidad y viejas formas. La literatura moderna –en mayor o menor medida- es hija bastar-da del romanticismo. Hemos hablado de Hugo, de Baudelaire (por citar casos tal vez extremos), hemos citado a Poe (quizá en este último la vertiente romántica es aún más acusada, incluso trataba de emular a Byron en su afición a la natación)… Nos hemos referido a Joyce y su particular prosa… Hablaremos también de las hermanas Brönte y de la baronesa Blixen (Isak Dinesen)… Las referencias son claras en estos espíritus sin duda modernos, y todos ellos deben a Byron alguna parte de su grandeza.

Esta nueva novela que nace cuando Byron descubre sus talentos es la novela de la propia literatura, en las que aquellos escritores posteriores han de verse reflejados, ya bien por obligación gremial o devoción sincera. Los «hijos de Byron» han supuesto la generación del romanticismo y su propio invento. Antes de George Gordon, las biografías de escritores eran poco más que nulas. Byron fue la primera gran figura pública literaria. Pero debemos mucho más que esto a esta gran novela (y ya por el simple hecho de haberse convertido en pionero merecería un puesto destacado en el banquete de su burlado Platón). Debemos a Byron la imagen demonizada y faustica del hombre de letras, las mil representaciones del romántico seductor, del demonio con sonrisa…

Poco tenemos que retroceder o avanzar. Vemos en Baudelaire un célebre espejo byroniano (con importantísimas diferencias, cierto es), y en el espíritu de Victor Hugo reconocemos algunos de los rasgos del inglés. Casos muy diferentes estos dos, pero similares. Si bien el carácter moralizante de Hugo podría ponerlo en clara contradicción con el donjuanesco Byron, reconocemos el mismo espíritu bajo sus plu-mas: la fidelidad a sus personajes (literarios y públicos) y a su propia creación.

Todo cambia con la publicación de esta gran novela, y la literatura no volverá a ser la misma. Bien es cierto que de no haber vis-to la luz el Childe Harrold (relato de las primeras aventuras de Byron).., ¿otro canto similar le hubiese sustituido? Muy probablemente sí, pero ningún otro escritor podría haber sustituido la figura sobresaliente de Byron.Los años de Universidad parecen ser el punto de inflexión de su vida (suele suceder). Byron se aficiona a la vida licenciosa y las «perversiones» ocasionales… Publica ya en los años de universidad «Horas de Indolencia» (1807), que es mal acogida. La obra de Byron jamás obtuvo una buena crítica (¿como cualquier obra verdaderamente moderna?). La guerra ha comenzado. Byron vendía como ningún otro hasta la fecha, pero sus obras eran tachadas de inmorales, pretenciosas (o similares adjetivos de escasa enjundia), mientras recibía cartas de admiradoras y su fama aumentaba.

Son muy conocidas sus aventuras bisexuales. Su pintura maligna se acrecienta. Comienzan sus viajes, dispendios y aventuras por doquier… España, Italia, Grecia… Europa a sus pies. Una mujer aparta la mirada de su hija, embelesada al ver a Byron: «No, puede embru-jarte con sólo mirar sus ojos».

De estos viajes surge el primero de sus grandes libros: «Peregrinación de Childe Harrold», libro de viajes en donde el protagonis-ta es el personaje de toda la creación literaria de Byron: el propio Byron. Cualquier lector reconocerá este personaje, al hombre que huye de sí mismo y se esconde en diversas máscaras. Es el espíritu de su soñada Venecia (en la que pasaría algunos de los periodos más productivos de su vida), el espíritu del carnaval y la moda… El ideal romántico hecho carne y literatura del hombre. Byron representa toda la corriente de la época de Werther. Sin vivir enamorado, Childe Harrold se enamora, viaja y canta las hazañas burlescas con la voz de un trovador noble; sin beber del tiempo, goza de su fugacidad y su etéreo llanto. Childe Harrold es la imagen del joven Byron y su espejo, es el Byron rosa pero es también un Werther en una obra de Donizetti: el calderón marca la pauta, la orquesta continuará tocando hasta que el tenor escuche los aplau-sos.

Al «Childe Harrold» le seguirían «La novia de Abydos» y «El corsario». Pero pronto la hoy en día llamada opinión pública toma-rá buena cuenta del joven déspota. Acusado de incesto con su hermana, y tras su matrimonio fallido con Anna Isabella Milbanke, huye a Italia. Vive buenos años (residirá junto a su mejor amigo Shelley en Génova). Es la época de «Caín» y «Sardanápalo». Byron muere de noche y escribe de día. Los excesos le llevan a uno de los peores pecados que todo espíritu refinado pueda llegar a cometer: la gordura.

Su metáfora llega antes que sus obras, que se venden como nunca antes… Sus deudas son más o menos paliadas por la venta de su… ¿Castillo, finca, mansión, villa? Don Juan (que dejó sin terminar) bulle.

Byron, al que los asuntos políticos dejaban más bien indiferente pese a ser miembro de la Cámara de los Lores, acude a la lucha. Guerra de la Independencia de Grecia. 1822. Missolonghi. Es el final. Byron contraería unas fiebres que terminarían con su vida. Ha muerto de la peor manera posible: calvo.

Don Juan

Referirse a la trayectoria literaria de Byron se hace algo difícil, ya que es más recordado por sus anécdotas como nadador o sus múltiples escándalos (a los que sólo hemos echado un somero vistazo).

Nos hemos referido ya a su mejor novela, de la que Don Juan (quizá) es sólo un pálido reflejo. El Don Juan es una crítica al mismo romanticismo y a lo que la figura de Byron viene a representar. Al contrario que otras recreaciones del mito donjuanesco (Molière), la obra es una sátira del propio mito del Don Juan, con el que la figura del escritor curiosamente se confunde. ¿Qué mejor elección que la del hombre víctima de su propia libertad?

Se han dado muy diversas interpretaciones (algunas de ellas sin duda hubiesen sido desacreditadas por el propio autor).

Don Juan es la más feroz de las críticas al romanticismo visto desde la perspectiva del romántico, carne y símbolo. No hay moral ni culpa católica en su personaje (nótese que Byron, a pesar de su latinización, continuaba siendo inglés). Ni poeta ni poema parecen tomarse en serio a sí mismos. La sátira se extiende desde el lenguaje al personaje. El talento de Byron al servicio de su propia autodestrucción. La decadencia ya había comenzado cuando lo escribía (las publicaciones del Childe Harrold y el mismo Don Juan se realizaron parcialmente por cantos). La pintura se detesta a sí misma, huye, incapaz de controlar su propia burla.

La temática es la misma que en el resto de sus obras, pero quizá la sátira es doble. Abundan los ajustes de cuentas con sus con-temporáneos (como hace el mismísimo Dante), pero también el personaje se traza de una manera más efectiva que en otras de sus obras. Childe Harrold ha crecido, y sus devaneos y demonización parecen estar más allá. Don Juan se mira el ombligo y la misma bilis que exhibe para con sus detractores la transmite al propio mito de Byron, muerto ya.

Don Juan es la obra más acabada de Byron, y en la que su talento como poeta verdadero muestra todo su genio. Más allá del aplauso y de las atenciones femeninas, Byron parece centrarse en la obra que preconiza la cercanía de su fin. Así analiza su vida y pasa factura a su mito, un mito eterno que pervivirá, del que el lord Henry de Wilde es espejo, que viven mil poetas y al que a todos marca.

La novela sería continuada bajo otros enfoques, Goethe nos hablaría de Margarita, Fausto y Werther, y su propia vida la llenó de leyendas. La novela había terminado. El paradigma romántico fue el del hombre que nació bajo el sello de Caín, que gustó de la perversidad y la santidad, de engaño, amor y vicio.., que recibió las cruentas puñaladas de la historia y que sólo de una copa jamás bebió: libertad.

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