William S. Burroughs. Escritor. Generacion Beat. El Almuerzo Desnudo

William Seward Burroughs. Autor de la foto: Chuck Patch
Martin Cid Martin Cid
William Seward Burroughs. Autor de la foto: Chuck Patch
William Seward Burroughs. Autor de la foto: Chuck Patch

William Seward Burroughs: adicto a su espejo en un mundo en decadencia. Burroughs fue uno de esos beatniks, hijos de la generación perdida, quizá su hijo predilecto. Ha sido más conocido por sus vástagos, voces que aseguran haberle leído y que interpretan a través de sus palabras los ecos perdidos, ¿literatura?

Burroughs sobrevivió a una dura catástrofe: un mundo en paz. La Norteamérica de los años cincuenta vivía con el pasado de la segunda gran guerra y sólo una vuelta a los infiernos la sacaría de su letargo. La nueva Roma es así. Burroughs es el escritor de un paraíso perdido cuyos arcángeles toman el sobrenombre de la «generación Beat»: hombres descarriados que pasaban sus días enganchados a la bence-drina y la literatura. Jack Kerouac, quizá el más afamado de todos ellos, escribió el libro que se convierte en su Biblia: «En el camino». Un experimento de escritura automática (al que el mismo T. Capote acusó de no saber escribir), que narra las aventuras por aquella Norteamérica aún hoy sin identidad. Gingsberg su poeta, un castratto que denunciará en «América» las pericias de un mundo por alcanzar su identidad. Vagabundos y soñadores.

Los beatniks experimentaban con todo: drogas, sexualidad, literatura, jazz… Como sucede con Byron, puede que sus biografías resulten más interesantes que sus obras. Un caso quizá diferente es Burroughs, quien lleva más allá de su vida los experimentos lingüísticos. Leer a Burroughs se nos hace, aún hoy, difícil (incluso después de haber sobrevivido al mismísimo James Joyce). Precisamente este escritor bebe de esa misma fuente (con menor acierto, con más crudeza, no puedo saberlo). Los libros de Burroughs carecen de argumento y tienen mil líneas argumentales, historias de un desperdigado, imágenes casi surrealistas sin voz.

Hablamos del cut-up, curioso procedimiento ideado por él mismo de intercalar situaciones. Se toman varias formas, se tiran y se recomponen, tenemos creado el texto. Sencillo, casi musical. El lenguaje de Burroughs es la prosa desencantada de la literatura, las imágenes están llenas de contenido, carentes de significado, un mundo que se evoca a sí mismo en el reflejo irregular de sus palabras, caídas, pétreas y cambiantes. Sus obras, que algunos siguen llamando novelas, huyen de su propia definición, muy en la línea del «Finnegans’ wake» de Joyce. El infierno del desencanto se construye con el propio hastío, aburrimiento de palabras y spleen vital. Burrughs empieza intentado componer una obra, pronto se olvida de su función. ¿Acaso tiene que tener sentido? La prosa es brutal, con contenido sexual explícito… Llegamos a la náusea.

William Burroughs nació el cinco de febrero de 1914 en Saint Louis (Missouri, USA). Creció en el seno de una familia acomo-dada y estudió en Harvard Antropología. Trabajó como detective privado, reportero y exterminador de plagas. Sólo hubo una con la que jamás pudo terminar: 1944. Nueva York. Descubrimos a un nuevo Burroughs adicto a las drogas, a la heroína principalmente.

Su primer libro, publicado en 1955 con el pseudónimo de William Lee, cuenta sus experiencias con la heroína. Es un libro de re-cuerdos, muy duro. No hay juicio, ni siquiera arrepentimiento. Muestra su imagen como es la literatura: reflejo artístico, una mancha. «Yon-ky: confesiones de un drogadicto irredento» pasa por ser una biografía sin orden, una novela sin argumento o una colección de historias: huyamos de los clichés. Crudo, real, quizá demasiado real. Pero sólo es su primera obra, aún no ha empezado a experimentar.

Tras «El Almuerzo Desnudo» (1959), escribe la trilogía de novelas formada por «La máquina suave», «El boleto que explotó» y «Nova Express», a la que seguirán «Marica» (1985). En 1995 publicaría su última obra: «Mi educación: un libro de sueños».

Pero más allá de su obra literaria (para algunos sin valor), Burroughs experimenta con otros materiales: pintura, música, cine… Son conocidas sus apariciones en películas (como «Drustore Cowboy», en donde interpreta a un yonky de avanzada edad), en grabaciones sonoras (muy conocida su grabación junto a Kurt Cobain) y exposiciones pictóricas. Burroughs llevó su obra por Europa, en donde leía fragmentos de sus obras con su voz de icono hastiado. Fue el símbolo para una generación de beatniks nacidos sin voz, en el anonimato de las grandes estructuras de hormigón.

Alguien miró la carne, sin vida, a punto de degustarla.

«El Almuerzo Desnudo» (The Naked Lunch), 1959.

Puede que, a muchos lectores del tipo victoriano, la figura de Burroughs y, más en concreto, su obra literaria, pueda parecerles un tanto «fuera de tono». «El Almuerzo Desnudo» es la obra capital de este escritor, y una pieza fundamental histórica y literaria. Sigue los parámetros de experimentación de Pound o Joyce, pero la temática es opuesta a estos dos grandes de la literatura. Mientras que en Joyce nos enfrentamos con un mundo de gigantes míticos, en Borroughs los gigantes viven entre nosotros, conviviendo estoicamente y dando sentido al maremagnum de los sentidos. Futurismo electrónico y surrealismo caduco se funden.

La obra de los beatniks es una obra individual que encuentra su sentido a partir de explicaciones historicistas: gran mentira. Gingsberg es tan distinto de Ferlinghetti como la carne de buey y la de ternera. Los beatniks narran el descontento de toda una generación de entre-guerras, cierto, pero todo el descontento, las drogas y las experiencias narradas están expresadas con materiales narrativos de lo más diverso. Comparar a Kerouac con Borroughs se hace, asimismo, igual de desacertado. Burroughs no utilizaba la forma de «escritura automá-tica» para sus escritos (si bien es cierto que sólo podríamos hablar de esta fórmula narrativa en la novela «En el Camino»). Las obras de este último son fruto de la inspiración y el trabajo, muy alejados del espíritu vagabundo de otros beatniks.

Borroughs narra en «El Almuerzo Desnudo» la desilusión y la tragedia del hombre moderno, con innumerables préstamos narrati-vos de otros autores. Pero su pasión no es el estudio, sino la propia literatura. Las obras de Burroughs, en todo su esplendoroso caos, bullen y rezuman, nos enfurecen y desconciertan: una imagen amable derivada a mil perversiones. Es un tipo de escritura difícil, muy en la línea de Breton o Pound, pero no por ello deja de tener sentido. El contexto es heterogéneo, experimental, difuso. Los clichés del narrador omnis-ciente o el punto de vista desaparecen (como sucede con el mismo Joyce) para dar paso a la desnudez de la carne.

«El Almuerzo Desnudo» se sirve al lector frío, desdibujado en una prosa que evoca el pasado con analogías del presente. Las ca-lles de Nueva York, la policía, las omnipresentes drogas… Borroughs sumerge al lector en un mundo que no conoce, y le hace sentir en sus carnes el hastío y la fetidez (como ya sucedió en «Yonky» y sucederá más tarde en «Marica»).

Burroghs no es un plato de buen gusto, es un descenso a los infiernos por los caminos de una prosa desdibujada, sin significado. Enfrentarse con este libro supone librarse de traductores y aferrarse a un inglés puro, sofisticado, lastrado, a veces vulgar… El significado pierde su sentido, una vez más, para prodigarse, de nuevo. Las palabras se recomponen y las estructuras se desdibujan, ¿literatura?

«Ese momento helado en el que cada uno ve lo que hay en el otro extremo de su tenedor». Palabras desnudas.

*Este texto forma parte del libro Grandes Autores de la Literatura. Lo puedes encontrar aquí:

https://www.martincid.com/2017/05/04/grandes-autores-la-literatura-escritores-fantasmas/

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