Una nueva forma de terror veraniego llega a Netflix con el estreno de El verano en que Hikaru murió, una adaptación al anime que se adentra en la inquietante calma del Japón rural. La serie, basada en el galardonado manga de Mokumokuren, presenta una escalofriante narrativa que combina las rutinas mundanas del género slice-of-life con un terror psicológico omnipresente. Ambientada en un verano sofocante, con el incesante zumbido de las cigarras, la historia se centra en dos amigos inseparables de la infancia, Yoshiki Tsujinaka y Hikaru Indou. Su vínculo es el ancla de sus vidas en un pequeño y aislado pueblo, pero esa ancla se rompe cuando Hikaru desaparece en las montañas para regresar una semana después como algo completamente distinto. La serie establece de inmediato que no se trata de una historia sobre el lento y creciente horror de descubrir a un impostor. En su lugar, sitúa al espectador directamente en la terrible certeza del protagonista, Yoshiki. Él sabe desde el principio que el ser que está a su lado, el que se ve, suena y recuerda igual que su amigo, es un reemplazo. Esta elección narrativa desplaza el foco hacia el interior, transformando la historia de un misterio a una compleja exploración del duelo, la complicidad y las aterradoras consecuencias de elegir vivir con un monstruo conocido en lugar de enfrentar el vacío de la pérdida. La pregunta central no es qué le pasó a Hikaru, sino qué le pasará a Yoshiki ahora que él ya no está.
Una historia de amistad, pérdida y un terrible secreto
La base de El verano en que Hikaru murió es la profunda y codependiente relación entre sus dos protagonistas. Yoshiki, el más reservado y paranoico de los dos, encuentra su centro social y emocional en el extrovertido y carismático Hikaru, quien es querido por todos en su pequeña comunidad. Son los únicos dos chicos de su edad y sus vidas están profundamente entrelazadas. Esta idílica amistad se hace añicos por el incidente que desencadena la trama: Hikaru se adentra en las montañas y desaparece. Regresa una semana después, aparentemente ileso, pero la inmediata comprensión de Yoshiki de que su amigo se ha ido para siempre establece el tono sombrío de la historia. La entidad que lleva la forma de Hikaru, descrita como un ser de otro mundo, confirma esta verdad. Admite que el verdadero Hikaru murió y que lo ha consumido, adoptando su forma física, sus recuerdos y sus sentimientos.
Enfrentado a la insoportable finalidad de la muerte de su amigo, Yoshiki toma una decisión crucial e inquietante: decide aceptar a esta imitación y continuar su vida juntos como si nada hubiera cambiado. Esta decisión se convierte en el motor de la narrativa, impulsando una historia que trata menos sobre luchar contra un monstruo y más sobre el coste psicológico de albergar uno. La motivación de Yoshiki nace de un duelo profundamente humano y comprensible, pero su elección lo posiciona tanto como víctima de las circunstancias como cómplice de una amenaza potencial. La entidad es explícitamente peligrosa y su presencia comienza a provocar extraños e inquietantes sucesos en el pueblo. Los animales reaccionan con un miedo instintivo y una mujer local con sensibilidad espiritual reconoce inmediatamente al impostor. El secreto de Yoshiki, por lo tanto, no es una carga pasiva, sino un engaño activo que pone en riesgo a su comunidad. Esto crea un poderoso conflicto interno, ya que la fuente de su consuelo —el facsímil de su amigo perdido— es también la fuente de su constante y creciente pavor. La narrativa se convierte en una exploración moralmente gris de la naturaleza egoísta y desesperada del propio duelo. La entidad, por su parte, no es un simple villano. Aunque es de otro mundo y peligrosa, también posee una extraña inocencia y vulnerabilidad, experimentando el mundo por primera vez a través de los sentidos de Hikaru. Su único vínculo con la existencia es su conexión con Yoshiki, creando una compleja dinámica de dependencia mutua que es tan tierna como aterradora.

Creando un pavor a fuego lento a través de la atmósfera y el sonido
La adaptación al anime está dirigida por Ryohei Takeshita, quien también se encarga de la composición de la serie. Takeshita se sintió atraído por el proyecto debido al lenguaje visual único del material original y su propio deseo de dirigir una obra de terror en toda regla. Su enfoque evita deliberadamente los tropos comunes del terror, como los jump scares, para cultivar una sensación sostenida de «inquietud». El objetivo es replicar la atmósfera característica del manga, un pavor silencioso y pesado que surge de la sensación de que algo está fundamentalmente mal bajo la superficie de un día de verano mundano. Para lograrlo, la producción se apoya fuertemente en su diseño de sonido. En lugar de depender de una banda sonora constante para dictar la emoción, Takeshita ha optado por un enfoque centrado en los efectos de sonido que enfatiza las pausas y los sonidos ambientales del entorno rural. El incesante canto de las cigarras, un sonido a menudo asociado con el calor opresivo del verano japonés, se convierte en una herramienta clave para crear tensión, una técnica más común en las películas de terror japonesas de imagen real. El sonido creado para la propia entidad fue diseñado específicamente para ser «inorgánico», reflejando su naturaleza sin alma y separándola aún más del mundo de los vivos.
Esta meticulosa atención a la atmósfera se extiende a la presentación visual. Para capturar fielmente el escenario de la historia, Takeshita y su equipo realizaron múltiples viajes de varios días para explorar las localizaciones reales que inspiraron el pueblo ficticio de Mokumokuren. Pasaron días fotografiando y grabando, absorbiendo los detalles específicos del entorno, desde coches oxidados abandonados al borde de la carretera hasta la forma en que la luz se filtra a través de los densos árboles. Este compromiso con el realismo ancla el terror sobrenatural en un mundo tangible y creíble. Quizás el indicador más revelador de la dedicación de la producción al material original es la creación de un puesto de personal único: «Animador Dorodoro». Este rol fue ocupado por Masanobu Hiraoka, un animador autodidacta conocido por su trabajo en metamorfosis y movimiento surrealista. Él es el único responsable de animar las transformaciones grotescas, inquietantes y «fangosas» que son un sello visual del terror del manga. Hiraoka insistió en dibujar a mano estas complejas secuencias, un proceso laborioso que evita los atajos digitales más eficientes para preservar la calidad orgánica e perturbadora del arte original. Estas elecciones de producción específicas e inusuales no son meros adornos estilísticos; son soluciones calculadas a los desafíos centrales de adaptar una obra conocida por su ritmo lento y atmosférico y su terror visual poco convencional. La inversión en un rol especializado como el Animador Dorodoro demuestra un profundo respeto por el material original y un compromiso con la integridad artística, señalando una producción que entiende lo que hizo tan efectiva a la historia original.
Un relato de duelo, identidad y conexión queer
Más allá de su inquietante premisa, El verano en que Hikaru murió es una profunda exploración de complejos temas humanos. En esencia, es una historia sobre el duelo, la memoria y la identidad, que cuestiona lo que significa ser humano y si una conexión puede sobrevivir a la finalidad absoluta de la muerte. La narrativa está impulsada por la agitación interna de Yoshiki mientras navega por un mundo donde la persona que más amaba está a la vez presente e irrevocablemente ausente. Esta profundidad emocional está intrincadamente tejida con un subtexto queer significativo y fundamental. Se establece que Yoshiki ha albergado durante mucho tiempo un enamoramiento romántico no correspondido por Hikaru. Esto no es una subtrama tangencial, sino un componente central de su personaje y de los temas principales de la historia. Su sexualidad contribuye a su profundo sentimiento de aislamiento y «otredad» dentro de los confines de su conservador y cerrado pueblo rural.
Este sentimiento interno de ser diferente crea un poderoso parentesco tácito entre Yoshiki y la monstruosa entidad que ha ocupado el lugar de su amigo. La criatura es literalmente un «otro», una presencia ajena en un mundo que no la comprende. La decisión de Yoshiki de aceptar a este ser está profundamente entrelazada con sus sentimientos no correspondidos y, en su opinión, quizás «monstruosos», por el verdadero Hikaru. El marco del terror sobrenatural se convierte así en una potente metáfora de la experiencia queer de la alienación. El horror es tanto externo, en la forma del ser de otro mundo, como interno, reflejando la propia lucha de Yoshiki con su identidad, su duelo y su amor. La autora, Mokumokuren, ha aclarado que la serie no pretendía ser un manga «Boys Love» (BL), sino una historia de terror seinen que presenta representación queer. Esta distinción es crucial. La historia utiliza sus temas queer no para servir a los tropos del género romántico, sino para profundizar su terror psicológico y su drama de personajes, permitiendo que la tensión de los sentimientos no expresados de Yoshiki se agrave y contribuya a la atmósfera inquietante. La serie también presenta una representación subversiva de la masculinidad, priorizando la sensibilidad emocional, la vulnerabilidad y la intimidad sobre las demostraciones tradicionales de poder, centrándose en cambio en la conexión emocional profundamente absorbente de los personajes.
De un aclamado manga a una serie muy esperada
La adaptación al anime de El verano en que Hikaru murió llega con inmensas expectativas, nacidas del fenomenal éxito de su material original. El manga, serializado en el sitio web Young Ace Up de Kadokawa, se convirtió en una sensación crítica y comercial. Su primer volumen vendió más de 200.000 copias en solo tres meses, y la serie ha sido galardonada con numerosos premios de prestigio, destacando el primer puesto en la edición de 2023 de la influyente guía Kono Manga ga Sugoi! (¡Este manga es increíble!) para lectores masculinos. Este amplio reconocimiento ha cultivado una base de fans grande y dedicada, convirtiendo al anime en uno de los lanzamientos más esperados de la temporada.
La tarea de llevar esta célebre obra a la pantalla recae en CygamesPictures, un estudio de animación relativamente joven que es una división de la más grande Cygames, Inc. El estudio ha estado construyendo constantemente su portafolio con títulos como Princess Connect! Re:Dive y Brave Bang Bravern!, pero El verano en que Hikaru murió representa un proyecto de prestigio de alto perfil y grandes apuestas. La significativa inversión en talento de primer nivel y roles de producción especializados indica un esfuerzo estratégico para ofrecer una adaptación definitiva que pueda estar a la altura del manga y consolidar la reputación del estudio por su calidad. La serie está dirigida por Ryohei Takeshita, con diseños de personajes y dirección principal de animación de Yuichi Takahashi. El elenco de voces principal está liderado por Chiaki Kobayashi como el conflictivo protagonista Yoshiki Tsujinaka y Shuichiro Umeda como la entidad que lleva el rostro de Hikaru. A ellos se une un elenco de apoyo que incluye a Yumiri Hanamori, Wakana Kowaka, Chikahiro Kobayashi, Yoshiki Nakajima y Shion Wakayama. El paisaje musical de la serie está definido por su tema de apertura, «Saikai» (Reunión), interpretado por Vaundy, y su tema de cierre, «Anata wa Kaibutsu» (Tú eres mi monstruo), de Tooboe.
La serie se transmite en exclusiva por Netflix. Se estrenó el 5 de julio.