Frankenstein de Guillermo del Toro: La Anatomía de un Monstruo Nacido de una Obsesión de 50 Años

La Culminación de una Vida

Frankenstein
Veronica Loop
Veronica Loop
Veronica Loop es la directora jefe de MCM. Apasionada por el arte, la cultura y el entretenimiento.

Para el director Guillermo del Toro, Frankenstein no es simplemente otra película en su filmografía; es la culminación de un viaje que ha definido su existencia y su arte. Es una obsesión que ha cultivado durante más de medio siglo, una historia cuyas hebras se han tejido en el ADN de cada una de sus obras anteriores. «Le he dedicado más de 50 años de mi vida», afirmó el cineasta, subrayando la profunda conexión personal que lo une al mito de Mary Shelley. Esta devoción no es una hipérbole. Del Toro sostiene que los elementos de esta narrativa fundamental están presentes en sus 13 películas, citando su aclamada Pinocho como la historia de «otro padre pródigo pidiendo perdón a su hijo», un eco directo del trágico vínculo entre Victor Frankenstein y su creación.

La fascinación del director comenzó en la infancia, un encuentro formativo a los siete años con la icónica película de James Whale de 1931, protagonizada por Boris Karloff. Este primer impacto visual se consolidó y profundizó a los once años, cuando leyó la novela original de 1818. Desde entonces, la Criatura se ha convertido en una figura casi totémica en su panteón personal, un ser que él considera casi una deidad, una figura mesiánica cuya sombra se proyecta sobre toda su vida y obra. Esta relación simbiótica entre el artista y el monstruo trasciende lo meramente cinematográfico para convertirse en una clave autobiográfica. Del Toro ha hablado de su propia infancia en Guadalajara, México, describiéndose a sí mismo como una «criatura extraña y pálida a la que le gustaba leer», un niño hipocondríaco que a los siete años estudiaba manuales de medicina convencido de que padecía enfermedades terminales. En los monstruos clásicos como el de Karloff, Godzilla o la Criatura de la Laguna Negra, encontró una validación que el mundo convencional le negaba. «Los monstruos te dicen, mira, está bien ser tú. Está bien ser imperfecto», explica. Cada una de sus películas, poblada por faunos, hombres anfibios o marionetas de madera, ha sido una exploración de esta aceptación de la imperfección, pero Frankenstein representa la expresión más pura y directa de este tema central de su vida.

La materialización de esta obsesión no se ha limitado al plano intelectual o cinematográfico; ha tomado una forma física y tangible. En su célebre «Bleak House», un santuario personal dedicado a su arte y sus inspiraciones, del Toro tiene una habitación consagrada exclusivamente a Frankenstein, a la que llama «la sala de estar». En este espacio, rodeado de figuras y parafernalia del mito, es donde escribe, investiga y diseña. Este proceso creativo, en el que un creador se aísla para dar forma material a una idea que lo consume, refleja de manera asombrosa la propia narrativa de la novela. La película, por tanto, no es solo el resultado de un proceso artístico, sino un eco temático de la historia que cuenta: la de un creador solitario que da vida a la fijación que ha dominado su mente durante décadas.

La Visión Filosófica – Reinterpretando el Mito del «Prometeo Moderno»

El enfoque de Guillermo del Toro hacia la obra de Mary Shelley se aleja deliberadamente de las convenciones del cine de terror para adentrarse en el terreno de la tragedia existencial. Para él, la novela es una obra de una profunda complejidad filosófica, «más cercana a El Paraíso Perdido de John Milton» que a un simple cuento de miedo. La describe como un «conmovedor examen de lo que nos hace humanos y el dolor de estar vivo», una exploración de las preguntas fundamentales que han plagado a la humanidad desde siempre. La idea central de «nacer en un mundo y una existencia que no pediste» resuena con él de una manera profundamente personal, conectando con el espíritu de la propia autora, a quien describe como una «adolescente llena de preguntas, rabia y rebelión» cuyas inquietudes siguen siendo las nuestras.

Su atracción por la historia está arraigada en el movimiento romántico del siglo XIX, un periodo que admira por su «sentido existencial de la belleza en el horror». Del Toro acuña su propia definición para esta sensibilidad, llamándola «poesía de cementerio», una frase que encapsula la unión de lo macabro y lo lírico, la belleza que se puede encontrar en la melancolía y la tragedia. Este enfoque invierte la fórmula tradicional del género. No utiliza la belleza para hacer tolerable el horror; en cambio, encuentra una belleza intrínseca dentro del horror mismo. La película, por tanto, utiliza el andamiaje del gótico no principalmente para asustar, sino para inducir un estado de melancolía sublime, invitando al espectador a contemplar la belleza en la imperfección, el dolor y la soledad existencial. Este sentimiento se ve reforzado por la partitura del compositor Alexandre Desplat, quien buscó articular las «hermosas emociones» de la Criatura, llegando incluso a musicalizar la macabra escena de la creación como un «vals», capturando el «trance creativo» de Victor en lugar del horror del acto.

Esta visión filosófica también informa su concepto de lo que significa adaptar una obra literaria al cine. Del Toro no busca una fidelidad literal, sino una fidelidad temática, una transmutación del espíritu de la novela al lenguaje cinematográfico. Utiliza dos metáforas poderosas para describir este proceso: adaptar es como «casarse con una viuda» y como un «pez que necesita adaptarse a la tierra; […] tiene que desarrollar pulmones». Ambas imágenes sugieren que la obra original debe ser respetada en su esencia, pero que requiere una transformación fundamental para sobrevivir y prosperar en un medio completamente diferente. Esta filosofía justifica las innovaciones narrativas que introduce, como la expansión de la relación entre creador y creación. Estos cambios no son traiciones al texto, sino los «pulmones» necesarios para que los temas centrales de Shelley puedan «respirar» en la pantalla. La película, por tanto, se presenta no como una transcripción del libro, sino como una encarnación de sus ideas más profundas, filtradas a través de la sensibilidad única de su director.

El Corazón de la Película – La Tragedia de un Padre y un Hijo

La innovación narrativa más significativa y personal de Guillermo del Toro es el reenfoque de la relación entre Victor Frankenstein y su creación, transformándola en la dinámica fracturada entre un padre frío y un hijo sensible. Mientras que en la novela de Mary Shelley, Victor huye horrorizado casi inmediatamente después de que la Criatura abre los ojos, la película introduce una desviación crucial. Se añade «toda una relación infantil que ocurre, que comienza bastante hermosa y se rompe», estableciendo un vínculo inicial que hace que el posterior abandono sea aún más devastador. Esta decisión traslada el núcleo del conflicto desde la arrogancia científica hacia el fracaso paternal, convirtiendo la historia en un drama familiar de proporciones épicas y góticas.

Del Toro subraya que esta temática tiene raíces profundas en su propia herencia cultural. «En la cultura católica latina, esto es muy pesado», explica. «Para mí, se trata mucho de historias de padres e hijos. Decir ‘en el nombre del padre’ es el nacimiento de todo en un hogar latino». Esta perspectiva impregna toda la película, explorando temas de responsabilidad, vergüenza y la desesperada necesidad de reconocimiento. Oscar Isaac, quien interpreta a Victor, recuerda haber hablado extensamente con el director sobre «la forma en que se puede tratar a los hijos como una extensión de uno mismo, como algo de lo que enorgullecerse o avergonzarse». El pecado de Victor, en esta versión, no es simplemente jugar a ser Dios, sino un fracaso fundamental como padre. Su motivación para la creación está profundamente arraigada en su propio trauma familiar: un resentimiento hacia su estricto padre, Leopold (interpretado por Charles Dance), quien favorecía abiertamente a su hermano menor, William. Victor no crea por el avance de la ciencia, sino para validar su propio ego herido, para «probar su brillantez». La Criatura, en su concepción, es un acto de narcisismo, un trofeo destinado a demostrar su valía. Su posterior rechazo no es solo horror ante lo monstruoso, sino la vergüenza de un padre cuyo «hijo» no cumple con sus expectativas de perfección.

Desde la perspectiva de la Criatura, esta relación es la totalidad de su existencia. Jacob Elordi, el actor que le da vida, lo resume de manera conmovedora: «Es imposible para la Criatura existir sin su padre para mí, que también soy yo con mi papá. Somos todos nosotros con nuestros padres». La película refuerza esta conexión de manera explícita: la única palabra que la Criatura pronuncia inicialmente es «Victor», un llamado constante a su creador, su dios, su padre. La monstruosidad, en esta interpretación, no es una cualidad innata de la Criatura, sino la consecuencia directa del abandono paternal. Nace con una «inocencia y una apertura y una pureza en sus ojos que era completamente encantadora». Es el rechazo y la crueldad del mundo, comenzando por el de su propio creador, lo que lo moldea. Su viaje es uno de «autodescubrimiento» en el que desarrolla una conciencia y, paradójicamente, se vuelve «más humano que el propio Victor». Su anhelo fundamental es simple: «amor y aceptación». La violencia y la venganza que desata son el grito desesperado de un hijo abandonado. De este modo, del Toro traslada la fuente de la monstruosidad desde la apariencia física hacia el acto moral del abandono, un tema universal que resuena mucho más allá de los límites del género de terror.

Anatomía de los Protagonistas

En el centro de esta tormenta emocional y filosófica se encuentran dos figuras complejas, encarnadas por actores que fueron, en la mente del director, las únicas opciones para sus respectivos papeles. El diseño, la interpretación y la concepción de Victor Frankenstein y su Criatura revelan las capas más profundas de la visión de la película.

Victor Frankenstein (Oscar Isaac): El Artista como Dios Rebelde

Oscar Isaac, la «única opción» de Guillermo del Toro para el papel protagonista, da vida a un Victor Frankenstein que es mucho más que un científico loco. Su interpretación lo define como un «científico brillante y pomposo», un hombre «egoísta» cuya ambición por vencer a la muerte y alcanzar la inmortalidad lo consume. Sin embargo, bajo esta superficie de arrogancia académica, Isaac y del Toro construyen un personaje que es, en esencia, un «artista incomprendido». Su laboratorio no es un simple espacio de trabajo, sino un «escenario» donde puede representar su genio. Está impulsado por una «energía de punk rock», un deseo de «provocar» al establishment que lo ha rechazado.

Este arquetipo del artista romántico y rebelde se nutre de un profundo trauma personal. La muerte de su madre, Claire, al dar a luz a su hermano William, se convierte en el catalizador de su obsesión por «vencer a la muerte». Su ambición está constantemente alimentada por el resentimiento hacia un padre autoritario, Leopold, y la envidia hacia un hermano que siempre fue el «niño de oro» de la familia. El Victor de Isaac no es, por tanto, un científico frío y calculador. Es una figura apasionada, egocéntrica e impulsada por la emoción, que ve su creación no solo como un avance científico, sino como una obra de arte definitiva, una declaración de su propia existencia contra un mundo que nunca lo valoró. En su rebelión, se alinea con el espíritu de la propia Mary Shelley, la joven que canalizó su propia «rabia y rebelión» en la creación de un mito eterno.

La Criatura (Jacob Elordi): El «Hijo del Hombre» Trágico

Para dar forma a su Criatura, Guillermo del Toro se alejó de las representaciones tradicionales de un mosaico de cadáveres en descomposición. En su lugar, buscó una estética que fuera a la vez inquietante y hermosa. El diseño visual se basa directamente en las influyentes ilustraciones que el artista Bernie Wrightson, un amigo cercano del director, creó para una edición de la novela en 1983. Del Toro quería que la Criatura pareciera «algo recién acuñado», una forma de vida nueva y pura, «no como un trabajo de reparación en una UCI». El resultado es descrito como un «espécimen médico limpio que cobra vida, un modelo blanco lechoso de hombre con musculatura definida y perfección anatómica», marcado únicamente por las suturas que delatan su origen artificial.

Este cuerpo se convierte en un lienzo para una profunda declaración teológica. La apariencia de la Criatura está cargada de «imaginería católica», concebida como la encarnación del «Hijo del Hombre«, el Hijo del Hombre bíblico. Su creación es una «crucifixión inversa», y su cuerpo lleva los estigmas de un mártir: una «corona de espinas simbólica» y una «herida llorosa en su costado como la herida de lanza de Jesús». Al presentarlo no como un error de la naturaleza, sino como un ser anatómicamente perfecto y puro que es corrompido por el mundo, del Toro lo eleva de monstruo a figura crística secular. Es un «hijo» enviado por un «padre» (Victor) a un mundo que no lo comprende y que lo crucifica por su otredad. Su tragedia no es su supuesta fealdad, sino su inocencia en un mundo caído.

Jacob Elordi, quien soportó hasta 10 horas diarias en la silla de maquillaje para su transformación, fue elegido precisamente por la «inocencia y apertura» que transmitían sus ojos. Del Toro fue explícito en su deseo de que el monstruo fuera «hermoso» y tuviera un «atractivo» y una «sensualidad». Esta decisión subvierte la premisa de que el monstruo es inherentemente repulsivo. Al hacerlo físicamente atractivo a pesar de las suturas, la película obliga al espectador a confrontar el origen del prejuicio. Si la Criatura no es objetivamente fea, entonces el horror que inspira debe provenir de un lugar más profundo: el miedo a lo antinatural, a lo diferente. La «monstruosidad» deja de ser un concepto estético para convertirse en una construcción puramente social y psicológica.

El Mundo de Frankenstein – Un Ecosistema de Personajes

Para amplificar los temas centrales de la ambición, la creación y la responsabilidad, la película rodea a Victor y su Criatura con un rico ecosistema de personajes secundarios. Cada uno de ellos funciona como un espejo o un catalizador para los conflictos de los protagonistas, tejiendo un tapiz narrativo denso y complejo.

El papel de Elizabeth, interpretado por Mia Goth, es particularmente crucial y multifacético. Goth asume un doble papel: no solo es Elizabeth, la prometida del hermano de Victor, William, sino también Claire Frankenstein, la madre de Victor, fallecida en el parto. Como Elizabeth, se encuentra atrapada en un «complicado triángulo amoroso», mostrando una compasión por la Criatura que contrasta con el horror de los demás y la sitúa en medio de la brutal batalla entre creador y creación. Al asignar a la misma actriz para interpretar a la madre perdida y al interés amoroso, la narrativa establece un potente subtexto psicológico. La obsesión de Victor por «vencer a la muerte» se entrelaza con un deseo casi edípico de recuperar la figura materna, proyectando este anhelo en la prometida de su hermano.

El elenco de apoyo está poblado por actores de gran calibre que dan peso y textura al mundo de Victor. Christoph Waltz interpreta a una figura enigmática, identificada como Dr. Pretorius en algunas fuentes y como Harlander en otras, un «comerciante de armas» que financia los experimentos de Victor, añadiendo un «toque de ligereza a los agridulces procedimientos». Charles Dance encarna a Leopold Frankenstein, el «imponente e imperioso» padre de Victor, cuya figura estricta y desaprobadora es una de las fuerzas motrices de la ambición de su hijo. Felix Kammerer, conocido por su papel en Sin novedad en el frente, interpreta a William Frankenstein, el hermano menor y «niño de oro» cuya existencia alimenta el complejo de inferioridad de Victor. El reparto se completa con figuras clave de la novela, como el Capitán Anderson (interpretado por Lars Mikkelsen), una reimaginación del Capitán Walton que encuentra a Victor en el Ártico, y el Hombre Ciego (David Bradley), quien ofrece a la Criatura un breve momento de aceptación y bondad.

El Arte de la Creación – La Artesanía del Mundo Gótico

La filosofía cinematográfica de Guillermo del Toro se basa en una profunda reverencia por la artesanía y los efectos prácticos, una creencia en la tangibilidad del mundo que crea en pantalla. Para Frankenstein, esta filosofía se ha llevado a su máxima expresión. «No quiero digital, no quiero IA, no quiero simulación», declaró enfáticamente el director, dejando claro que la autenticidad material era primordial. Gran parte del presupuesto de la película se invirtió en la construcción de sets prácticos y a gran escala, incluyendo un laboratorio completo y un barco de tamaño real, para dar a cada escenario una sensación palpable y vivida.

Este compromiso con la artesanía es evidente en el trabajo de su equipo de colaboradores habituales, un grupo de artistas que entienden y ejecutan su visión con una sinergia excepcional. La diseñadora de producción Tamara Deverell, quien realizó viajes de investigación por Escocia con del Toro, fue la arquitecta de este mundo gótico. Su obra cumbre es el laboratorio de Victor, un set masivo construido en Toronto, ubicado en la cima de una antigua torre de piedra escocesa, lleno de aparatos ornamentados y dominado por una gigantesca ventana redonda. El director de fotografía Dan Laustsen, otro colaborador clave, esculpió este mundo con luz y sombra. Fiel a su estilo, empleó iluminación de fuente única, a menudo proveniente de las ventanas, movimientos de cámara fluidos con grúas y una preferencia por los ángulos amplios con sombras profundas. «No tenemos miedo a la oscuridad», afirma Laustsen, quien llevó esta máxima al extremo al iluminar numerosas escenas únicamente con la luz parpadeante de las velas, creando una atmósfera de una belleza pictórica y opresiva.

La interdependencia entre los departamentos artísticos fue fundamental para lograr una visión cohesiva. La diseñadora de vestuario Kate Hawley, por ejemplo, no solo creó prendas que reflejaban la psicología de los personajes a través de colores simbólicos como rojos y verdes intensos, sino que tuvo que trabajar en estrecha colaboración con Laustsen. Un suntuoso vestido azul diseñado para Mia Goth tardó cuatro meses en perfeccionarse, no por su complejidad, sino porque requirió una experimentación exhaustiva para asegurar que el color se registrara correctamente bajo la iluminación específica y atmosférica del cinematógrafo. Del mismo modo, la partitura de Alexandre Desplat no es un mero acompañamiento, sino una parte integral de la narrativa. Al considerar esta película como la conclusión de un tríptico temático junto a La forma del agua y Pinocho, Desplat compuso una partitura lírica y emocional que da voz a los «anhelos no verbalizados» de los personajes, utilizando una gran orquesta y las líneas puras de un violín solista para expresar las emociones más profundas de la Criatura. Este equipo se complementa con el trabajo del editor Evan Schiff, quien colabora en el ritmo y la estructura de la narrativa visual.

Este método de producción, donde cada elemento artesanal depende de los demás para que el conjunto cobre vida, funciona como una poderosa meta-declaración sobre el tema central de la película. La propia realización cinematográfica se convierte en un arte frankensteiniano: cada departamento es una «parte» que debe ser suturada con precisión a las demás para que el «cuerpo» de la película se levante de la mesa de operaciones como un todo orgánico y funcional. La forma y el contenido se vuelven inseparables.

El Eco Eterno de la Creación y la Ruina

Frankenstein de Guillermo del Toro se erige no como una simple adaptación más de un texto canónico, sino como una obra profundamente personal, una destilación de los temas que han obsesionado al cineasta a lo largo de toda su carrera. Al enmarcar la narrativa gótica de Mary Shelley a través de la lente de un drama familiar universal, la película explora las eternas preguntas sobre la naturaleza humana, la responsabilidad del creador y la búsqueda de la identidad en un mundo que nos rechaza. La sinopsis oficial describe la historia como un «experimento monstruoso que finalmente conduce a la ruina tanto del creador como de su trágica creación», una trayectoria inevitable de ambición y consecuencias.

A través de una meticulosa artesanía visual, interpretaciones cargadas de matices y una valiente reinterpretación de sus personajes centrales, la película promete ser una exploración épica y melancólica de la soledad y la conexión. Es la historia de un científico egoísta que aprende la aterradora lección de que solo los monstruos juegan a ser Dios, y la de una creación trágica que, en su viaje de autodescubrimiento, puede llegar a ser más humana que el hombre que le dio la vida.

Esta monumental exploración de la ambición, la soledad y la compleja danza entre un padre y su hijo, una historia que ha obsesionado a su director durante medio siglo, se estrena en Netflix el 7 de noviembre.

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